Capítulo 2

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El señor Thomas era, en la escala de antipatía, el primero en la lista por sobre toda la gente que conocía en el mundo. Entendí rápidamente que las probabilidades de llevarme bien con él eran escasas, y eso me preocupaba. Entendí también que lo único que podía llegar a lograr con él era una distante relación laboral, aunque no pretendía nada en especial: siempre había logrado hacer amistad con la gente con la que trabajaba, y eso me gustaba mucho. No es que quisiera una amistad precisamente con él, simplemente quería llevarme bien. Y eso iba a ser difícil, considerando que evidentemente era muy mal humorado, muy mal educado y con muy poca paciencia, y que, por alguna razón, parecía tener especial desinterés hacia mi persona.

Pero no iba a dejarme vencer.

Comprobé mis teorías en mi primer día de trabajo, cuando al llegar por la mañana sus ojos azules, apenas visibles debajo de sus espesas y fruncidas cejas, se clavaron en los míos sin ninguna expresión, mientras desandaba su camino hacia su oficina. Ningún "buen día", ningún "bienvenida", ningún "suerte en tu primer día". Ni siquiera una sonrisa. Sentí mi cara enrojecerse ante su mirada punzante, mezcla de bronca, vergüenza y algo más que no logré definir.

-No te preocupes. Te acostumbrarás a ignorarlo como él hace con nosotros -me dijo la cabeza asomada a mi cubículo. -Hola. Soy Tim -el rubio regordete me extendió su mano mientras me mostraba una enorme sonrisa.

-Soy Josephine. ¿Es siempre así con todos? -le dije, tomando su mano mientras le devolvía la sonrisa.

-Si. Lo es. Quisiera mentirte, créeme, pero no puedo. Su actitud es una mezcla: odia su trabajo, nos odia a todos y, además, es un cabrón de nacimiento. Pero con el tiempo te acostumbrarás a dejar de saludarlo y a dejar de esperar que te dirija la palabra. Se que es difícil, porque es tu jefe directamente y tú su única empleada directa... pero te acostumbrarás.

-Es muy difícil. ¿Se había acostumbrado quien estaba en mi puesto antes que yo?

-Pffff... -Tim revoleó los ojos, arqueándose hacia atrás exageradamente- Hubo decenas en este puesto. No duran mucho... -se detuvo y se tapó la boca- No digo que tú no vayas a durar. Es que nadie ha logrado tener la paciencia suficiente para aguantar sus mierdas, y piden el cambio de sector o se buscan otro trabajo. Pero confío en tí -trató de enmendar sus palabras con un cariñoso toque en mi barbilla -Estoy seguro de que debes ser tan inteligente como hermosa -me guiño un ojo y debió ver el rubor invadiendo mis mejillas, porque se despidió amablemente y me dejó sola en mi puesto de trabajo.

Mi escritorio estaba alejado de la oficina de Edward, pero podía verlo directamente si me estiraba y levantaba mi cabeza. Y sabe Dios que lo miré. Me parecía fascinante que fuera tan hermitaño. Durante toda la mañana permaneció encerrado entre esas cuatro paredes, y podía verlo a través de las rendijas de su persiana americana mientras caminaba hablando por teléfono, o tecleando sin descanso en su computadora. Un incesante ir y venir y gesticular con sus brazos. Un par de veces levantó la mirada, y me sonrojé al ser descubierta, al punto de hundir mi cabeza en mi monitor y no levantarla nuevamente por horas.

Durante toda la mañana no tuve nada para hacer. Nada en absoluto. Pensé golpearle la puerta de su oficina para preguntarle, pero supuse que ya iba a tener novedades de él si llegaba a necesitarme. A media mañana caminé brevemente entre los escritorios y, acompañada por Tim, conocí algunas personas que trabajaban en el área, aunque todos se veían demasiado apresurados y ocupados como para poder entablar una conversación. Tim, en cambio, se mostró contento de verme y acompañarme hasta la cocina a tomar un café. Él era el jefe de redacción de la sección de deportes, un sector mucho más relajado que el mío.

La recepcionista de sonrisa permanente parecía concentrada en una lectura cuando volvía hacia mi oficina.

-Hola... -le dije, apoyándome con ambos brazos en el mostrador.

-Hey, ¡hola! ¿Josephine, verdad? -asentí con la cabeza -Soy Pat. Es un gusto que estés trabajando con nosotros -era extremadamente simpática, y llegué a ver entre sus manos una revista de espectáculos. -Recuerdo que casi estabas dormida aquí el día de tu entrevista.

-¡Lo se! Había llegado muy temprano. Aunque ahora no se puede decir que esté trabajando precisamente. No tengo mucho para hacer, y mi jefe... -hice un gesto frunciendo los labios, y Pat se rió.

-Tu jefe...

-¿Cuál es su maldito problema? -le dije, y nos reímos juntas.

-Podríamos decir que él es un tanto... -se quedó pensativa, buscando la palabra adecuada en su cabeza-... particular. Si, es un tanto particular. Pero no te dejes doblegar -me contestó, palmeándome la mano con cariño.

-¿Particular? No lo describiría como "particular". Lo describiría como un... -golpeaba mis labios con mi dedo índice, buscando una palabra, como había hecho ella hacía un momento -...¿ogro?

Pat lanzó una carcajada y se tapó la boca, mirando hacia los costados, esperando que nadie la hubiese escuchado.

-Si, ese es justamente uno de los apodos que tiene por aquí.

Y yo, la chica nueva, me sentí mal por él. Estaba segura de que había algo más detrás de su ceño fruncido, estaba segura de que todo eso era simplemente una actitud autoimpuesta.

-¿Siempre fue así?

-Que yo sepa... si. No está hace mucho en este área, sólo un par de años, y desde que está aquí tiene esa actitud. Tiene dias mejores y días peores, pero en general siempre está apurado, callado y... algo enojado -Pat me hizo un gesto, apoyándose una palma en el pecho, indicándome que lo sentía por mí. -No voy a mentirte -dijo comenzando a hojear la revista nuevamente -por tu puesto han pasado muchas personas. Simplemente se cansan de su actitud, y es bastante entendible. Pero tú pareces realmente simpática, quizás tengas suerte con él. Además, nunca hubo una chica en ese puesto, ¡y tienes mi total apoyo!

-Lo mismo me dijo Tim. Creo que tienen muchas expectativas conmigo, y estoy comenzando a sentirme presionada -me reí.

Pat se enderezó en su silla de repente, sus ojos asustados mirando hacia su izquierda. Giré mi cabeza y me enderecé también. Allí estaba, parado con las manos en la cintura, con las cejas tan fruncidas que el espacio entre ellas prácticamente había desaparecido.

-¿Podrías, por favor, acercarte a tu puesto de trabajo cuando termines la charla? -fue todo lo que dijo el señor Thomas antes de darse la vuelta y volver hacia las oficinas con trancos firmes y enormes. Me mordí los labios con remordimiento mientras Pat se tapaba la boca con ambas manos y sus ojos me miraban abiertos como dos platos. Me apresuré en llegar a mi escritorio; la puerta de su oficina se cerró detrás de él con un portazo.

Me senté frente a mi pantalla. Tomé una respiración profunda, y traté de descifrar lo que me estaba pidiendo en la catarata de mails que llenaban mi bandeja de entrada. Con suerte, el señor Thomas apenas escribía un par de palabras en cada uno, y eran como pequeños acertijos. Levanté una ceja y eché una mirada hacia su oficina. No iba a ir a preguntarle nada: ya estaba demasiado enojado y yo, demasiado avergonzada. ¿Qué pretendía que hiciera? Hacía horas que estaba sentada en mi escritorio sin hacer nada. Solamente había salido a recorrer las oficinas un rato. Recorrida que, si él fuera un jefe normal y cortés, me hubiese ofrecido hacer junto a él, como gesto de bienvenida. Pero no, lógicamente eso no era algo que él fuera a hacer.

Traté de aplacar el miedo y los latidos apresurados de mi corazón y concentrarme en lo que tenía que hacer. Si quería conservar mi trabajo, el principal desafío no era demostrar cuánto sabía sobre fotografía, o cuán prolija y correcta podía ser en mis tareas. El desafío sería no dejarme amedrentar por Edward.

Te odiaré quizás mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora