Capítulo 9

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Tamborilleaba mis dedos sobre mis labios mientras mantenía la vista perdida en alguna parte del techo. La oficina era, como siempre, ruido, murmullo, teléfonos sonando y... mis pensamientos que lograban opacar todo eso. Sólo podía escuchar mi cabeza trabajando incansablemente. Nada. Para él, el beso no había sido "nada". Seguramente, un impulso producto del cansancio de los dos y, quizás, de la adrenalina de la pelea que habíamos estado teniendo. Nada más, nada menos. Así que podía dejar de fantasear, dejar de empezar a sentir la ansiedad de verlo por las mañanas o ese rato a última hora, cuando sólo se sentaba a esperar en mi cubículo a que terminara mi trabajo. Podía concentrarme solamente en mi trabajo, que es lo que quería en realidad. Pero entonces, ¿los mensajes durante la noche? ¿Que habían significado?

-¡Booo! -susurró Tim en mi oído, y grité, saltando sobre mi silla.

-¿Qué car...? ¿Qué haces, Tim? -lo fulminé con la mirada mientras me tomaba el pecho.

-Simplemente te asusto. ¿Todo bien hoy con el ogro de la oficina del fondo, hermosa? -se recostó en la entrada y señaló con la cabeza hacia la oficina de Ed.

-Si, todo bien Tim -volví mi cabeza hacia mi monitor y desenrollé los cables de los auriculares. No sentía ganas de hablar, y odiaba que me llamara "hermosa", "linda" o el adjetivo que se le ocurriera ese día.

-Ok... entiendo. ¿Quieres salir a almorzar hoy? -dijo antes de darse vuelta. Negué con la cabeza, frunciendo un poco la nariz e intentando sonreírle. Hoy no tenía ganas de hablar con nadie, y Tim estaba poniéndose demasiado invasivo últimamente.

La mañana pasó rápido, y la hora del almuerzo me quedé trabajando en mi escritorio, casi sin darme cuenta. Los preparativos de la exposición se habían puesto en marcha y me había pasado horas revisando discos en busca de organizar las fotos. Sumergida en mis pensamientos, el día se me había escabullido entre los dedos, y mi trabajo estaba terminado para la hora de salida. Me apresuré a guardar mis cosas y salí junto con el resto de los empleados, por primera vez desde que había empezado a trabajar en la empresa. Iba a extrañar el pequeño paseo en ascensor con Edward, pero también prefería evitar estar encerrada con él.

El aire fresco de la noche veraniega se coló entre mi ropa cuando salí a la calle, y respiré profundamente. Lo de Edward y yo había sido, evidentemente, algo del momento, y prefería hacer borrón y cuenta nueva, y comenzar de cero con él. Él mismo lo había dicho, él mismo había cambiado su actitud para conmigo, y yo tenía que seguir ese ejemplo. Era mi jefe, y me gustaba mucho mi trabajo, y nada bueno podía salir de una situación así. ¿Y entonces por qué seguía pensando en él? ¿Por qué seguía recordando su voz profunda, sus ojos claros bajo sus espesas cejas, sus enormes manos apretando la carne en mi cintura, su lengua tibia invadiendo mi boca con descarnada necesidad?

Porque me había gustado.

Simplemente por eso. Y tenía que asumirlo tanto como tenía que poner paños fríos sobre mi ávida imaginación rápidamente.

Tecleé un mensaje a Lucy y su respuesta no se hizo esperar.

...

Entré al ruidoso bar y busqué a Lucy con la mirada, estirándome sobre la punta de mis pies. Era temprano, y sin embargo el lugar estaba casi lleno. Me abrí paso entre la gente y me subí al único taburete vacío en la barra.

-¿Qué te sirvo, linda? -me gritó el muchacho rubio detrás del mostrador, tratando de hacerse escuchar por sobre la música y desplegando para mí una enorme y blanca sonrisa de publicidad.

-Una cerveza. ¡Con limón! -le sonreí de vuelta y me alcanzó la escarchada botella dorada. Miré alrededor mientras le daba un gran sorbo. El lugar era oscuro, con paredes de madera de piso a techo. Sólo el brillo de las botellas coloridas de licor detrás de la barra le daban luminosidad y alegría. Contra las paredes había algunas mesas, ya llenas de gente que había salido de las oficinas cercanas y se disponía a pasar un momento agradable después de una ardua jornada de trabajo. Como yo. De fondo sonaba un bullicioso tema de Oasis, y comencé a sentirme a gusto mientras tarareaba la letra.

Te odiaré quizás mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora