Capítulo 8

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Ponte a pensar en cómo sería nuestro encuentro con otros seres.

Permanecí en ese lugar por un buen tiempo, terminé mi hamburguesa y recargué tres veces mi gaseosa.
Es lo único que me gusta de los lugares de comida rápida, puedes beber hasta decir basta.
Observé la hora, ya aproximadamente las 1 de la tarde.
Notaba como los patrulleros, ambulancias y policía judicial iban alardeando con sus sirenas por la calle en dirección opuesta a la que había tomado. Una caravana que tardó en llegar a la escena de los hechos. Por lo visto, Helina logró salir con vida. En el noticiero de las 1 de la tarde salió en directo la grabación del homicidio de dos sujetos insurgentes juntos con tres pacientes internos del Hospital Metropolitano Norte.
Suspiré, sabía que debía seguir con mi escape. La cámaras del segundo piso captaron el momento en el que ingresé a la habitación de Helina y no salí más. Salgo en las noticias como implicado en el tiroteo. ¿Qué más puedo pedir?
Noté a un mesero viéndome con una cara de haberse dado cuenta quién estaba comiendo. Un prófugo de la ley.
Dejé el dinero que debía pagar por la hamburguesa y la gaseosa, y de paso le dejo propina. Una estrategia sutil de persuadir a la gente.
Salí, entré al carro, cuando dos patrullas surgieron de la intersección de unas dos cuadras más atrás.
Yo nunca había manejado como un profesional. Si no me maté en esa ida al KFC, fue por pura suerte.
Mi mamá nunca me dejó manejar en carreteras libres, me dijo que aún no estaba preparado. Y de paso, mi abuelo soñó que le estrechaba a su preciado Chevrolet color rojo con negro contra la cerca de madera del vecino de al frente. Eso sustentó más la decisión de mi mamá por no dejarme manejar. Eso fue cuando tenía 17 años.

-Señor, mediante una ordenanza decretada por la Comisión Nacional de Justicia... -vociferaba por el megáfono-. Usted queda detenido para investigaciones del tiroteo en el hospital Metropolitano Norte de Quito.
Reaccioné tan tarde, que las patrullas ya obstaculizaban mi paso. Debía pensar en algo pronto.
Bajé mi antebrazo derecho por debajo de la guantera del carro y el miembro superior izquierdo lo alcé para que a simple vista se notará como si me diera por vencido.
Tres oficiales se bajaron de una de las patrullas, apuntando con armas 9 mm. Rodearon el vehículo y uno ordenó desde lo lejos.
- Señor, alce el brazo derecho donde la pueda ver, no repetiré dos veces -parecía un pitbull rabioso con una mano nerviosa.
Siempre he pensado que la violencia es un mecanismo de recuperar esa amplitud de seguridad que se pierde al encontrar a otro ser en el terreno en el que uno ya se ha asentado o si lo miramos desde otro punto, en exceso puede ser usado para domesticar al humano y distorsionar cada vez con un margen de error más grande a la realidad construida.
Y, ¿por qué no?
Ya vivimos en un mundo sumiso, en donde podemos observar ejemplos sin pedirlos. Las guerras entre naciones con su limitado territorio por el autoritarismo sobre otra comunidad, cada vez se encuentran más insatisfechos con los recursos encontrados en su área. Es por eso que tienden a expanderse a la velocidad de la reproducción de la población del sitio.
Nunca llegaremos a poder quedar de acuerdo con otro ser vivo, por el simple hecho de que existe 1% de esa codificación genética que varía entre seres.
Ese 1% con el que puedes tener al mundo a tus pies o llevarlo a un sitio más seguro.

No dije nada. Ni siquiera me inmutó el querer alzar el otro miembro superior. Solo esperé a no sé que fuese lo que pasaría si no lo alzaba.
Lo más lógico sería que me llenarían el cuerpo de balas calibre 9 milímetros. Aunque no lo creo.
Con un movimiento ágil, encendí el auto y presioné con mi pie derecho el pedal de retroceso hasta el fondo.
Agaché la cabeza, protegiéndome con el volante del auto y respiré hondo.
El parabrisas del coche estalló al mismo instante en el que empecé a retroceder, cada vez más con más velocidad. Llegué a impactarme a un poste, lo que me hizo sacudir bruscamente por unos segundos. Cambié de pedal y aceleré.
Pasé rozando uno de los patrulleros, hasta que llegué a girar a la derecha.
-Creo que ya lo encontré -expulsó Amelia.
-¿Por dónde está? -preguntó Pedro.
-Ves ese lío que se puede apreciar a unas cinco cuadras de aquí -señalaba Amelia mientras empezaba a sonreír.
-¿Algún plan? -sugería Mathias. Aparecía de entre la oscuridad de la cabina trasera de la minivan.
-Yo ya pensé en algo -comentó Pedro y sacó de su mochila negra, un disco que insertó en la radio de la minivan.
Miró fijamente a Amelia y sólo se abrochó cinturón.
En la radio empezó a sonar Thunderstuck de AC/DC.
Amelia captó el mensaje desde antes que Pedro opinara. Se limitó a acelerar de tal manera que los hermanos en la parte trasera fueron a dar con la puerta posterior de la minivan.
El objetivo era claro y consciente de las consecuencias posteriores: sacar de ese aprieto a Aquiles y que el les entregue el cuaderno.
Recibieron otro fuerte impacto cuando Helina los alcanzó por detrás de ellos.
-¿Están locos? -gritó Helina.
Ninguno de los dos eufóricos líderes les prestó atención.
Los de atrás debían ir sentados y agarrados de los bordes de la cabina.
A tres cuadras distancia se encontraba Aquiles tratando de no ser interceptado por las dos patrullas de policía que iban tras el.
El carro perseguidor de la minivan optó por no intervenir y se esfumó tal y cómo apareció.
La minivan empezó a tomar una velocidad propia de Fórmula 1. El repentino surgimiento de 5 patrullas más, complicó todo.
Ahora eran 7 patrullas que iban tras Aquiles y la minivan tras las patrullas.
En la siguiente hora, se logró presenciar por un helicóptero noticiero, una de las más grandes persecuciones de todos los tiempos.

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