La Promesa del Rey sin Corona

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Amelia despertó con el corazón acelerado cuando un estruendoso rugido resonó entre los cerros y campos. Helicópteros y avionetas llegaban a toda velocidad hacia la ciudad que ella había dejado atrás. 

-¿Qué pasa?- dijo Soleil, una chica de catorce años de pelo castaño y ojos color miel. Ella era quien cuidaba a los más chicos, como Freddy. 

-Vámonos. Ahora. Manos en la cabeza. - Amelia ordenó a sus hermanos. Todos siguieron el ejemplo de Soleil, y en fila, se alejaron lo más rápido que pudieron de su campamento tan visible. Los más chicos al frente y Amelia por detrás, corrieron hacia una colina de rocas polvorientas, donde nadie podría verlos. 

-Todos conmigo. ¡Rápido!- dijo Soleil para reunir a los once en un nuevo escondite. Amelia, sin embargo, miraba desde las rocas hacia la ciudad. Una avioneta zumbó por un instante sobre la ciudad. El silencio cubrió el valle. Amelia contuvo la respiración. Sin que nadie lo pensara antes, una llamarada de fuego se elevó con violencia de la ciudad, empujando una ráfaga de aire caliente en todas direcciones. Los doce se cubrieron los oídos, pero ninguno dejó que el miedo lo hiciera llorar. Amelia miró a sus hermanos con  temor, pero Soleil le recordó con su mirada color miel que no debía mostrar miedo. Por ellos.

-¿Todos están bien?- preguntó Amelia. Los doce niños asintieron en silencio. Amelia se sentó junto a ellos, abrazando sus rodillas. - No fue nada. Estamos lejos y seguros. - ella intentó sonreír, pero el miedo le paralizó los labios. - Unos días más y estaremos de nuevo bajo un techo. Lo prometo.

Soleil y Amelia intercambiaron miradas de preocupación. 

-Tengo hambre- se quejó Carina, la intrépida y energética gemela del grupo. Con apenas once años, ya tenía más audacia de la que Amelia se jactaba de tener. Pero con hambre, Carina se volvía irritable y desanimada.

-Buscaré algo si tú nos preparas un lugar donde comer- le contestó Amelia con una leve sonrisa. Carina aceptó contenta. Ésta se levantó seguida de otros niños buscando piedras para sentarse y una refrescante sombra dónde descansar. Soleil se puso de pie para seguir a su tropa, pero se detuvo y observó la ciudad detrás de Amelia.

-Creo que después de todo tenías razón- dijo Soleil - debíamos huir antes de que fuera tarde. Gracias,  Amelia. 

El ataque aéreo también había dejado a Amelia petrificada de miedo, pero Soleil tenía razón; si no continúan, sería demasiado tarde.


Amelia se alejó unos metros de su tropa para buscar algo qué comer. Aunque era joven y era incapaz de encender fuego sin gas o encendedor, sabía muy bien encontrar fruta silvestre. Casi era suerte, pero si de algo servía, ella tenía buen ojo para los colores, y esos colores brillantes en medio del árido páramo  era lo que la ayudaba a reunir lo suficiente para doce. Y si alcanzaba sólo para once, ella compartiría lo suyo para convertirlo en doce. 

Ese día su ojo no la defraudó y pronto encontró arbustos llenos de bayas y flores. Al acercarse, notó las delicadas flores rosas junto a las bayas rojizas. Amelia sacó de la bolsa de su gabardina un pequeño sombrero playero. Lo utilizó como canasta para reunir bayas y flores. En algún lado había visto que el néctar de ésas flores se puede chupar, y era más energía para todos. Llenó su sombrero y probó una flor. Sí, era comestible. Contenta por su descubrimiento se puso de pie con energía y dio la vuelta para regresar con su tropa, pero una sombra la hizo paralizarse.

Con el rabillo del ojo, notó una sombra de alguien mucho más grande que ella. Sin soltar las bayas, se agachó por precaución. Su corazón se aceleró y sus piernas se prepararon para pegar la carrera más intensa de su vida. Sin embargo, al notar unos tenis usados y unos pantalones azules desgastados, poco a poco entendió que el peligro no era el que creyó. Subió la mirada con temor hasta encontrar a un chico de ojos oscuros y piel al borde de estar quemada tras el sol del páramo. El muchacho se veía ligeramente mayor a ella, pero podría deberse a su barba descuidada que le decía a Amelia que él también huía.  El chico con timidez mostró sus manos como saludo y un mensaje de "no puedo pelear". Amelia se irguió con lentitud y se limitó a observar al muchacho a los ojos.  Él a su vez, intentó formular algún mensaje, pero su boca le traicionó con nerviosismo. Amelia y él se miraron en silencio, con esa eterna duda si confiar en el otro. Ella, sin embargo, cobró la sensatez primero e inhaló con seguridad.

-¿Quién eres? - preguntó ella sin dejar de mostrar hostilidad

-Me llaman Antares. - dijo el muchacho con una duda que no logró esconder en su voz grave - ¿Quién eres tú?

-Alguien que no quiere problemas - dijo Amelia con prudencia.

-Vamos- respondió él claramente divertido por la respuesta defensiva de Amelia - en el fin del mundo, ¿qué más problemas puedes tener?

Amelia miró al suelo conteniendo su humillación. Este chico parecía no temerle a nada. Y parecía ofrecer su ayuda.

-Amelia. - dijo ella con voz baja.

-Wow...- murmuró el chico- Veo que tienes hambre. Yo estoy en el mismo camino que tú. Mancomunidad, ¿no? - Antares reconoció la mirada cansada de un adolescente que vive con otros chicos para escapar el hambre y la pobreza. - Yo también vengo de una. Mis padres enviaron su última carta hace un año, cuando la guerra estalló en su fábrica. He escapado desde el sur desde entonces.

-¿Qué?- Amelia no dio crédito a sus oídos. ¿Un año de huir? ¿Solo? - ¿Hacia donde?

-En el norte escuché que hay una zona de Amnistía. Dicen que aún hay bondad en el mundo. Llevo un año intentando llegar a esa zona sin guerra, donde la gente no ha perdido la cordura. Dicen que está en la ciudad de Hogport, en la costa. - Amelia por primera vez sintió un vuelco en su pecho. Existía un destino, una salida.

-¿Sabes llegar? - preguntó Amelia incapaz de guardar su emoción.

-Supongo. Solo no he podido cubrir mucha distancia. Pero con ustedes... podremos dormir bajo techo en pocos días.

Amelia miró con esperanza a Freddy que ayudaba a cargar las mochilas de sus hermanos mayores mientras preparaban dónde comer. Ese pequeño podría dormir sin frío para variar. Antares también mostraba un genuino alivio tras encontrarlos. El muchacho tenía cicatrices en los brazos, como si hubiese tenido varios escapes imprevistos.

-¿Qué dices? ¿Vamos a un mejor hogar? - dijo Antares extendiendo una mano - ¿Amelia?


Esta fue la primera vez que Amelia no pensó que Todos mienten.

El Fin de la Era de AcuarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora