Capítulo 7

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Lo que quedaba de semana se pasó rápidamente.

Bueno, no del todo. Realmente, Amaya estaba deseando que llegara el viernes, y al fin había llegado.

Por suerte, solo habría que ir por la tarde, ya que por la mañana, no había clase.

-¿Hoy no vas al instituto?- preguntó a Amaya su padre.

-No.- dijo secamente. No solía hablar con sus padres. La mayoría del tiempo estaban fuera de casa, y cuando lo hacían, volvían el ambiente muy hostil. Le resultaba muy desagradable hablar con ellos, y fingir como si todo fuera bien. En varias ocasiones su madre se enfada porque decía que no le gustaba que pusiera ese tono cuando hablaban. Pero era realmente el tono de Amaya. Le molestaba que ni su propia madre la conociese, y que ni siquiera intentará hacerlo.

-¿Y eso? ¿Estas enferma? - preguntó su padre a punto de irse a trabajar.

-No. Hoy hay un baile para celebrar el cumple del director, y no hay clases por la mañana.

-Anda, que bien- dijo con pocas ganas- tengo que irme a trabajar. Nos vemos más tarde.

Eso hizo mirar a Amaya el reloj. Eran las 6:23. Demasiado temprano para ser ella. Tenía tiempo de sobra, pero a pesar de ello, decidió lavarse el pelo de buena mañana. Se lo lavó con uno de esos champús anticaspa con olor a limón. Que la verdad, de limón nada, pero aún así, era agradable olerlo.

Sabía que si no se peinaba el pelo, se le quedaría con unas ondas perfectas.

No tenía nada más que hacer hasta que fuese la tarde, así que, se tumbó en el sofá y enchufó la tele. Los ojos empezaron a pesarle mucho, y por más esfuerzo que hiciera para mantenerlos abiertos, no gano la batalla contra el sueño. En pocos minutos, se quedó frita.

-Amaya, hoy me han preguntado por ti. La verdad, no sabía que decirles...es decir...-su madre hizo una pausa- ¡Oh Dios mío! ¡Se ha movido!
-¿Estas segura? Ahora parece muy quieta.- su padre estaba dudoso, y se le veía con unos ojos tristes.
-Estoy segurísima.
-Señora, no me gustaría desilusionarla, pero seguramente serían alucinaciones.
-Le digo a usted que mi hija se ha movido- dijo con un tono serio y de enfado.

Derrepente todo se volvió negro.•

Amaya se levantó de golpe. La cabeza le iba a explotar, y notó que la boca le sabía a sangre.

Había tenido un sueño demasiado raro.

Fue al lavabo, y efectivamente, tenía sangre en la boca. No sabía de donde provenía, pero el sabor le daba náuseas. Su perro la miraba fijamente, y movía la cola, junto con esa carita de inocencia y de bondad que solía tener.

Para despejarse, Amaya decidió sacar a pasear al perrete. Le puso su collar negro y su correa ( la cual era una cadena con un extremo para agarrar de color rojo) y salieron. Se fueron a un parque cercano, a no más de dos minutos de allí.

Derrepente, todos los recuerdos empezaron a brotar, y junto a ellos, las voces.

"Fue tu culpa, admítelo"

"Vivirás siempre con la culpa"

Esta vez, decidió torturarse a si misma escuchandolas. Era cierto. Decidió no defenderse de ellas, al fin y al cabo sabía que acabaría perdiendo. Pero algo le desvió la atención de sus pensamientos.

Era su perro. La miraba fijamente, sin quitarle el ojo de encima. No movía la cola, no sacaba la lengua; nada.

A Amaya le sorprendió. Por suerte, las voces se fueron por completo, y junto a ello, su perro empezó a mover la cola y a abrir la mandíbula, formando una especie de sonrisa perruna.

-¿Que te parece si vamos a casa? Esto se me está haciendo muy duro.

Su perro ya sabía la palabra casa, y en cuanto la decía, iba caminando el solito, hasta tal punto, que empezó a arrastrar a Amaya.

Una vez en casa, los dos decidieron hidratarse ( a pesar de que Amaya no hubiera hecho mucho esfuerzo) y se puso a hacer la comida. Ya era la una de mediodía, y como siempre, comería sola.

Cada vez, faltaba menos para el baile.

Punto y comaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora