Las noches se hacían cada vez más largas. El camino se extendía hasta el oscuro horizonte mientras la sed de cada uno de los niños aumentaba. Amelia contaba en su palma las pocas pastillas hidrogenas que había robado antes de salir del internado. Repartía la mitad de cada una penosamente, saltándose su ración cada dos noches, con tal de asegurarse que sus hermanos tendrían suficiente lo más que pudieran. Antares observaba siempre en silencio a una distancia segura el penoso ritual de repartir el sustituto de agua. Siempre recordaba que debía encontrar algún río en el camino a Hogport. Pero luego, recordaba que la escasez de agua había empezado su travesía en el primer lugar.
-Ya faltaría muy poco- murmuró Antares sigiloso y cuidadoso a Amelia tras las segunda noche que se saltaba su ración de agua. Las linternas ahora destellaban con tenue luz, y su paso se había vuelto lento, estable, silencioso y desesperanzador. -No te rindas, Amelia- pidió Antares como si realmente temiera que ella ya no quisiera continuar.
-No lo haré- dijo ella con una risa exhausta, como si ni siquiera ella hubiese pensado en rendirse. - Sólo espero poder llegar antes de ya no poder más.
Un murmullo lejano puso a Amelia alerta, pero no lo suficiente para detenerse.
-Sé que el camino es largo- continuó Antares - ir por mi cuenta era peligroso, aún más que venir todos juntos.
-Sí, creo que sí... - dijo Amelia reconociendo que Antares también tuvo suerte. El murmullo aumentó en intensidad. Ahora, era como el susurrar del viento contra... contra algo... algo que Amelia no podía identificar.
-Sabes que llegaremos pronto, ¿verdad? - Antares quería escuchar que Amelia estaba segura, por que él cada vez perdía más a la fe. Los instantes que tardó Amelia en contestar fueron como una piedra en la seguridad de Antares.
-Es la única forma, Antares. Si no llegamos pronto, no llegaremos nunca. Y éste habrá sido el último camino.
El susurrar del viento se volvió un suave chapoteo. Amelia ésta vez sí se detuvo y calló a Antares con la mano. Los doce chicos se detuvieron también, mirando a Amelia, como si todos hubiesen entendido algo de repente: algo importante, algo que podría salvarlos. Amelia iluminó su lámpara en la dirección del suave sonido. Sus ojos se iluminaron y lagrimearon al encontrar una rivera extenderse frente a ellos hasta el horizonte. Éste río nacía debajo de unas rocas, como si el colapso de algún pequeño cerro lo hubiese cubierto, pero no detenido. El río fluía veloz, perdiéndose en las tinieblas. Ese río llevaba a la costa, a su destino en Hogport.
Lo único que siguió fue alegría y gozo. Risas de niños, chapoteo y salpicones de agua por doquier cambiaron el camino para siempre. Amelia soltó una risa de alivio al ver a sus hermanos correr a las frías aguas del río. Al acercarse y ver el reflejo de las estrellas, no comprendió cómo agua tan clara seguiría existiendo. Parecía que todo eso podría estar en su desesperada imaginación. Al final, una guía en el camino, y la seguridad de no morir en el intento.
Amelia contuvo el llanto con todas sus fuerzas. Jamás se había sentido tan débil en ese momento, donde el sonido del agua le significaba la diferencia entre la vida y la muerte. Sus doce hermanos jamás entenderían el terror que sentía ella cuando las estrellas salían en la noche, pensando que ésa podría ser su última noche.
Antares mantuvo su segura distancia de nuevo, ésta vez por la confusa reacción de Amelia.
-¿Qué sucede? - preguntó él con cautela
-Encontramos un camino - respondió ella dando la vuelta para mirarlo. Amelia brillaba bajo la luz de la luna con un alivio indescriptible. - Siempre creía que había cometido un error al decidir venir, Antares. Pensaba que ya no había manera de recuperar lo que dejé por venir.
-Pero... ¿qué sabes ahora?- Antares seguía hablando con timidez, esperando con todas sus fuerzas que Amelia no lamentara sus decisiones.
-No hay manera de recuperarlo todavía. Se terminó. La vida que tenemos sólo está adelante, siguiendo este río. - Amelia miró las aguas alejarse de ella. Antares no esperaba esa respuesta. Una brisa fresca sopló en ese instante al tiempo que un relámpago retumbaba a lo lejos.
-Lluvia - murmuró Antares sin saber qué responder a Amelia. Ella no alejó la mirada, indicado que esperaba más que esa respuesta. Antares volvió la mirada a Amelia - Supongo que nada se recuperará del pasado. La pregunta es qué quieres encontrar en el futuro.
-Algo que haga valer la pena este camino.
-¿El camino no vale la pena? Digo, estás salvando a tus hermanos.
-El camino sólo vale para los que querían abandonar su hogar. Aquellos que nos refugiamos, necesitamos el destino.
El cielo volvió a relampaguear, y ésta vez, la lluvia cayó sobre ellos. Antares tuvo que mover su cabello a un lado, que pronto le taparía la cara. Amelia se limitó a amarrar su cabello.
-Sabes...- dijo Antares - creo que ellos confían en ti. Y creo que has aprendido a confiar en mí.
-Tú no confías en nadie- contestó ella con cinismo. Él se avergonzó, pero ignoró sus palabras.
-Creo que el camino tiene muchas cosas valiosas, si sabes reconocerlas.
-Me gustaría saber si tú encuentras otro valor al camino más que tu propia salvación, Antares. - Amelia dijo con una sonrisa burlona. Él no tenía respuesta, pero rió con nerviosismo. - Tal vez, la próxima vez yo te salve la vida.
-Tal vez, la próxima vez no me iré si hay peligro.
Amelia rió con fuerza, ahora empapada por la lluvia. Ella rodeó los brazos de Antares con sus palmas y lo acercó a ella. Él la miró petrificado.
-Eso lo dudo.
Un estruendoso rugido sonó desde el nacimiento del río. Una ola gigante cubrió la entrada y devastó la corriente. Amelia gritó con terror, alertando a sus hermanos a salir del río. Los doce reaccionaron, pero su ropa pesada no los dejaría salir pronto. Soleil empujó a Freddy fuera del río. El niño calló y comenzó a llorar por el impacto. Soleil no tuvo tiempo de pedir perdón, por que Violeta siguió a Freddy. Amelia se lanzó a la agitada rivera sintiendo un veloz viento agitar frente a la ola gigante. Antares se paralizó con terror. La lluvia helaba sus huesos, y un pesar horrible en su corazón lo hizo perder la cordura. Amelia sacó a Carina de la rivera usando toda la fuerza que el frío la dejaba usar. La niña gritó con fuerza, pero no por el impacto; la ola atestó con violencia el río. La inundación cubrió a los niños, quienes huyeron con desesperación. Antares contó con terror los que salían del inundado páramo a las pequeñas cimas que habían. Siete del otro lado del río, cuatro cerca de él. El río ahora rugía enojado, y la lluvia se volvía un azote para su piel.
Amelia salió del agua escupiéndola por el suelo. Su aliento se escapaba y hacía su mejor esfuerzo para recuperarlo. Antares salió de su estupefacción y se acercó a reunir a los cuatro chicos que estaban en su lado del río. Amelia quedó con los siete, intentando levantarse.
Ella pareció contar como Antares, y al ver la ausencia de Soleil, un lamento de Amelia silenció la tormenta.
-¡NO! SOLEIL, ¡NO! - gritó Amelia corriendo siguiendo la corriente, incapaz de ver a la chica que tanto había protegido a sus hermanos. Amelia resbaló y calló en la inundación. Sus hermanos veían en silencio, con rostros llenos de lágrimas. Amelia se arrodilló y colapsó en llanto. Antares abrazó a los pequeños que protegía, para que no se asustaran.
"Nada de lo perdido podrá ser recuperado" pensó en sus adentros "lo único que queda por rescatar, esta justo frente a nosotros".
La lluvia no paró durante esa noche.
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El Fin de la Era de Acuario
FantasiEl Fin de una era... ¿estaban preparados? Por que el fin siempre será el principio, siempre que haya un nuevo amanecer esperando. Amelia vive en un mundo que se destruye lentamente. Ella y los doce niños con los que ha compartido la comida y el refu...