Capítulo 18- Melodías en la habitación

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A sus espaldas cerró la puerta, mirando a aquel rubio. Su mirada en ningún momento se despegó de ella, pues analizó su desastroso kimono y algunas cicatrices que tenía. ¿Cómo diablos se había hecho eso? Estaba preocupado. Preocupado y molesto. ¿Por qué no podía verle a él?

—Dos veces...— susurró con resentimiento, ante la sorpresa de Sarada. ¿Dos veces?—. Dos veces que me has necesitado y no has venido a pedirme ayuda, Sarada.

La Uchiha caminó hacia su cómoda, mirando hacia el suelo. ¿Cómo sabía sobre la segunda? Es más, ¿por qué contaba las veces que no estaba ahí? Quizás aún no se daba cuenta de lo mucho que le quería él.

—Escúchame, por favor...

Normalmente lo habría ignorado, pero no pudo al escuchar su quebrada voz. En seguida se giró sorprendida, observando cómo algunas pequeñas gotas caían en el colchón de aquella posada.
Boruto Uzumaki estaba llorando.
Instantáneamente, llevó su propia mano hacia su corazón, pues no dejaba de palpitar, al compás de sus pensamientos de disculpas para decírselo. ¡No había hecho nada malo! Al menos, no para llorar. Él había opinado sobre la parte de un cuerpo, por lo que era libre de pensar lo que quería. Pero lo lamentó; no podía evitar sentirse así.

—Cuidaba mis palabras contigo para no hacerte daño...— explicó, dándose la vuelta para no ser visto por ella—. Así que voy a ser directo y sin filtros; No me gusta Kuna, ni el cuerpo de Kuna. Te prefiero a ti en todos los aspectos, Sarada.

Sarada aprovechó que él estaba desprevenido, de espaldas a ella. Subió a la cama y, gateando, fue hacia él para rodear su cuello con sus brazos, abrazándolo por detrás. Acercó sus labios a su oído, provocando un cosquilleo terrible en el rubio, pues su respiración tan cerca le alarmaba. De alguna forma se veía erótico.

—Baka-Boruto— se dedicó a decir en un tenue tono calmado.

Era su forma de decir que todo estaría bien, que nada le importaba. Solo estaba molesta, pero en seguida se daba cuenta de que lo echaba de menos.
Diablos, ¿por qué no se daba cuenta de que era él la única persona que podría hacerle llorar o reír en segundos? Él. Solo él.

—Sarada. Nunca pensé mal de tu físico, ni pienso que alguna parte me agrada menos que otr-

—Cállate, Dobe. ¿Es que quieres enfadarme?

Dejó de apoyarse en su espalda para sentarse a su lado. Colocó su mano cerca de la suya, hasta el punto de casi rozarse.

—Yo también lo siento— se disculpó—. Fue fácil correr, pero...— diablos, ¿cómo diría eso sin que su palidez no siguiera en sus mejillas? Qué diablos, lo diría. Aunque su voz quebrara—... P-Pero no mantenerse alejada.

Lo dijo. Tartamudeando, pero lo dijo.
Miró hacia otro lado para evitar su celeste mirada. Sus ojos se clavaron en su nuca; aquella que tenía una peuqeñs cicatriz por la batalla que había mantenido contra Daisuke.

—¿Qué...Qué es lo que has hecho con él?

Y sus celos atacaron de nuevo, cómo no.
No quería imaginarse a Sarada teniendo una noche con aquel rubio. No quería, pero aquel peinado deshecho, aquellos arañazos en su cuerpo... ¡Diablos! Aunque tendría que golpearle, porque nadie trata a Sarada de aquella forma. ¿Cómo se atreve a dejar marcas en su perfecto cuerpo?

—Entrenar. Daisuke es un buen ri-

—No me importa— interrumpió algo seco. Instintivamente su mano se dirigió hacia aquella cicatriz, provocando que la yema de sus dedo acariciara con cuidado aquella parte—. No menciones más a ese chico, Sarad-

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