Capítulo 3

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—Vamos Emilce ¿Qué tanto tardas? —murmuró Gabriel desde fuera de la ventana.

—¿Qué tanto te apuras Gabriel? Son apenas las nueve menos cuarto... Y sal de mi ventana que mi mamá puede verte. Te ves muy sospechoso ahí ¿Sabías? —respondió Emilce sin prestar mucha atención ya que se hallaba acostada en la cama inmiscuida en su celular.

—¿Bromeas? Nadie me verá aquí, menos tu mamá ¿Qué hace? ¿Está matando un cerdo allí dentro? —bromeó Gabriel mientras golpeaba la pared con la palma de su mano, síntoma de su impaciencia.

—Déjala en paz, está practicando para unirse al coro de la Iglesia... Además ella no es el problema ¿Qué pensarán los vecinos si te ven escondido entre los arbustos y pegado a mi ventana? —respondió ella mientras se dignaba a levantarse de la cama al fin.

—Ya quisieras que piensen eso, asco.

—¡Oye! Lo último que quiero es que piensen que tengo algo que ver contigo, rarito. Mi reputación se...

—Tu reputación no importa, mejor vístete rápido que no pienso esperarte toda la noche. Tenemos un espíritu maligno que invocar.

Sí, llegó el tan esperado viernes. Luego de un par de vueltas y permisos negados, Emilce terminó de vestirse, preparar su mochila y conseguir que su madre la deje ir.

Ambos muchachos marchaban valientes por en medio de la desierta y oscura calle, con sus mochilas cargadas de botellas de agua para sobrellevar el calor, papitas, empanadas en tappers, linternas, cargadores portátiles para el celular y mantas para pasar la noche, listos para la aventura de sus vidas. Y quizá la última...

Apenas al llegar descargaron sus cosas en el suelo de la descuidada vereda y admiraron la casa, el reloj marcaba las nueve y media, muy temprano para sentir miedo.

La casa se erguía majestuosa e imponente sobre el suelo de tierra negra y la maleza del patio. Vieja, amplia y muy elegante; tenía la fachada pintada de un blanco sucio y descuidado, cubierto por intermitentes pero gruesas capas de moho debido a la humedad y el paso del tiempo. La madera de los marcos y las puertas estaba podrida y ennegrecida; cristales rotos que le trajeron a la memoria de Gabriel aquella vez en la que jugando fútbol con sus amigos estrelló el balón contra una de sus amplias ventanas. El sonido estridente del cristal paralizó sus corazones y a continuación, se prolongó una extendida discusión sobre quién debería entrar a buscar la pelota en la "casa embrujada". Al final, y por suerte, nadie fue tan valiente.

La noche de Luna nueva solo ponía la situación aún más tenebrosa porque la ausencia de luz alimentaba el miedo natural que sentían, sus sentidos alertas recrudecían hasta el más mínimo ruido o destello, y la imaginación se aprovechaba de la ignorancia para complementar la escena agregando causas sobrenaturales.

—Y bueno ¿Entramos? —apuró Gabriel.

—C-Claro... Estaba esperando que entres —respondió Emilce tratando de disimular su nerviosismo.

—Bien, lo primero que hay que hacer es buscar la manera de entrar —dijo Gabriel mientras se adentraba entre la maleza del patio de la casa, crecida y tupida hasta las rodillas.

Emilce estaba muy asustada, no hace falta mencionarlo pero seguía arrepintiéndose de haber hecho semejante propuesta ¿En qué estaba pensando si hasta le daba miedo ir al baño en las noches?

—E-Esperame ¡Gabriel!

Pasaron media hora explorando por fuera la casa para hallar un lugar por donde ingresar. Aunque ninguno de los dos tuvo la valentía de adentrarse demasiado en la oscuridad y llegar al patio trasero sin usar las linternas, ya que debían ser discretos, sin ruido, sin luces extrañas, para que los vecinos no notaran nada extraño. A lo mucho Gabriel llegó a la mitad del costado izquierdo, luego la sombra de los árboles y la profunda oscuridad pintaban un panorama bastante desalentador como para continuar.

La puerta de enfrente estaba cerrada, además tenía tablas clavadas para dificultar el paso. La madera estaba podrida pero no débil, era muy gruesa, grande y pesada como para siquiera intentar abrirla a golpes. Además claro, de que no sería para nada discreto.

En cierto momento, mientras Emilce esperaba temblorosa y sola a un costado de la entrada a Gabriel -quien se adentro en busca de alguna ventana floja-, ella notó un destello dentro de la casa, pero de reojo nada más, ya que se encontraba con la mirada perdida en el horizonte (dirección a su casa), pensando en lo cómoda que debería estar su cama, el fresco ventilador soplando a su rostro y toda esa iluminación que usualmente extingue sus miedos. Ese resplandor fugaz, que podría jurar que provenía desde dentro de la casa, hizo que su corazón casi escape por la boca.

—¡Gab...! Si pudiera gritar te puteaba —susurró Emilce para sí misma.

Momento después Gabriel volvió, ella lo recibió con una mirada asesina.

—¿Qué parte de no encender las linternas no quedó claro? ¿Y si nos descubren y llaman a la policía? —reclamó—. Lo bueno que ya encontraste por donde entrar...

—Emi, yo no prendí nada. Y tampoco pude entrar.

Aquella respuesta congeló sus músculos un momento, lentamente movió la cabeza para mirar por encima del hombro de Gabriel hacia la casa.

—Cagona ¿Pasó algo?

Emilce guardó silencio pensativa un segundo, si decía que vio algo que no ocurrió las burlas de Gabriel no se harían esperar. Mejor asegurarse antes de hablar...

—¿No viste nada?

—¿Qué cosa?

Bueno, eso complicaba las cosas, ahora Gabriel incluso podría pensar que ella solo lo está inventando para tratar de asustarlo o como excusa para no entrar. De ninguna manera puede siquiera parecer que tiene miedo, debía cumplir el reto a como dé lugar.

—Nada, solo preguntaba por si viste algo raro, ya sabes como eres de paranoico —zafó Emilce.

—Ahora el paranoico soy yo, ah.

Al final de varias inspecciones encontraron la ventana ideal, las demás tenían tablas clavadas muy firmemente en medio para evitar justamente que desconocidos ingresaran. Una ventana tenía una de dichas tablas bastante floja a comparación de las demás, y fue esa la ventana por donde pudieron ingresar.

Una vez dentro, sumidos en la más profunda oscuridad, con el corazón en la garganta, y sudando de nerviosismo más que por el calor del verano, se pusieron a explorar las primeras habitaciones. Cuando encendieron las linternas pudieron calmar sus miedos, pero el estado máximo de alerta continuaba.

Una sala espaciosa, con muebles empolvados y en pésimo estado, fue el sitio perfecto para descargar las cosas, acomodar una manta en el suelo, sentarse a descansar, tomar agua y comer algo. Entre broma y broma hicieron pasar el miedo, hasta cierto punto. Mientras esperaban nerviosos que (no) llegue la medianoche. Hora en la que deberían comenzar el ritual de invocación a Slenderman.

HelenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora