El hecho de que existamos debe ser suficiente para dar con el indicio de que tenemos un objetivo o al menos debemos llegar a algún lado, ¿no?
Los árboles pasaban uno tras otro en dos ileras a nuestros costados en la calle asfaltada de la ciudad, suspiré y coloqué el audífono faltante en mi oreja derecha. El día estaba nublado y la única forma de disfrutarlo es permaneciendo acurrucado hacia un lado del asiento trasero del taxi. Llegaba tarde otra vez a la Universidad.
Le pagué al chófer, salí con el típico arreglo de gorra y caminando con algo de prisa, entré a la clase. Para mi suerte, el doctor aún no llegaba, suponiendo y luego afirmando que ha de estar sacando copias a las hojas del examen del progreso 1.
Ese día llevaba una chaqueta negra, que vendría a ser la cubierta de mi camiseta blanca manga corta de O'Neil; unos pantalones largos color caqui y zapatos rojos. Una bestialidad para vestir.
Salí de clases cerca del medio día y sin más por hacer, tomé la rutina diaria a casa. Terminal Río Coca, Terminal La Y y un bus que se dirija a Rumiñahui, -un sector del norte de Quito-.
Me preparé la misma ración y porción de comida diaria y me acosté a dormir. El día anterior no había dormido del todo, tenía una prueba de anatomía y debía empezar a enfocarme hacia las notas más altas.
Y para qué contarles el resultado, como siempre digo, el que hace las cosas bien, le va bien. Así de simple.
La pregunta fue: un paciente llega con un daño en el nervio toracodorsal, ¿qué músculo quedaría afectado y que movimiento no podría hacer?
Una pregunta obvia, en donde la redundancia florece.
Mi respuesta: el músculo dorsal ancho y no podría realizar la acción de la escalada.
Un punto que me favorece para la nota final del progreso.
Y es que así es el estudio en la Universidad, en donde un punto puede ser pan de oro para las iglesias de tiempos de la Real Audencia de Quito.
Épocas que dieron los primeros pasos para el caminar del país Ecuador.
Sigo Medicina y aunque sea abucheada como una carrera de sentencia de muerte, vale la pena seguirla, al menos para mi, pues, mi meta era llegar a especializarme en psiquiatra.
Una rama de la medicina que estudia y trata los trastornos mentales.
Un estudio de los trozos distorsionados de realidad que llegan a las personas en momentos menos oportunos.
Aunque siempre he pensando que la realidad siempre varia, dependiendo directamente del cuadrante en el que encuentres y del contexto en la que te desarrolles.
Así que si alguien te dice que seas realista. Sólo mándalo al carajo.
Mi sueño por ese entonces era ese, llegar a ser uno de los mejores psiquiatras de la historia humana, y claro, descubrir y poder explicar el porqué de tanta coincidencia de condiciones aptas para la vida y quién o quiénes crearon esas condiciones.
Mi vida ha estado basado prácticamente en torno al hecho de salir luego de comer o antes de que mi abuela sirviera la merienda, al patio, en donde existía una bodega para guardar los complementos y elementos básicos y esenciales del barco que tiene mi abuelo.
Llevado año tras año con visión a mejorar.
Y es que si la gente supiera lo que es salir improvisando en la vida desde un bote de pesca pequeño a un barco turístico. Es un logro que sólo lo disfrutarán quiénes le entregaron la vida a esa vida. Mis abuelos.
Hay una terraza en la que siempre me gusta ir a acostarme junto con compañía perruna, puesto los audífonos y con los antebrazos de mis miembros superiores con un ángulo propio para reposar mi cabeza.
Miraba las estrellas, como si se tratase de Hombres de Negro, en busca de la razón de todo.
Regresaba a mi sitio cuando mi abuela me llamaba a comer.
Un ejemplar día por la tarde que salí a caminar con mi abuela y los perros, me quedé atónito al encontrar una casa en medio del bosque seco y árido característico de donde viví mi niñez y adolescencia. Llevaba una construcción de madera añeja, que al contrario del vino, este con el tiempo no se ponía bueno.
La madera estaba en su mayoría carcomido por termitas, las ventanas rotas y la puerta principal no tenía la chapa.
Desde ese día, cada vez que salía a hacer compras para la casa, me pasaba intencionalmente por la calle en la que se podía ver un avistamiento próximo a la casa tétrica.
Recuerdo que a mediados del mes de septiembre del año 2008, fui con la perra de la casa de mi abuela, -Luna-, a la casa vieja del bosque.
Al principio no fue nada fácil llegar, los espinos de algunos matorrales eran letales para un niño que en ese entonces tenía un grosor corporal muy invertido al de la actualidad.
Ya estando al frente de la casa, Luna empezó a ladrar, la regresé a mirar y volví mi mirada a la casa.
Aún sigo sin entender por qué me atraía tanto aquella casa. Pero de lo que sí es seguro es que al salir de ahí, mi vida cambió, o al menos mi posición en la realidad había recorrido algunos pasos a la izquierda.
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EN BUSCA DEL ORIGEN
Science FictionAquiles es un extrovertido joven con ilimitados deseos por encontrar el verdadero y nefasto origen de la vida, que lastimosamente nace en un tiempo en donde el mundo se encuentra en su esplendor de caos. Gracias a las múltiples repercusiones histór...