No importa la hora ni el lugar, si vas con pantalones o mini falda, no importa quién esté a tu alrededor. No les interesa nada, se lanzan, te escupen groserías, palabras que te repugnan, te persiguen, amenazan, acosan, secuestran, te violan. Pero… ¡ojo! si te pasó a vos es porque lo provocaste.
- ¿Que quién te manda a andar a esas horas?
- ¡No te podes poner eso!
- Ese barrio es peligroso.
Claro, yo no pero él sí puede andar en la calle cómo y cuando se les plazca, porque nadie le grita palabras obscenas, no lo acosan, nadie le echa la culpa.
Y acá estamos nosotras, viviendo con miedo, pidiéndoles a nuestras amigas que nos avisen cuando llegan, mirando para todos lados desesperadas, con el corazón en la boca, caminando lo más rápido que podemos, poniendo los auriculares al máximo para no escuchar, rogando que el chico que viene atrás o el señor que está adelante no nos haga o diga nada. Sobre todo, callándonos, haciendo oídos sordos, con los ojos bien abiertos y el cuerpo lleno de miedo.
Seguimos luchando y nada mejora, ¿hasta cuándo? Ignorar agresiones, seguir viendo advertencias en las redes sociales, femicidios en los noticieros… Hasta cuándo con el miedo de que “mañana puedo ser yo”.
Y el mundo ciego, sólo nos ve morir.