Capítulo 1

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Llegaba tarde. Crucé la calle a paso rápido, y cuando estaba al otro lado, eché a correr.

Llegué sin aliento al hospital donde mi madre iba a dar a luz. Subí por las escaleras porque el ascensor iba demasiado lento. ¿Cuántos pisos eran, 5, 6? Lo pensé mientras subía los escalones de dos en dos.

Recordando que era el séptimo piso, quise ir más deprisa, pero tropecé. Me hice daño en el tobillo, pero seguí andando, ya faltaba poco.

Se acercó a mí una enfermera de gesto cansado y hostil.

-¿A quién busca?

-Es... es mi madre. Va a... a dar a luz.- Le respondí, entrecortadamente.

Algo le hizo cambiar las facciones de la cara, y ahora me sonreía. Su sonrisa era extraña. Era evidente que no acostumbraba a sonreír. Miré distraídamente a ambos lados del pasillo. Sabía el número de habitación donde se encontraba ella.

Me apresuré, y entré en tromba a la sala, derrapando por el pasillo. La escena que tenía delante no se ajustaba a la idea que tenía en la cabeza. La estancia se hallaba vacía, a excepción de una celadora que hacía la cama con parsimonia.

-No está aquí.- Dijo sin levantar la vista.
Caí en la cuenta de que mi madre no iba a parir en una habitación, claro, que tonta. Con las prisas ni había pensado que estaría en el paritorio.

Salí y me di de bruces con una señora. Era la enfermera del pasillo.

-¡Aquí estás! Te iba a decir que el paritorio está en la tercera planta, cuando has salido corriendo.- Ya no sonreía, pero tampoco tenía cara de haber visto algo desagradable.

-Muchas gracias.- Le dije educadamente.

Cuando llegué a la tercera planta, bajando en ascensor esta vez, pregunté por mi madre y me indicaron por dónde debía ir.

Al llegar a la puerta de la sala, vacilé antes de tocar. Entonces di el paso y entré con el corazón en un puño.

Vi a mi madre con un bebé en brazos. Tenía una enorme sonrisa en la cara. Y sus mejillas, ya de por sí sonrojadas, lo estaban más aún. Se notaba lo cansada que estaba, pero aún así le brillaban los ojos. Al lado estaba el hombre que más odiaba del mundo, mi padrastro, el papá biológico del niño.

Al escuchar mi respiración agitada, mi madre giró la cabeza y me vio.

-¡Emily, cariño! Ven, no te quedes ahí.- Su alegría era muy contagiosa. En seguida estaba caminando hacia ella.

Me dejó coger al bebé en brazos.

-¿No es un niño precioso?- Preguntó él.

Yo no sabía qué decir. Mi madre no había querido saber el sexo del bebé hasta que naciera, así que la noticia me pilló por sorpresa. Él quería que fuese niño, pero yo quería una hermanita.

-Todos los bebés son iguales.- Le respondí, con un tono neutro, y volví a dejar al bebé en brazos de mi madre.

-¡Emily!- Me reprendió ella- ¡No le contestes así a tu padre!

Quise gritarle que él no era mi padre, que nunca lo había sido, y que nunca lo sería.

-Es igual.- Dijo él, sin perder la sonrisa.

Siempre era tan amable pero yo quería a mi padre, y él llegó y lo estropeó todo con esa sonrisa.

Me di la vuelta, y salí de allí sin mirar atrás.


Te Veré en mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora