Introducción

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— ¡Vas a ver, Lali Espósito! — me gritó María mientras me empujaba y caía al piso.

— ¿Por qué has tenido que contárselo a tu viejo? Ah claro... Como vos nunca vas a tener a nadie que te ame... Que María y yo estemos juntos te da envidia — me dijo Benjamín mientras me señalaba con el dedo.

Mis padres siempre me habían dicho que lo que pasara en el campamento, yo debía contárselo. María y Benjamín eran un año más mayores que yo, y se habían estado besando en la cabaña número 2 la noche anterior. Al verlo, corrí hasta nuestra casa y se lo conté a mi viejo. Era un campamento muy católico, y a mi padre cualquier cosa le parecía impuro. Por lo que no tardo mucho en llamar a los padres de María y a los de Benja. Sus padres, no le dieron mucha importancia a la situación. Pero mi padre sí. Tenían 11 años... Y mi viejo pensaba que eso era algo imperdonable.

Mis padres eran clásicos y muy católicos. De esos que decían que había que llegar virgen al matrimonio, de que no se podían andar con chicos antes de los 20 años, y mucho menos, besarse en cualquier lugar, delante de un gran público. Por lo que castigaron a María y a Benjamín limpiando los baños del campamento durante una semana. Una semana que fue un infierno, no solo para ellos, sino también para mí. Cada vez que me veían, se metían conmigo o me empujaban, y me amenazaban con lastimarme aún más si les decía a mis padres lo que me estaban haciendo. Esa vez ya les hice caso... Sabía las consecuencias que tenía si se lo volvía a decir, puesto que esa no había sido la única vez que se lo había contado a mis padres.

También le había contado la vez que las chicas de la cabaña número 8 se habían escapado a fiesta; y la vez en la que Pablito Martínez, el hijo de unos de los mejores amigos de mis padres, me había pedido ser su novia cuando tenía 9 años; también la vez en la que Eugenia Suárez le robó el bañador a una de mis amigas, Candela Vetrano... Y cuando ella salió del agua, se encontró completamente desnuda, sin saber que hacer... Por no hablar de cuando les dije a mis padres que los chicos de la cabaña número 3 se habían quedado despiertos hasta las 4 de la mañana contando historias de terror, o cuando dos de los chicos más mayores se habían escapado del campamento con los caballos un día por la mañana... Y muchas más.

Los chicos habían perdido mi confianza y ya no tenía apenas amigos. Solo Candela me daba bola, y no siempre. Eugenia, quién antes era mi amiga, se había enojado conmigo la vez que mis viejos la castigaron por lo del bañador de Cande, y Pablo también había dejado de hablarme.

Por eso, desde el año 2001, odiaba los veranos. No hacía otra cosa que leer encerrada dentro de mi cuarto, más aburrida que nadie. A veces salía a pasear a Shelly, mi perrita, bajo las malas miradas de los chicos del campamento. La comida era otro suplicio porque tenía que sentarme sola, apartada en una mesa vacía, y mientras todos hablaban sobre mí.

Y llegó el verano de 2008. No tenía muchas ganas de ir de campamento, pero mis viejos me obligaban a ir igualmente.

Pero... Ese verano iba a ser diferente... Aunque yo aún, no lo supiera.

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