Lo Malo - 2

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NARRA LALI:

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, yo ya estaba esperando a los chicos del campamento, como hacía todos los años. Llevaba puesta la gorra y la camiseta oficial en color azul oscuro del American Camp, con unos shorts vaqueros rotos y unas Converse bajas a juego. Todos los chicos recibían dos camisetas del campamento al llegar, junto con una gorra y una mochila. Además de otros útiles que mis padres pagaban con el dinero que mis padres recibían por parte de todos los que asistían. Los colores de las camisetas eran: rojo, blanco, granate, verde oscuro, azul oscuro y negro (al igual que los de las gorras), y los chicos los elegían junto con la carta de solicitud. Creo que más de uno se dedicaba a coleccionar camisetas...

Llegaron 3 autobuses plagados de chicos, la mayor parte adolescentes hormonados, con padres ricos que no querían hacerse cargo de ellos durante el verano y por eso les mandaban acá, para molestar. Sobre todo, a mí. A mis padres los respetaban, pero yo era la hija de los directores y la víctima perfecta para todas y cada una de sus maldades, sobre todo cuando era pequeña. La cosa ya había cambiado, porque apenas me juntaba con ellos.

Fueron saliendo todos, caras conocidas a las que tenía mucho asco. Pero claro, tenía que comportarme con una niña buena. No quería que mis padres me trataran como a una maleducada y me retaran por ello.

— Lali, ¿podés ir a la sala e ir repartiendo a todos sus mochilas? Cada una tiene su respectivo nombre.

Mierda...

Intenté poner mi mejor cara y con una sonrisa dije:

— Claro que sí papá — incluso parece que estaba alegre por la tarea a realizar.

¡Mentira!

Fui corriendo hasta la sala, donde los chicos entraron ordenadamente. En primer lugar, les di las mochilas a los más pequeños, y poco a poco, fueron llegando los de mi edad. Candela Vetrano, una vieja amiga, aunque ya no, fue la única que me saludó amablemente:

— ¡Lali! ¿Todo bien?

Umm... Tal vez se había dejado de hablar con su grupito de chicas taradas y ahora quería hacerse amiga mía.

— Sí, ¿vos?

— Bien... Otro verano acá. Ya llevo casi 10.

— Sí, ¿color?

— Granate.

Busqué entre todas las mochilas del grupo y la encontré tras un buen rato.

— Acá tenés. Pasala bien.

— Espera... Somos grandes ya. Antes éramos amigas. ¿No podíamos arreglar esto, Lali? Por favor... Sos buena chica...

Tragué saliva:

— Después hablamos. Vos sos la que a veces no me habla por culpa de tus amiguitas... Pero bueno. Estaré casi todo el día repartiendo cosas, así que por la noche, después de cenar, vení a la terraza de la cocina. Allí podemos hablar.

Candela sonrió:

— Dale, suerte con el reparto.

Ella se fue y vino el siguiente a recoger sus cosas.

Llevaba esperando casi todo el rato a que apareciera Peter Lanzani. Tenía muchísimas ganas de conocerlo. ¿Sería lindo? ¿Me aceptaría y sería bueno conmigo? Candela me acababa de abrir de nuevo su puerta a la amistad, y sinceramente, no quería que mi verano transcurriera con la computadora y paseando al perro otra vez.

Y justo, esperando con ansia el momento, en último lugar, llegó Peter Lanzani a recoger sus cosas... Y sí, era demasiado hermoso. Y también demasiado prepotente como para hacer caso a la hija de los directores...

— Hola — le saludé.

— Negro.

Ummm... Era poco simpático. ¿Oscuro y seco tal vez?

Tenía los ojos verdes, re lindos. Las cejas mostrando un gesto de enojo y sus labios formaban un puchero. Tenía el pelo largo, castaño y lacio, muy lindo también. Y bajo la remera blanca se notaban sus marcados pectorales.

Por un momento pensé que me iba a desmayar, pero me repuse rápidamente. Debía comportarme.

Agarré su mochila, que era la única que faltaba y se la di:

— ¿Sos el nuevo, verdad?

— Que te importa, enana.

— Un respeto, no soy enana — respondí. Menudo maleducado.

— ¿Qué? ¿Se lo vas a contar a tus papás? ¿Te vas a poner a llorar porque te haya llamado enana? — me preguntó como retándome —. Andá, decíselo. Total no me importa nada.

— Basta — le dije medio enojada —. Yo no te hice nada, así que no te metas conmigo.

— ¿Qué me importa que no hayas hecho nada? Sos re densa nena.

— ¡Bueno basta ya! Si no querés hablar conmigo hay muchas formas de decírmelo educadamente. No hace falta que me pierdas el respeto.

— Te lo perderé si quiero.

— Pues entonces te vas a meter en un buen lío — le advertí —. Parece que ya lo sabés, pero te recuerdo que soy la hija de los directores, y si se lo cuento te pueden castigar, o incluso expulsar, así que tené cuidado.

— Ya me lo contaron los demás en el bus. Sos una chusma. Pero no me importa... Ni siquiera quiero estar acá.

Levanté una ceja:

— ¿Y entonces para qué viniste?

— Me obligaron. A mí mis viejos no me quieren tener en el trabajo.

— Es entendible. Si sos siempre así de malhumorado...

— Ni siquiera sabés mi vida, así que no me juzgues.

Suspiré:

— Andate dale. No quiero escucharte y la charla de comienzo va a empezar en poco tiempo.

Él puso sus manos sobre la mesa, la cuál hacía un rato estaba repleta de mochilas:

— ¿Y si no quiero irme que me vas a hacer, enanita?

Este hombre estaba empezando a desquiciarme:

— Mirá nenito, o te vas, o les digo a mis padres que te expulsen de una.

Él se sentó encima de la mesa y se acercó a mí:

— No me voy a ir, ¿entendés lo que significa eso?

— Fuera... — le dije señalando a la puerta.

— ¡¡¡Lali!!! ¿Se puede saber que están haciendo? — gritó mi madre desde la puerta de entrada. Y sí, parecía enojada... Muy enojada.

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