Capítulo 2

22 2 0
                                    

-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Claro.
-Dime, ¿cuál es tu guía hasta que llegues a perecer? ¿Qué pretendes hacer con esta vida que te han otorgado?
-Pues, pretendo graduarme, luego...
-Haber, ya no sigas, yo lo descifraré.
Regresó a verme, llevaba un vaso lleno con café y yacía apoyado al barandal de seguridad del piso 5 de la Universidad. Teníamos una hora libre.
-Graduarte, casarte, hijos, mantener a tus hijos hasta que se graduen de la Universidad y luego pasarás con tu esposa o solo en la casa, viendo el noticiero, regañando a los jóvenes vecinos o gruñendo por todo.
Le di un pequeño sorbo a mi vaso con café y luego de unos segundos, con el rabillo del ojo lo observé hasta que logró recomponerse.
-¿Cómo lo hiciste? -me preguntó sin más.
-Es un ciclo que lleva ejerciendo sus propiedades desde tiempos inimaginables. Un protocolo que cada ser humano, -en este caso-, debe llevar a cabo determinadamente si quiere llegar a tener una vida amena.
¿Te has puesto en pensar en cómo sería poder modificar ese ciclo o al menos fracturarlo para poder descubrir nuevas cosas?, si eso sucediera, yo fuera feliz o al menos estaría en constante segregación de adrenalina.
Ese día me prestó tanta atención que a veces me resultaba incómodo seguir. Era como haberlo atrapado en un frasco y verlo volar ahí dentro.
Recuerdo que cuando era pequeño iba siempre a un pequeña laguna de agua salada a la vuelta de la casa de mis abuelos. Alado estaba el muelle de carga.
Mi abuelo me llevaba desde que tengo memoria para enseñarme a nadar. Éramos los dos y el perro de mi abuelo, los que integraban al equipo de bañado. Todas las tardes, luego de terminar los deberes de la escuela.
Eran buenos tiempos, al menos, pasaba en el silencio total. Antes de que se hiciera famoso ese sitio, era un lugar al que se iba a encontrarse con uno mismo. Tratar de despejar dudas.
Primero aprendí a bucear y luego a nadar, lo sé, suena algo incoherente pero ese fue mi caso.
De regreso a la casa no pude contenerme en comprarme humitas, -una botana hecha a base del choclo molido y cualquier ingrediente que desees ponerle-, una gaseosa y tres libras de arroz para tener en el departamento. De paso que compro estas delicias, también compraré lo que hace falta en el departamento.
Iba en el bus con rumbo a Rumiñahui, cuando presencié luego de tantos años, esa sensación de curiosidad y atracción hacia alguien o algo. Como ejemplo claro, la casa vieja del bosque.
Era una chica con una contextura delgada, pelo liso, llevaba puesto un abrigo verde oscuro, que tapaba una camiseta negra de AC/DC, un Jean azulado de tono en degradación y zapatos converse rojos. Se sentó unos dos asientos por delante mío.
No le llegué casi a quitar la mirada en todo el transcurso del viaje hasta casa.
A ratos veía por la ventana del bus, "los inesperados" sucesos de la ciudad. Si, lo pongo entre paréntesis porque para serles sincero, de tantos sucesos inesperados, uno ya se acostumbra a tal punto de que si ve un choque automovilístico. Solo desvía la mirada, cambia la canción que se está escuchando y se aferra al cabezal del asiento.
Es un desafío diario el tener que ir parado entre una multitud sobrepoblada en un bus público con cierto límite de capacidad.
En las horas picos, los buses que llevan pasajeros a los terminales terrestres siempre están que rebozan.
Mi parada es La Florida, un barrio muy peculiar, muy aparte de ser una intersección hacia una calle principal como La Prensa, tiene de todo lo que puedes necesitar para tu día a día.
Es muy raro que no encuentres algún producto de cocina, baño, sala o alimento en ese vecindario.
Estaba a dos paradas de bajarme cuando noté que la bella y misteriosa joven parecía que disfrutaba de una siesta placentera.
Me levanté y me detuve a centímetros de la puerta del medio del bus.
El día estaba soleado, un clima apreciable para un joven que ha vivido la mayor parte de su vida bajo el sol, el mar y la arena.
La cosa se puso fea, cuando la señora alado de la joven gritó inconmensurablemente, uno de esos gritos que sentías que se le rasgaba la garganta como papel periódico.
Regresé a verla y no esperé lo siguiente.
La chica no reaccionaba.

EN BUSCA DEL ORIGEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora