Una Luz que Regresa

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Amelia y Antares comenzaron su traicionero andar a través del laberinto de pozos en la Sierra justo detrás de las luces de sus hermanos. El silencio sólo era roto por el crujir de pisadas, el suspiro lejano de alguno de los niños, y el zumbido de las linternas encendidas. Amelia guardaba su respiración en su pecho cada vez que la luz de uno de sus hermanos se apagaba. Ella esperaba esos largos segundos a que la luz desaparecida volviera a brillar. Antares, por otro lado, guardaba su batería como el resto de sus hermanos, alumbrando sólo cuando era necesario, y sólo para enviar débiles señales a los otros, para permanecer juntos. Amelia no soportaba no poder ver doce luces encendidas frente a ella, y tener que memorizar todas para asegurarse que nadie se quedara atrás. A veces, al ver una linterna particularmente cerca, Amelia correría en aquella dirección, sólo para toparse con un pilar de piedra sin salida.

-Amelia, está bien - decía Antares - encontraremos a tus hermanos al salir. 

-No tienes idea de dónde estamos - respondía Amelia frustrada, saliendo del callejón sin salida volviendo al camino original - Estás tan perdido como yo, Antares.

-Sí, eso es cierto - contestó con calma, iluminando por unos segundos el camino. Otras luces cercanas respondían, pero ninguna se acercaba a ellos - Pero tenemos que avanzar. Todos llegaremos al final. Tienes que confiar en nosotros - Antares apagó la linterna y dio un par de pasos al frente. Se encontró una bifurcación del camino que daba a dos pasillos completamente diferentes. Amelia miró reacia el desvío - Tienes que confiar en mí, Amelia.

-¿Cómo confiar en tí si estás tan perdido como yo? - preguntó ella siguiendo a Antares por el camino de la derecha.

-Por que yo te protegeré, aún de mis propios errores.

Un crujido bajo el peso de Antares dio muy mala espina a ambos. La tierra comenzó a desvanecerse en polvo y a retumbar como un derrumbe bajo ellos. Antares se lanzó hacia adelante con un salto, cayendo de costado en la tierra. Amelia con horror vio el suelo bajo ella desaparecer en la oscuridad, creciendo en su dirección. Ella volvió a la bifurcación de caminos corriendo, sosteniéndose de los pilares de tierra. Su piel cedió ante la afilada roca, y pronto un dolor agudo y sangre cubrieron sus manos. Amelia cayó al suelo confundida y alterada por el camino roto, y con sus manos, se tapó los ojos al escuchar el caer de rocas a las profundidades

De repente, el ruido cesó. Amelia, temblando, se descubrió los ojos y se irguió temerosa. Detrás de ella, un sumidero había colapsado el camino entre ella y Antares. Él miraba hacia Amelia con el rostro pálido. Amelia alumbró con su linterna el sumidero, solo para ver una zanja que se extendía hasta el fondo de la tierra, dejando una sombra tenebrosa cubrir las profundidades. Amelia miró con ira a Antares, que éste buscaba mil maneras de poder corregir su error.

-¡Ves lo que provocaste, idiota! - exclamó Amelia lanzando una roca a Antares. El muchacho la esquivó cerca - ¿Ahora qué demonios voy a hacer? Detrás de mí no hay nada, mis hermanos están solos adelante. ¡Aquí me voy a quedar muerta!

-Shhh- susurró Antares - cálmate. Hay otro camino, ve por la izquierda - Antares se alejó de la zanja con cuidado, como si pudiera seguir colapsándose - Iré por tí. Sólo no olvides alumbrar.

Antares siguió su camino y desapareció en las tinieblas. Amelia, desesperada, entró murmurando maldiciones en el otro camino. Éste inmediatamente daba una vuelta a la izquierda, y después otra, regresándola en la dirección donde comenzó. Géminis no estaba frente a ella, sino a su espalda. El camino que Antares no eligió, claramente era el incorrecto.

Y ahora Amelia estaba atorada en él.

Una luz brillante destelló a su espalda. Amelia se dio la vuelta asustada inmediatamente. Su miedo y enojo no la dejaban pensar con claridad.

-Amelia- dijo la voz de Antares- brilla tu luz. 

Amelia hizo que su temblorosa mano brillara su luz mientras buscaba la de Antares de vuelta. Ella seguía avanzando de espaldas por el camino que tenía: un estrecho pasadizo que la alejaba de las luces de sus pequeños hermanos. De pronto, su espalda colisionó con un muro de piedra, dándole otro tajo en la espalda tan doloroso que Amelia dejó sonar un alarido. La luz más cercana a ella de pronto comenzó a acelerar su paso, pero en un giro comenzó a alejarse más y más. Amelia, con la vista borrosa por sus lágrimas, siguió su penoso andar iluminando desesperadamente la noche, no como un faro, sino como una almenara de luz perpetua. 

-¡Antares! ¡Antares!- llamaba Amelia desesperada, enojada con él, enojada con la vida. De nuevo chocó ella contra la pared de piedra, pero ésta vez, los muros la rodearon completamente. La noche se cernía sobre ella como un monstruo gigantesco, devorándola en su propia desesperación.

-Ya no hay camino - exclamó ella con pena - ¡ya no hay! Mis niños... mis niños... ¡Maldito Antares! ¿Por qué dejé que nos guiaras a la sierra?

La Luz de Amelia se debilitó conforme su linterna se calentaba. Éstas poderosas luces no podían brillar por mucho tiempo. Amelia se horrorizó al ver la tenue luz de su linterna desaparecer en las tinieblas.

-No... no...- fue lo único que alcanzó a decir antes que su luz se esfumara.

Con rabia, Amelia lanzó lejos su linterna. Esta desesperación la dejó sola, en las tinieblas, incapaz de salir. Amelia culpaba a Antares con todo su corazón, y deseaba poder tenerlo enfrente para golpearlo hasta que se cansase... o hasta que ya no estuviera perdida.

-Dame la mano. - dijo una voz sobre ella. Sin dar crédito a sus ojos, Antares había escalado los pilares y la veía desde el nivel del suelo. Con agilidad sorprendente, él se había aferrado al pilar para ayudar a Amelia subir.  Ella, sin odio ni ira, subió con Antares a lo alto del pilar, justo en la sierra. Al ver el millar de estrellas de nuevo sobre ella, Amelia no pudo evitar llorar. Tan cerca vio de perder el camino, que ver a Géminis sobre ella de nuevo, fue una imagen poderosa que la dejó sin palabras.

-Cuando no confías, Amelia - dijo Antares con un abrazo reconfortado - estarás por tu cuenta en la noche. Yo también lo estaba, pero juntos, encontraríamos la salida. Eso es lo que pasa al no confiar; no tendrás quien te alumbra. 

-Te ibas, Antares. Las luces de todos se alejaban. ¿Cómo confías en lo que se aleja?

-Hasta las estrellas más brillantes titilan. Pero, Amelia, no es una luz que se va; es una luz que regresa. Confía que volveremos por tí, y nunca estarás sola. - Amelia se limpió las lágrimas del rostro y miró con detenimiento un cúmulo de luces en el páramo, fuera del laberinto de colapsos. 

-Son... ¿son ellos? - preguntó Amelia al ver las doce lucecitas iluminando como si buscasen a alguien.

-Sí - respondió Antares, dándole su propia linterna a Amelia - Y te están esperando. 

Alegre, Amelia con agilidad brincó entre pilar y pilar en dirección a sus hermanos a su encuentro. Aunque Antares permaneció en la oscuridad, con cuidado, volvió al páramo detrás de Amelia. Desde lo lejos, vio a la chica que jamás confió recuperar la luz y su camino.

El Fin de la Era de AcuarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora