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–Ochako-senpai –gritaste llamando la atención de la castaña que estaba unos cuantos pasos delante de ti– Ochako-senpai, por favor espérame.

–Oh, _____-san ¿Ocurre algo?

Te pusiste a su lado para comenzar a caminar con ella.

–Bueno... quiero que me des un consejo. Es sobre ''el''; veras, hace unos días el por fin se animó a comer los chocolates que le deje con las cartas, pero parece que solo le importa que le prepare sus dulces porque nunca, nunca ha dejado una nota preguntándome por mi nombre. ¿Qué debo hacer, senpai?

Ochako se llevó la mano derecha a su barbilla.

–Todoroki nunca muestra sus sentimientos. Al menos no acostumbra hacerlo, supongo que es algo tímido o torpe para ese tipo de situaciones y por eso prefiere mostrarse como un chico demasiado serio.

–Ahhh lo único que me faltaba. Sera una eternidad para que el muestre un pequeño sentimiento, y quizá lo haga cuando estén a punto de irse de la U.A, ¡Y no lo veré mas, Ochako-senpai!

–Pero hoy saldremos a un parque toda la clase 2-A. Si gustas puedo incluirte y presentártelo. –propuso Uraraka.

–Sería una buena opción. El problema es que no quiero ser demasiado obvia, ¿''Qué tal si solo me lo presentas a el''? Cualquiera que no sea tonto se daría cuenta de que Todoroki-kun me gusta.

–De eso nada. Te presentare a todos, así pasaras desapercibida cuando tengas contacto con él. Pensaran que lo ves como un simple amigo más.

–P-Pero Ochako-senpai y-yo, ¿no crees que...?

–Pero, nada –interrumpió tu senpai– Tu iras conmigo al parque. Así que ve alistando todo, porque Todoroki tiene que caer rendido a tus pies. Sabes, sería mucho más fácil si no fueras tan invisible en la academia. Solo vives en la biblioteca.

–No soy muy sociable Ochako-san eso ya lo sabes.

–Claro, eso ya está más que claro en mi cabeza. ¡Cuento contigo para esta tarde, pasare por ti a las 6:3! ¡Nos vemos! –se despidió de ti antes de entrar a su casa.

Te limitaste a decir adiós con un movimiento de mano. Ahora tenías que pensar muy bien que ropa llevarías esta tarde. Estabas demasiado nerviosa, muy nerviosa.

 Vivías en una casa demasiado grande, sola. Tus padres viajan mucho por cuestiones de trabajo así que desde que pequeña aprendiste a hacer las cosas por tu cuenta. No tenías tiempo de hacer amigos, debías atender tus necesidades físicas como alimentarte y realizar el quehacer de tu hogar.

–... Estoy en casa –anunciaste esperando que alguien contestara, pero no fue así.

Tus padres, ni siquiera debían ser llamados padres. Nunca habían pasado tiempo contigo, ni con tu hermano menor el que ya se ha vuelto un criminal rango A con tan solo 13 años. Hayato. Con cinco años tuviste que educarlo sola, sin ayuda de tus padres que solo pasaban tres horas a la semana con ustedes y el resto la pasaban en el extranjero. Dinero nunca les falto, pero toda su riqueza económica tenía que ser cambiada por algo mucho más importante que la posición social; la familia y el amor. Nunca conociste el verdadero significado de una familia, ni de una navidad juntos, un día del padre al lado del hombre al que más admirabas, un día de la madre en la que pudieras haberle colocado en su cuello aquel lindo collar que con tanto esfuerzo y cariño le hiciste. No conocías esas cosas.

Y ahora, solo te quedaba el remordimiento de no haber podido ayudar a tu hermano a volver al camino correcto.

<< ¿Que hice mal, Hayato? >>

Subiste las escaleras y miraste las habitaciones. Intactas. Todo era tan solitario...

<< Creo que será mejor si cancelo todos los planes con Ochako-san. Prometí estar con el abuelo en la cafetería >> pensaste cuando ya tenías el móvil en la mano dispuesta a escribirle un mensaje de texto a Uraraka.

Ochako.

Lo siento, olvide que le prometí al abuelo atender su cafetería. Esta vez no poder acompañarte, aun así gracias por intentar que le hablara a Todoroki. Espero la pasen genial !!

No esperaste a que contestara y saliste de nuevo de tu hogar directo a la cafetería en la que el dueño era un hombre de edad adulta, unos 50 años aproximadamente. Para ti él era como un abuelo que cuido de Hayato y de ti incluso en los momentos más difíciles. No tenían ningún vínculo de sangre, pero a veces los lazos más fuertes no son la familia biológica.

Entraste a la cafetería en la que los amigos que habías hecho ahí en varios años te recibieron con una cálida sonrisa, sin mencionar el hombre sentado en la barra que aparto la vista de su periódico para mirarte.


–He llegado, abuelo.

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