Las mazmorras

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Su corazón palpitaba de adrenalina cuando dejo la habitación, miró alrededor. Todo era su culpa y lo sabía, Damon lucía incómodo y más adusto de lo usual.

Era el monstruo que ella presentía... ya no había dudas.

Detuvo su andar. Los ojos desesperados de la mujer le dolieron desde el recuerdo. Era la única responsable de que ese hombre pagara las consecuencias.

Cerró los parpados para pensar. No parecía haber nadie en los pasillos, hasta que una jovencita se aventuró en ellos y Ariadna la miro con esperanza, pero la joven la esquivó como si contagiase la peste. El rumor parecía haberse extendido y era lógico que los demás criados creyeran que hacer alianzas con ella derivaba en castigos horribles.

Había ciertamente demasiados lugares donde podría Damon haber llevado a aquel hombre y la mayoría de seguro ella no los conocía, aún así, recorría la casa Ariadna, con el corazón en su puño.

-monstruo- casi sollozó de rabia- a mí debiste castigarme, no a ese pobre hombre.

Llegó a un pasillo extraño, con un cuadro gigantesco que ocupaba casi una pared, pero ella no se detuvo a verlo, en su lugar, una habitación distinta le llamó la atención. Al detenerse a observar la madera, sin ser una gran conocedora, pudo reconocer que aquel color cobre oscuro no era igual al del resto de la mansión, su brillo parecía apagado, cansado, claro indicio del paso del tiempo. Aquel corredor no había sido remodelado, las cortinas permanecían cerradas, confiriéndole un aspecto lúgubre. No era una supersticiosa, pero incluso sintió una melancolía sobrenatural en aquel lugar. Se acercó a la ventana, el polvo había formado un manto rugoso sobre el marco. Aquello era sumamente extraño, el resto de la casa relucía de limpia. Podría ser la entrada a un calabozo, tendría sentido. Había una sola puerta tras ella. Se aferró al picaporte con fuerza y tiró de el, no cedía.

Sintió la textura de dedos largos y finos aferrarse a su hombro, con suficiente fuerza como para detener su forcejeo frenético. Se detuvo de golpe y giró, se sentía como la mano de Crystal pero había algo distinto.

Allí estaba Isis de pie, mirándola mansamente pero sin perder la seriedad.

-tu...-Ariadna se zafó de su agarre y la enfrentó. Isis bajó la cabeza- nunca más vuelvas a tocarme.

-lo lamento Luna, pero no podía dejar que nadie entrara en esa habitación, el alfa enloquecería.

-¿Qué hay en esa habitación? Estoy buscando a un hombre, que está siendo castigado- para su disgusto no pudo evitar que su voz se quebrara levemente. Odiaba tener que recurrir a ella, pero se lo debía a ese pobre guardia.

-creí que el alfa le confiaba todo- Dijo con una delicada mueca de consternación, pero la ironía brillo en sus ojos. Ariadna apretó los dientes - ¿Por qué guardaría secretos con su propia Luna?Un leve movimiento de sus pupilas oscuras basto para que la satisfacción reluciera en ellas.

Ariadna presionó los puños un poco, no podía dejarse llevar, lo que importaba era salvarlo, no las provocaciones de una Loba. Si perdía los papeles, perdería también la última posibilidad de encontrarlo.

-tú tienes que saberlo- dijo casi entre dientes, olvidándose del cuarto y su misterio- ¿A dónde han llevado a ese guardia?, debo hacer algo... no puedo permitir que...

-está recibiendo un castigo ejemplar- murmuró Isis, saboreando la desesperación de Ariadna, que miraba al suelo fijamente. Se relamió los labios antes de continuar- yo... y muchos más lamentamos esto... no lo malinterprete, con todo el respeto que usted merece, fue su culpa... algunos se están incluso a atreviendo... ¡oh, disculpe! Estoy hablando de más- Ariadna levantó la vista hacia ella. Tenía una mirada de arrepentimiento que lucía sincera.

Desgraciadamente tuya..Donde viven las historias. Descúbrelo ahora