Capítulo 4

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Aún me resulta extraño haberla conocido de esa manera el otro día.
Investigué su nombre y tiene origen ruso, que significa luz del sol.
Un peculiar nombre para mi vecina.
Los días restantes del mes de mayo, nos la pasábamos jugando cartas, degustando cualquier bebida alcohólica  y con música de fondo, como debe ser.
-¿Sabes que es lo que me gusta de Quito? -me preguntó mientras barajeaba las cartas. Esta vez apostamos a que el perdedor debía gritar cualquier cosa que el ganador le designe alardear.
-No lo sé, ¿qué te gusta?
-Ves esos cerros que nos rodean -mencionaba e indicaba la posición oeste del mapa-. Son como los guardianes de este lugar, al menos del frío frustrante que puedes sentir al correr una brisa.
No lo había visto de ese modo pero que ejemplar y embellecedora respuesta. Yo soy un amante nato a la naturaleza, siempre me ha atraído y me atraerá. Prefería leer libros, salir a caminar, a andar en bicicleta por la isla o iba a la playa más cercana a la casa de mis abuelos y me la pasaba surfeando.
Mis padres trabajaban todo el día, - aún lo hacen-, y llegaban en la noche, por lo que pasaba en casa de mis abuelos todo el día.
-Oye, presta atención, estoy a punto de hacerte gritar barbaridades -el delicado pero seguro tono de voz de Helina me regresó a Quito.
-No estés tan segura, no festejes antes de que cruce la línea del arco. Haciendo claramente una referencia al deporte que practicaba desde los 13 años. Don Fútbol.
Se echó a reír cuando lanzó su mano a la mesa improvisada por un asiento de plástico y terminó recostada en el piso de la terraza. Mirando al cielo, como si se tratara de encontrar algo.
-Ya está, me has ganado, lo admito -traté de mantener una postura propia de alguien que entiende que en un juego se gana o se pierde pero nunca solo uno-. ¿Qué quieres que grite?
-Déjame pensarlo bien porque esto no se ve todos los días -decía mientras posaba su dedo índice en su barbilla y se rascaba en modo pensador.
Sonreí y esperé a que le surgiera una idea.
Luego de unos minutos de intenso trabajo, a Helina se le ocurrió la brillante idea de que gritara que era un psicópata. Lo hice, no porque lo fuera sino para darle a entender que haría lo que sea por ella.

Un viernes por la noche, como de costumbre llegué a las 9 de la noche al departamento, comí y me acosté en el sofá de la sala. Un sofá que podía dormir a un somnoliento en cuestión de parpadeos.
Regresé a ver a la ventana al que daba la espalda y me percaté de el arribo inminente de Helina. El sonido al pisar las escaleras metálicas que le tocaba subir, eran suficiente como una alarma de bolsillo.
Traía un rostro cabizbajo, de pocos amigos y con un maleta en su mano.
No entendía muy bien su situación pero al notar la maleta, deduje un cambio de domicilio.
Volví mi mirada a la pantalla del televisor y traté de seguir viendo la película que había designado ver esa noche. La Forma del Agua.
Si tenía que cambiarse, lo haría, ella también era estudiante igual a mi y sus padres le apoyaban económicamente.
Tal vez tuvo algún altercado y por ese motivo su rostro tan apagado. No lo sé. Solo en pensarlo hasta a mi se me van las ganas por ver la película.
Entendí que si ella llegara a irse, mi vida volvería a ser la de antes. Un joven sedentario en un mundo nómada.
Eran ya casi las 11 de la noche, cuando empecé a sentir un ligero movimiento del piso del departamento, algo que ya no me causaba nerviosismo. Al frente de la casa en donde vivo, pasa el metro, un bus que recorre toda una línea troncal que conecta dos grandes calles principales como las avenidas La Prensa y América.
Ese temblor al paso del metro llegaba a ser mi alarma en las mañanas, cuando mis clases empezaban a partir de las 8.
Una vez escuché a un amigo proveniente de Chile que si un temblor dura más de 5 segundos, es más que probable que algo muy malo vendría después.
Ecuador ya había pasado por terremotos que lo dejaron mal parado económicamente, como fue el caso en donde el epicentro del terremoto fue en Pedernales en la provincia de Manabí.
Observé el tiempo transcurrido en mi celular, entumecido por la oscuridad albergada en la sala. Más de 8 segundos. Creo que debo ir preparándome para lo peor. Iré por mi mochila al cuarto.
Antes de llegar al cuarto entre en medio de esa vibración forastera que llevaba a mis pies a tener una mala coordinación, escuché gritar a algunas personas perplejas y anuladas por el acontecimiento.
Luego de un largo tiempo, cesó el movimiento y yo estaba sentado en las escaleras que llevaban al garage. Esperando a que todo acabe para nuevamente ingresar al departamento.
Llegué a pensar en el estado emocional de Helina, debía estar algo asustada y no sabía cómo decirle que todo iba a estar bien. Ella no tenía celular y la única manera de comunicarnos era en momentos en donde la oportunidad nos los permitiese.
Me percaté de Helina y su padrastro discutiendo en las escaleras metálicas, cuando todo se vino abajo.

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