31: Compras.

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NAIARA.


Tal vez estoy demasiado cansada. Tal vez tuve el erróneo pensamiento de rendición y no lo llevé a cabo. Tal vez debería levantarme de mi lugar y hacer algo con mi estúpida vida problemática. Tal vez no quiero. Tal vez no quiero, pero debo...

Me encuentro haciendo mi tarea con toda la calma posible, cuando el hambre ataca. Mis tripas empiezan a comerse entre ellas y decido que no quiero aguantar más sin comer un poco. Las palabras de Rossel -el profesor de Gestión Empresarial-, llegan a mi cabeza como un foco que ilumina mi vida, y por eso dejo de lado los cuadernos que están sobre el desayunador, para ponerme a buscar algo para comer.

Mi refrigerador está vacío. No se diga de la alacena, en la que solo me encuentro una lata de aceitunas vencida. No hay ya nada. Ni las galletas que compré la semana pasada, ni la leche, ni los fideos. Y es que he pasado más tiempo de lo que creí que pasaría con esa comida.

Mascullo una maldición por lo bajo y voy directamente a mi cuarto. Me cambio el pijama corto que traía puesto, por un pantalón oscuro, calzo un par de zapatos de piso y me pongo un jersey sin camisa por dentro, porque realmente tengo mucha pereza.

Saco de mi cartera de mano unos cuantos billetes y salgo al fin de mi casa con la intención de buscar comida. Es sorprendente como luego de pasar un fin de semana entero encerrada, pueda ver a la luz con tal naturalidad, a diferencia de la última vez que salí de compras.

Las personas en la calle no me dan atención, y eso de verdad me alegra. Sin embargo, me sorprende muchísimo cuando veo una camioneta negra aparcada justo en la salida de la calle donde vivo. No me sorprende que sea una camioneta, o que esté estacionada -ya que por estos lados nadie tiene auto-, más bien, me sorprende el hecho de que me parezca conocida.

Yo he visto antes esa camioneta...

Trato de no darle mucha importancia, hasta que veo a Dante -el hermano mayor de Bradley- saliendo de la casa de una señora que vive por aquí. La señora parece tratarlo con mucha amabilidad, y él parece muy agradecido. Ni siquiera me nota. Empieza a caminar con rapidez hacia adelante y se detiene justo frente a la puerta de mi pequeño apartamento. Y yo me quedo estática, con el corazón latiéndome a toda velocidad en el pecho.

Es un hecho; cualquier cosa que tenga que ver con Bradley me pone muy sensible. Me parte el corazón en pedazos o simplemente me hace sentir diferente. A veces, este mismo dolor, o sentimiento de vacío, es lo que me recuerda que estoy viva. El dolor me recuerda que sigo aquí.

-Dante -digo, en voz clara y segura, pero él no me escuchar-. ¡Dante!

Mi grito llama de inmediato su atención, y cuando se vuelve a verme, parece muy sorprendido. Yo me quedo estática, con las manos dentro de los bolsillos de mi jersey, y espero a que se acerque. A duras penas lo hace, su pie izquierdo le pide permiso al derecho para poder avanzar... duda en acercarse.

¿A qué viene? Se veía tan seguro cuando estaba tocando a mi puerta, y ahora que me ve, parece dudar. ¿Qué le pasa?

-Naiara... -murmura, y yo lo veo incómoda-. ¿Qué te ha pasado? Por un carajo, te ves... te ves realmente mal.

-Vaya, muchas gracias -murmuro, tal vez estoy siendo un poco irónica. Pero me ha molestado que me recuerde que no soy la misma de antes y que parece que he resucitado de mi tumba-. Tú te ves igual que siempre; muy bien.

-Lo lamento -parece verdaderamente avergonzado ahora-. Perdón, sí, yo... yo me he pasado. Lo siento.

No quiero que siga con eso. Por eso, decido cambiar de tema.

- ¿A qué venías? -Cuestiono.

-Bueno, todos estamos preocupados por ti -explica-. Ya sabes; mamá, papá, el abuelo, Gabrielle es la más preocupada entre nosotros, Phoebe ha intentado comunicarse contigo en más de una ocasión, e Irene... bueno, Irene también se preocupa a su manera. Y no se diga de nosotros; Zack, Terrence y yo estamos muy preocupados por ti.

-Oh -trago duro, y miro a mis manos por un segundo, avergonzada-. ¿Entonces todos ustedes saben lo que pasó?

-Sabemos lo que Bradley nos comentó. Y hablando de él; está ahogándose en el mundo de la depresión por ti, por todo esto en realidad -mi cabeza se alza rápidamente y lo miro, sorprendida-. Está preocupado, y triste, y parece que se va a volver loco.

-Pues no debería -murmuro-. No debería de estarlo. No merezco que ninguno de ustedes esté preocupado por mí. No sé qué les contó Bradley, pero seguro dista mucho de la realidad.

- ¿Lo de tu vídeo? ¿Y lo de Miller Mitchels? ¿Que lo mandaste a comer mierda después del drama? -Cuestiona, y hunde sus manos en los bolsillos de su pantalón de vestir-. No nos iba a mentir, Naiara. Pero tampoco nos dijo tu dirección, ni nos dio tu número. Por eso me he hecho cargo de buscarte por mi cuenta.

-Y has hecho mal -susurro, pero él lo oye-. No debiste hacerlo. Le pedí a Bradley que no me buscara más. Y te lo pediré a ti también.

- ¿Puedo saber adónde te diriges?

-Voy al supermercado por algo de comida -mascullo con inquietud-. Y quiero volver cuanto antes a casa. ¿Eso es todo lo que necesitabas? ¿Saber que estoy bien? Lo estoy.

Me estoy haciendo daño. No me agrada la idea de tratar mal a estas personas que solo se preocupan por mi bien, pero realmente no quiero que pasen malos ratos por mi culpa. Soy una persona mala, alguien que no debe tener acercamiento social con nadie. Es vergonzoso.

-Vamos, te acompaño. Tenemos mucho por hablar tú y yo, Naiara.

Eso hace. Dante me acompaña al supermercado, y sorprendentemente, me llena el carrito con comida. Carbohidratos a montón, grasas, harinas, pan... todo menos fideos instantáneos, o galletas. Y él lo paga todo, sin dejarme rechistar ni un poco. Además de eso, me acompaña a mi apartamento y se sienta en el desayunador mientras bebe de una botella de jugo de aloe. Yo solo me abrazo a mí misma, apenada.

- ¿Te encuentras bien como dices en realidad? -Pregunta en un tono que denota verdadera preocupación, y me mira a los ojos-. Sé sincera, por favor.

Decido que lo seré.

-Es muy probable que cada día que transcurre me siento más agotada, más hundida, con menos vida -explico, y me sorprende que salga justo como lo he pensado-. Detesto mi vida, mi cuerpo y todo lo que me rodea la mayor parte del día. Y me siento asqueada de todo y de nada. El hambre me llega solo cuando no he comido en días. Me da sed una vez al día. No tengo ni fuerzas ni energía. Quisiera dormir todo el día y no salir de la cama.

-Dilo todo.

-Estoy harta de vivir -admito, y él se sorprende de inmediato. Claro que es una confesión muy fuerte-. Pero no quiero morirme. Tengo tan solo dos razones para no hacerlo, para no irme al carajo sin siquiera decir adiós.

- ¿Es justo lo que estoy pensando? -Sé que debe creer que se trata de Bradley, pero no lo hace.

-La primera razón que tengo es mi abuelo. Él me espera, esperanzado en que lo sacaré de su casa y le daré amor y todo eso que le prometí antes de venirme a este lugar -trago el nudo que se ha hecho en mi garganta, es enorme-. Y la segunda razón, es porque me estoy castigando a mí misma. El peor castigo es el de vivir sin ganas de hacerlo. Y a veces, los humanos tenemos que pasar por eso. Me obligo a soportar la soledad, el hambre, y un corazón roto porque me lo merezco. Porque debí pensar antes de hacer las cosas que hice.

-Eso está mal.

-Me pediste sinceridad, Dante. ¿Ahora ser sincero está mal? -Cuestiono, y él se queda callado por un largo, largo rato.

La última oportunidad [Libro II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora