3. Y apareció Dove

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CAPÍTULO 3: Y apareció Dove

El camino hasta el aula de Literatura es silencioso. Cada cual va sumido en sus propios pensamientos, y ninguno pretende romper esa burbuja de tranquilidad que nos rodea.

Es sólo cuando llegamos a clase, que el silencio se esfuma.

Teddy coloca uno de sus brazos en el marco de la puerta, impidiendo el paso a todo aquel que quiera entrar; y yo, voy tan concentrada en mis cosas que no lo veo y por poco me caigo al chocar contra él.

—¿Qué haces? —pregunto. Al instante, intento apartar el brazo de Teddy de la puerta, en vano. Él es mucho más fuerte que yo.

—¿No tienes nada que decirme? —enarca una ceja divertido, yo me limito a rodar los ojos.

—Cierto, casi se me olvida. —choco una mano contra mi frente, como diciendo “qué tonta soy”— Muchas gracias. —intento pasar nuevamente, pero al igual que antes, sólo consigo chocar contra Teddy— Yo que tu me sentiría halagado, nunca doy las “gracias”. —pruebo otra vez, pero... va a ser que no. Él quiere que le diga “qué tipo de chica soy”; aunque siendo sinceros, ni yo misma lo sé.

—En serio, Emma.  —me mira serio, pero a los pocos segundos no puede evitar que una pequeña risa salga de sus labios.

—Está bien. —ruedo los ojos por segunda vez y miro a mi alrededor, un par de alumnos esperan impacientes para entrar en clase.

Finalmente, me decido y coloco mis manos alrededor de sus hombros, me pongo de puntillas y poco a poco, acerco mis labios a su oído— Peligrosa. Así que no te convendría acercarte a mí, “chico bueno”.

(...)

La clase de Literatura transcurre lenta y tediosa, teniendo en cuenta que es una de mis asignaturas favoritas, junto con arte. Pero es que esta profesora es... diferente, por así decirlo.

Se trata de una señora que rondará la cincuentena, con graves problemas de bipolaridad y una tendencia descomunal a incluir a su exmarido, Frank, en cada explicación sobre el significado de las tragedias shakesperianas.

Así que paso la mayor parte de la clase garabateando en mi agenda y notando la mirada del extraño ojiazul perforar mi espalda.

Finalmente, y tras una larga hora en la que Frank ha sido mencionado más veces de las que me hubiese gustado, suena el timbre. Ese sonido estridente, hace que todo el mundo se apresure a recoger sus cosas para salir de allí cuanto antes.

—Pero antes... —la profesora eleva su voz sobre los murmullos de la multitud. Todo el mundo la mira resignado y se vuele a sentar— quiero que para el mes que viene os leáis la novela Romeo y Julieta y me hagáis un trabajo de doce páginas incluyendo vuestra opinión.

Todo el mundo sale profiriendo quejas y maldiciones hacia nuestra loca profesora. Yo aún me encuentro sentada, buscando en mi horario cuál es mi siguiente clase. Paso el dedo por las distintas horas y... Gimnasia. ¿Si me voy a la cafetería en horario de clases, cuáles son las probabilidades de que me pillen? Espera, ¿desde cuándo me importa a mí eso, si mi único propósito aquí es que me expulsen? O al menos, que mi padre se dé cuenta que un estúpido internado elitista no cambiará en nada mi forma de ser.

Sí, decidido. Me voy a la cafetería.

Tras dar vueltas y más vueltas por los pasillos, termino encontrándola. Y por lo visto, no soy la única que ha pensado en hacer pellas.

Por la puerta entreabierta distingo dos figuras que discuten acaloradamente. La primera es... ¿uno de los amigos de Teddy? Sí, es él, recuerdo perfectamente que iba a su derecha y miraba a Julie con... desprecio. La segunda es una chica. Pequeña en comparación con el gigante que se cierne sobre ella, su largo cabello rubio está recogido desordenadamente en una coleta adornada por un lacito rojo, tiene la cara aniñada y un par de enormes ojos verdes empañados por las lágrimas. ¿De qué estarán hablando?

Me aparto rápidamente de la puerta para esconderme tras una columna. El amigo de Teddy sale de la cafetería furioso; menos mal que no me ha pillado espiándolos.

Entro sigilosamente, en dirección a la chica, que en estos momentos es un mar de lágrimas. Me siento a su lado, dejando mi bolso sobre la mesa.

—Hola. —saludo amablemente. No siempre soy una persona fría sin corazón, también tengo sentimientos ¿sabéis?

—Hola. —se limpia algunas lágrimas que resbalan por sus pálidas mejillas.

—Ten. —saco un paquete de kleenex de mi bolso y se lo paso.

—Gracias. —coge uno y se suena sonoramente— No es por sonar grosera, pero ¿quién eres? Nunca te había visto por Ascott.

—Emma, y ¿tu? —le tiendo la mano y sonrío, para que sepa que puede confiar en mi.

—Dove. —estrecha mi mano.

Al final, resulta que no todo el mundo aqui me va a caer mal.

—¿Qué te ha hecho ese imbécil? —pregunto refiriéndome al chico que salió momentos antes por la puerta de la cafetería.

—¿Pete? —sonríe apenada al recordar al amigo de Teddy— Él nada, es un buen chico. El problema aquí es ella... —sus manos se transforman en puños.

—¿Quién? —veo como los aprieta hasta hacer que sus nudillos queden blancos.

—Julie Slater.

Untameable ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora