001 - El pacto, el barbón y los goblins.

6.5K 620 404
                                    

El viento removió con delicadeza la capucha que cubría su rostro antes de inclinarse en la entrada de aquel orfanato sombrío y dejar con delicadeza un cesto que contenía en su interior un ser demasiado poderoso que, de no haber realizado anteriormente los rituales necesarios para ello, sería imposible de observar más allá de la aguda mirada de pocos mortales selectos. Sus dedos huesudos acariciaron la curiosa cicatriz en forma de rayo del infante con suavidad para luego plantar un beso en ella, un beso que significaba mucho más que una simple bendición.

En ese preciso momento, los ojos verdes de él se abrieron, brillando en la penumbra como su propia maldición, y las luces del lugar se encendieron al instante. Poco después, una mujer anciana envuelta en una fina tela se asomaba afuera para encontrar al niño que cambiaría el destino del mundo mágico para bien o para mal.

Se quedó parada en la acera unos segundos, la luz de la luna iluminando los peculiares grilletes que llevaba en sus muñecas descubiertas, y volteó una sola vez para comprobar que la mujer arrullaba al pequeño como si fuera suyo, prometiéndole cuidarlo y amarlo como, la anciana supondría, sus padres se negaron a hacer.

El reloj marcó las doce en punto a la vez que pequeños destellos de luces rojas y verdes aparecían en el cielo nocturno y una sonrisa de dientes completos se extendía por el rostro de la encapuchada, quien dio media vuelta y desapareció junto al murmullo del viento. Ella al igual que el resto de los seres ligados a su existencia eran capaces de sentirlo, sentir que el futuro ya estaba siendo reescrito como su amado amo lo deseaba.

**

Esa madrugada de noviembre, mientras la encapuchada desaparecía en un parpadeo, en los brazos de la matrona del Hogar para Niños de Saint Jude los ojos jade del niño con la cicatriz de rayo brillaban como no deberían brillar los de ningún otro bebé. Sin embargo, a la anciana mujer le daba igual qué tan extraña resultara la presencia del infante.

Era un bebé y necesitaba cuidados.

Comenzando a tararear una vieja nana francesa que solía cantarle su madre cuando ella era apenas una pequeña niña, la matrona Sophie Bourdeu cargó al pequeño en un brazo mientras con su mano libre inspeccionó la bellamente elaborada cesta del bebé.

―Parece que tus padres no te dejaron aquí por falta de fondos―habló en susurros la anciana al niño, con cuidado de no despertar a las demás hermanas y niños durmientes―. ¡Fíjate lo costosas que deben ser estas mantas!

En el cesto halló un biberón con leche helada debido al frío del demonio que hacía afuera y un sobre que contenía una extensa carta escrita con tinta esmeralda junto a un antiguo reloj de mano dorado con la palabra Mortis grabada en él.

La matrona suspiró, sabiendo que tendría que ser cuidadosa si quería evitar que un pequeño ladronzuelo o alguna hermana desesperada le quitara al bebé de hermosos ojos aquel objeto de apariencia valiosa. Volviendo a poner el bebé en la cesta, se dispuso a leer la carta que la informó de bastantes cosas.

Al parecer, el niño se llamaba Harry James Potter, había nacido el 31 de julio de 1980, tenía todas sus vacunas y sus padres habían muerto en un accidente de coche. También ponía que el niño, Harry, por sorprendente que fuera ya era capaz de hablar con bastante fluidez para su primer año de vida y la carta recomendaba que mientras más rápido lo instruyeran a hacer cosas por su cuenta mejor.

La anciana frunció el entrecejo ante eso. ¿Instruir a un niño de un año de edad a hacer cosas por su cuenta? ¡Por Dios! Él ni siquiera debía saber caminar más de dos pasos solo.

―Con que eres uno de esos chiquillos genios, ¿eh?―murmuró a nadie en particular, porque ella realmente no se creía ese cuento chino.

Por ello, se sorprendió de sobremanera cuando una angelical voz contestó:―Así es, señoda.

The Boy Who Lived - | TOMARRY |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora