Capítulo 1

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-¡Señorita!... -el llamado, prácticamente en un grito, me despertó de mi ensoñación.

-Si, disculpe... -le contesté, parándome de un salto, buscando a la recepcionista con mis ojos un poco perdidos.

-El señor Thomas la espera en su oficina -me comunicó amablemente con un tono más bajo, colgando el auricular del intercomunicador -Por el pasillo, cruzando las puertas de vidrio, el señor estará aguardándola -extendió su largo y fino brazo, indicándome el camino.

Como siempre suelo hacer, había llegado temprano, y tuve que quedarme en la recepción del periódico (el periódico más grande de la ciudad) aguardando a que llegara la hora a la que me habían citado. Mi cabeza funcionaba a dos mil kilómetros por hora, pensando y repensando, y logrando ponerme a mí misma más nerviosa de lo que ya estaba. Por fin tenía la entrevista que había estado buscando durante tanto tiempo: esto era lo que quería, este era el trabajo que había estado esperando. ¡Y vaya si lo necesitaba!

Concentré todos los nervios en mis puños y avancé por el pasillo, con paso firme y decidida. Este tenía que ser mi nuevo trabajo. Me imaginaba entrando todos los días por este pasillo, saludando a la risueña recepcionista. Empujé la doble puerta de vidrio y me encontré en un pequeño hall... y sin saber hacia dónde ir. ¿Izquierda o derecha? Desde ambos sectores me llegaba el bullicio de una oficina evidentemente enorme y atareada, aunque no podía ver nada de lo que estaba pasando. Decidí que iba a ir hacia la izquierda, cuando desde la derecha escuché un chistido.

-¡Chist! -el hombre que me clavaba los ojos y osaba chistarme hablaba por su celular, y levantaba su dedo índice indicándome que espere. -Si, claro... Coordina con ambos, pero que no pase más de una hora, de lo contrario no me servirá. ¡Joder! No me interesa. Resuélvelo y llámame cuando estés listo.. -hablaba sin sacarme los ojos de encima- En cinco minutos estaré conectado.

Terminó la llamada en su celular deslizando un dedo sobre la pantalla con el entrecejo fruncido, y dedicándome nuevamente una mirada de arriba a abajo, dio media vuelta y se perdió detrás de la pared por la que había aparecido.

¿Qué? ¿Acababa de chistarme como si yo fuera un perro? ¿Estaría yo en el lugar equivocado y me estaba indicando que me vaya? ¡Que vergüenza! Giré sobre mis tobillos y me dispuse a empujar la doble puerta de vidrio nuevamente, cuando lo escuché de vuelta detrás mío.

-¡Chissst...! -Me giré para mirarlo -¿Quieres tener la entrevista o no? -me dijo, visiblemente contrariado. A esa altura me di cuenta de que su entrecejo fruncido era una constante en su expresión.

-Si, claro que si... -balbuceé.

-Entonces, ¿por qué no me sigues? -se giró y volvió sobre sus pasos- Como si tuviera todo el día... -lo escuché resoplar entre dientes.

-Porque... -contesté levantando la voz, para que pudiera escucharme- no sabía que chistar era la seña universal para seguir a alguien...

Giró su cabeza y me miró. Me sentí por un momento demasiado informal, y encuadré mis hombros, parándome derecha. Creí ver sus ojos detenerse en mi pecho, pero supuse que era mero instinto masculino, porque quitó la mirada rápidamente. Él tampoco iba muy formal, su camisa arremangada hasta los codos estaba bastante arrugada, a decir verdad, y su espesa barba se veía desprolija. Pero como para el puesto de fotógrafa tampoco tenía que estar vestida de gala, me encogí de hombros y lo seguí.

Efectivamente salimos a una oficina gigantesca y sin divisiones, llena de cubículos bajos desordenados y papeles por todos lados. La gente iba y venía, se movían de un lado a otro, haciendo retumbar los pasos en las alfombras. Había teléfonos sonando aquí y allá, alguna corrida atravesando el aire, risas a lo lejos, olor a café.

Te odiaré quizás mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora