Capítulo 7

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-Aquiles, ya ven a comer.
Mi mamá no recibió ninguna respuesta. No estaba atendiendo asuntos biológicos por el momento, estaba en la bodega, buscando algunos materiales que necesitaba para mi experimento. Uno que había visto en YouTube por aficionados a la teoría de la relatividad.
Saqué una sábana polvorienta de una gaveta, muchas canicas de diferentes tamaños y un tacho ancho para colocar la sabada con peso a sus costados, con la finalidad de tensar la sábana y así explicar lo que sería la gravedad en realidad y los agujeros negros. Para ese entonces tenía 10 años.

El sujeto robusto giró la chapa y empujó lentamente la puerta, con la arma lista para vaciarse a cualquiera que apareciera al frente. Antes de entrar, una piedra impactó la ventana del pasillo y transformó a la gran ventana en muchos pedacitos de vidrio.
Todos se quedaron observando aquel acontecimiento siniestro. De repente en ese mismo instante de la decisión de los sujetos entre entrar o ir a ver quién había arrojado esa piedra. Helina se lanzó al piso, de tal manera de quedar en posición fetal. Con sus antebrazos se cubrió el rostro.
Los tres sujetos tardaron en entender que se encontraban en una emboscada ya planeada con meses de anticipación.
La lluvia de balas no tardó en llegar al pasillo para calmar el ambiente.
A un sujeto le impactaron tres balas en la pierna derecha, cinco en el tórax y más de ocho en la cabeza. Se desplomó antes de desenfundar su arma. El otro sujeto fue impactado por más de quince balas en dirección al corredor sur. Por detrás de él, las balas penetraron su dorso y algunas no querían perder la diversión, así que fueron a su cráneo. El segundo cayó secamente al piso frío de aquella mañana. El tercer sujeto logró entrar a la habitación y salvarse del tiroteo.
Cuatro individuos levantaron a Helina y se la llevaron por la puerta trasera.
Aquiles esperaba afuera, intranquilo y con la adrenalina como sudor saliendo expulsado por sus poros.
Ya eran las 11:20 de la mañana y Helina no aparecía. No había ningún rastro.
Ya para las 11:40 de la mañana, Aquiles decidió irse, no podía seguir exponiendo su vida ahí.
Iba en el carro, pensando en algún lugar en donde estacionarse para poder meditar la situación. Coloqué al carro en un estacionamiento de un restaurante de comida rápida. Pedí una hamburguesa con una gaseosa y me limité a comer. No lo había hecho desde el día de ayer.
-Debemos ir por alguien -mencionaba Helina mientras se cambiaba de vestimenta.
-¿A quién? ¿De qué hablas? -preguntó un sujeto que tenía un tatuaje de una manga de peces japoneses de la suerte en su brazo izquierdo.
Su nombre era Pedro, un integrante del escuadrón salvador de Helina.
-El cuaderno, el chico tiene el cuaderno -terminó Helina diciendo.
Un impacto llegó al lado derecho de la minivan, hizo tambalear al vehículo por un momento, antes de girar drásticamente por una calle secundaria.
-Agárrense, esto se pondrá bueno -ordenaba el chófer de la minivan. Su nombre era Amelia. Una de las mejores conductoras de Monterrey. Radicaba en México pero por ahora estaba en un asunto de trabajo.
Giró precipitadamente a la izquierda en la siguiente intersección. Por detrás venían dos carros negros, con cuatro sujetos en cada uno. Armados y listos para matar.
Un sujeto sacó una semi automática y empezó a vaciarla en la fina lata del automóvil.
-Debes darte prisa o nos van a freír.
-Tranquilo, solo les doy el gusto de que nos tengan cerca -dijo Amelia mientras apretaba sus manos al volante de la minivan y sonreía.
En cuestión de segundos, nos encontrábamos circumbalando y el resultado fue lograr llegar a estrechar a uno de los carros perseguidores contra un mercado municipal. El otro logró frenar a raya y optó por seguirnos por la calle paralela a la nuestra, que luego volvió a introducirse en la calle de la acción.
Amelia llevaba un cigarrillo en la boca, era de esas chicas que le iba a todo. Una rebelde con un pasado nublado igual al resto del equipo, con una causa generalizada que hacía que el equipo esté junto.
Helina logró divisar una leyenda en la nuca de Amelia.

Hoy es un buen día para morir.

Un tatuaje que lograba impactarte el mensaje en el rostro con sólo leerlo una vez. Arriésgate o deja ir un buen sábado. Simple pero letal.
Los dos sujetos en la parte trasera de la minivan eran hermanos. Mathias y Antonio. Juntos desde el orfanato, eran dos seres humanos que eran entregados a los que entregaban lo que sea por ellos.
Fueron reclutados desde el día que salieron del orfanato. Amelia y Pedro los esperaban afuera junto con la minivan.
-¿Cómo encontramos al chico? -indagó Mathias.
-Déjame ver -respondía Helina mientras sacaba una tablet y abría una aplicación en donde surgía un mapa con un solo punto rojo sobresaliente-. Dirígete tres cuadras a la izquierda y ve con dirección al sur, unas cinco cuadras hasta llegar a un KFC.
-Como ordene -soltó Amelia y apagó el cigarrillo en el borde superior de la puerta del conductor.

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