Capítulo 25

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-Hola, linda. Lamento mucho lo del viernes -Tim chasqueó la lengua, como si "lo del viernes" hubiese sido olvidarse de darle un regalo de cumpleaños -Sé que tu lamentas también el golpe que me diste -se acarició la mejilla suavemente, mientas una sonrisa de costado aparecía dibujándose en su rostro lentamente- El alcohol nos pone pasionales, ¿no lo crees?

-Te equivocas en dos cosas -le dije, levantando mi mirada- La primera, el alcohol no me pone pasional. De echo, estaba en pleno uso de mis facultades cuando te golpeé. La segunda, no lamento haberlo hecho.

-Sé que en el fondo lo lamentas. Y sé también qué puedes hacer para compensármelo. Me debes una grande... -dijo Tim, entrando al mi cubículo.

Me levanté de mi silla, y giré para enfrentarlo. Estaba a tan sólo unos centímetros de mi cuerpo, y respiraba sobre mi cabeza.

-Así que te debo una "grande"... -le dije sonriendo- Eres toda una caja de sorpresas, Tim.

-Lo soy. Y puedo hacer que todo este asunto de Edward y tú -fingió un escalofrío en el cuerpo, como corporizando el desagrado que le daba imaginarnos a Edward y a mi juntos- sea olvidado por todos. Tu sabes, así como se esparció el rumor, puedo aplacarlo.

-Oh, ¿en serio? -le dije, tomándome el pecho, fingiendo sorpresa- Eres increíble, Tim, en serio lo eres. En realidad, creo que me arrepiento de haberte dado esa bofetada ayer. Lo que debería realmente haber hecho fue esto -levanté mi rodilla y atiné un certero y sordo golpe en su entrepierna.

Lanzó un grito ronco, cayendo de rodillas al piso. No pude evitar sonreír, al verlo agarrándose con ambas manos entre las piernas y rodar por el piso en posición fetal.

-Si me disculpas, necesito un café -le dije, pasando por encima suyo.

Ni bien puse un pie en el pasillo, supe que el espectáculo era completo. No sólo todos miraban cómo Tim yacía en el piso, doblado de dolor, sino que incluso algunas cabezas se asomaban por los cubículos para ver a Edward parado al final del pasillo. Estaba petrificado, mirando a Tim en posición fetal, tirado a mis pies. Sus piernas estaban ligeramente separadas, y los brazos le colgaban pesadamente a los costados, cerrados en dos puños apretados. Me miró. Lo miré. Miramos a Tim. Y no pude evitar largar una sonora carcajada. Las cabezas ahora voltearon hacia mí, mientras mi cuerpo se sacudía con la risa.

-¿Qué carajos...? -alcanzó a decir Tim desde el piso, gruñendo de dolor.

Algunas risas se escucharon alrededor, mientras la gente se agolpaba alrededor nuestro.

-Lo siento, Tim -dije cuando pude dejar de reír- pero creo que todos aquí deberían saber lo cabrón que eres -levanté la cabeza y hablé en voz alta -¿Alguien sabe lo cabrón que es Tim? ¿O todos lo saben y simplemente no se animan a decírselo al chico "protegido" del periódico?

-Yo creo que es un cabrón -dijo desde el fondo la vocecita de Pat, y la amé en ese instante- Trató de invitarme a salir infinidad de veces, y cuando por última vez le dije que no, misteriosamente los teléfonos de recepción aparecieron desconectados ese día y no pude recibir una sola maldita llamada. Casi me hechan -dijo, encogiéndose de hombros.

-¡Lo mismo por aquí! Me volvió loca -dijo una chica que nunca había visto antes, cruzada de brazos alrededor nuestro.

-Veo que tienes un amplio historial, Tim. Creo que la patada en la ingle estuvo bien dada, entonces.

Edward seguía mirándome, parado enfrente mío en la ronda de gente que se había formado. No sabía lo que estaba pensando. No sabía lo que había hablado. No sabía si aún yo tenía el puesto, o si aún él tenía el suyo. Lo único que sabía es que no iba a dejar pasar lo que había hecho Tim, y no me importaba lo que eso me costara.

Edward avanzó hacia adelante, abriéndose paso entre la gente, acortando la distancia que nos separaba. Se paró enfrente mío, muy cerca, y me miró desde arriba. Tim trataba de incorporarse, sentándose en el piso entre nuestros pies.

Antes de que pudiera darme cuenta, la boca de Edward estaba sobre la mía, dándome el beso más suave y apasionado que me habían dado nunca. La confusión sólo me dejó escuchar los aplausos alrededor, sin poder comprender mucho más. Ahí estaba, el jefe más cabrón y solitario de todo el periódico, el hombre más hermitaño y mal humorado del edificio, el más callado y antipático que se pudiera encontrar, abrazándome enfrente de todos y reclamando mi boca con la suya.

Terminó el beso con un roce de su nariz con la mía, y aflojó el agarre de sus brazos en mi cintura. No había notado que mis pies apenas tocaban con las puntas el piso. Los aplausos cesaron, y Tim finalmente se incorporó de pie, todavía confundido, mirándonos a ambos con cara de evidente asco y sorpresa.

-A partir de ahora, me importa muy poco lo que piensen todos ustedes de las mentiras que este... ser humano aquí -señaló a Tim con un movimiento de barbilla, despectivamente- ha estado contando de mi -me tomó por la cintura, apretándome contra su cuerpo- Esta mujer aquí es mi mujer, le moleste a quien le moleste, le guste a quien le guste, me importa tres carajos. Y ella ha trabajado duro, más que nadie que conozca, para lograr sacar adelante las tareas imposibles e infinitas con la que la atosigué, poniéndola a prueba. Además de eso, logró sacar adelante una idea brillante para la muestra de fotos anual, y lo ha hecho sola. Se ha ganado su lugar en este periódico con su trabajo y talento. Y se ha ganado mi corazón con su maldito y ácido humor, y con un concierto de Limp Bizkit.

Los aplausos volvieron a estallar y hundí mi cara en su pecho, muerta de vergüenza por lo que estaba pasando, y desmayada de felicidad por lo que estaba diciendo. Me aferré a su camisa con mis puños, trayéndolo contra mi cuerpo, apoyándome en él. Levantó mi cabeza poniendo un dedo bajo mi barbilla, suavemente, y me miró a los ojos, buscando saber cómo me sentía. Mi cara se enrojecía más y más, minuto a minuto, y susurró muy cerca de mi boca.

-He cometido errores en esta empresa antes, pero Josephine definitivamente fue un acierto -terminó de decirles a todos, y se dirigió a mi- Te quiero, Jo. Luché contra esto desde que nos vimos por primera vez, porque no quería arrastrarte a mis problemas y mi mala reputación aquí adentro. Pero no dejaste que me aleje de tí, no te diste por vencida, y ahora nada más me importa que hacerte feliz. ¿Dejarías que este maldito cabrón te haga feliz o seguirás odiándome?

Sonreí. Me paré en puntas de pie y lo besé.

-Quizás, por ahora, dejaré lo de odiarte para mañana.

Te odiaré quizás mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora