III

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Narra Jabel:

Dos horas. Ése es el tiempo que nos toma terminar de llenar y sellar las cajas. Yo no tardo mucho, pues no pretendo llevar demasiado. Si mucho la ropa suficiente y lo que colgaba de mis paredes. Claro, todo revuelto de una manera extraña pero entendible para mí. Tan solo ocupé dos cajas, teniendo en cuenta de que no ordené nada.

Finalmente todo está organizado en cuatro pilas de cajas, empezando a subir una por una al gran camión que llegó hace unos minutos.

Esto es una especie de cadena. Mi padre está arriba del camión, recibiendo las cajas por parte de Leonor, a quien se las entrega Joel después de agarrarlas de los pilares.

Y mi madre y yo, apartados de todos. Manteniendo un contacto visual que ninguno entiende, ni siquiera yo. Es como si nos comunicáramos a través de la misma, pero sin decirnos nada, obviamente.

-Creí que no irías con nosotros -pronuncia ella con un notorio alivio en la voz.

Y yo había creído lo mismo. ¿Qué me había hecho cambiar de opinión? No tengo idea. Pero por otro lado, no puedo dejarlos. Ellos son mi familia, y a pesar de mi edad, hay algo que sencillamente me atemoriza de tan sólo pensar en no tenerlos. No despertar con alguna mala jugada de mi hermana, con el olor a desayuno desde la cocina que me llevaba a la misma como un muerto viviente, en las palabras de mi hermano para a veces reconfontarme en cuanto la decepción que se puede sentir estando en la universidad, y el complot con mi padre todos los días, fastidiando a todos.

Es eso. Son ellos quienes inconscientemente no me lo permiten. Siempre que llego de nuevo después de estar por fuera, siento una inmensa calidez en el cuerpo, como si un manto me cubriera al instante de pisar esos suelos. Ellos son mi hogar, lo que más amo; y no cambiaré eso por nada del mundo.

-Lo sé. Pero, ¿Tú, lo sabes también?

Está claro. Ni yo sé qué iba a decir después de eso que habría podido ser un juego de palabras si tan sólo supiera hacerlos.

Una sonrisa. ¡Una sonrisa! De esas que casi no se ven en ella; se hace presente. Acariciándome el alma con una suavidad inexplicable. Ella es mi madre, y yo soy feliz si ella lo es. Al igual que una madre es feliz si su hijo lo es.

-Me alegra que lo hayas pensando y hayas tomado esa decisión. Eres mi hijo, el mayor, me sentiría incompleta sin ti.

Obviamente ella había ignorado mis palabras anteriores, sabiendo que no tenían sentido alguno. Y eso me hizo sonreír con diversión.

-Y a mí me alegra saber que sigo siendo aceptado aquí después de tener la edad que tengo.

Mi sonrisa sigue ahí, pero mi voz no suena animada. Sé que cualquiera que supiera que yo seguía viviendo con mis padres, me llamaría vago, inconsciente, mantenido. ¿Pero qué puedo hacer al respecto? Muchas veces he pensado en marcharme, empezar mi vida a parte, pero no puedo. ¡No puedo!

-¿Y eso en qué implica? ¿Acaso importa? Eres MI hijo. Y si tú quieres vivir el resto de tu vida con tus padres, ¿Quiénes somos nosotros para negartelo? No eres un vago. Estudias, trabajas, y aparte, cuidas de tus hermanos. ¿No crees que tienes merecido estar con nosotros? Y aunque así no hicieras nada, ¿Crees que sería capaz de dejarte a tu voluntad? Tampoco seas idiota, Jabel.

... Bueno, eso había sido lindo, pero rudo.

De un modo u otro, sé que esas palabras son sinceras. Como cualquier palabra que sale de ella. Definitivamente, si algún día tuviera la oportunidad de tener hijos, ella sería el mejor ejemplo a seguir. Sincera, dulce a su manera, pero honesta para ver el mundo como es debido, y no llenar la cabeza de ilusiones y farsas, como lo hace un político.

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