Link por fin terminó de tranquilizarse, suspiró con profundidad y luego se limpió el rostro que tenía completamente cubierto por lágrimas. No sabía cuándo había llegado a ese punto. Se sentía tan deplorable, débil y estúpido por no haber hecho nada durante un largo tiempo. Sabía que tenía una misión. Encontrar a la princesa y llevarle las piedras espirituales del bosque, el volcán y el agua.
Pero... nunca lo había siquiera intentado.
No fue hasta que una vez se topó con un extraño mensaje que reflexionó sobre su cobardía y comenzó a buscarla.
– Y de eso no hace ya más de cuatro años... – Dijo Link con la cabeza gacha y las mejillas coloradas de la vergüenza.
–Supongo que cobardía podría ser el término correcto. Pero eras un niño – Comentó el de ojos rojos con comprensión – A esa edad... ver la crueldad de la guerra no te convierte en un cobarde, si no en la víctima – Le tomó del hombro delicadamente – Además, cuando creciste retomaste el camino; creo que eso es verdadero coraje. Enfrentarte a algo así por segunda vez y sin rechistar. Ese camino, el tuyo y el de la princesa Zelda, así es como lo quieren las diosas.
Link le observó unos segundos. Podría ser tan sabio como un anciano. Y tal vez tenía razón. Nunca sería culpable si aquello que vio hacía siete años no hubiese pasado. Su cabeza comenzó a hacer memoria en ese trágico día.
Caminaba de regresó a Hyrule, pues ya había recogido todas las piedras que faltaban. Estaba sumamente feliz por encontrarlas, aunque algo estaba extraño. Desde hacía un rato el cielo se había oscurecido y amenazaba a caer una lluvia horrorosa.
De repente, el viento comenzó a soplar con agresividad. No sabía qué hacer. Su único impulso había sido correr hacia el castillo, cortar el largo tramo que le quedaba. Casi rodaba o saltaba para encontrarse en frente de esa puerta.
Cuando por fin llegaba encontró olores nuevos. En la entrada había unos soldados tirados en el suelo, ambos ya sin vida y con sangre desparramada sobre el pasto y la tierra. Dentro de la ciudadela podía ver fuego y escuchaba gritos. Se quedó congelado ante tal escena.
Un escalofrió le invadió de inmediato luego de presenciar aquello. Sus piernas no hicieron más que intentar entrar, ir por Zelda, y eso iba a hacer, de no ser porque la princesa salió disparada de la ciudadela encima de un hermoso caballo blanco e Impa.
Vio forcejeo de parte de la princesa e Impa, pensó que iba a arrojarle algo, pero al final simplemente le miro hacia atrás.
Entonces le vio por segunda vez. Aquel hombre tras la ventana que casi lo observa o lo observó en esa ocasión. Sonrió ferozmente ante el niño y entonces se inclinó encima de su caballo negro.
-¿Has visto hacia a donde se fue el caballo blanco, hijo? – Sus ojos llenos de maldad casi hacían flaquear a Link, pero pensó en esa sonrisa amigable. Su amiga Zelda... aquella niña, algo tenía que quería protegerle siempre.
No dijo nada. Espero a que el hombre le tomara en serio, desenfundando su pequeña espada y su escudo.
-Niño, no tengo tiempo para perderlo contigo. Además, ¿qué vas a hacerme? – el hombre miró a la pequeña espada que veía como una daga o un cuchillo – ¿Apuñalarme? – Comenzó a carcajearse.
Pero cuando Link lo intento y acertó a rozar al rostro del hombre, este le miró con sorpresa– Oh... ya veo. Puedo ver el fuego y el coraje en tu mirada. Me agradas, pero como dije antes, no tengo tiempo para perderlo contigo – El hombre soltó una bola de energía al niño, suficiente para tirarle al suelo, pero no para matarlo.
YOU ARE READING
La redención de Hyrule
PertualanganLa insensatez de un Rey le costo su reino. Su hija, la princesa de Hyrule, escapó de la adversidad junto a su fiel protectora, y su mensajero, confuso por sus actos, se refugió de igual manera. Ya han pasado siete años y ambos niños ahora son adulto...