Leyendas de la Plaza de Las Monjas

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 Se dice que la Plaza de las Monjas se configuró en el siglo XVI con la fundación del convento de Las Agustinas y tomó calibre principal con la construcción del Palacio de los Duques de Medina Sidonia, erigido en 1656-1657. Sin embargo, la última reforma de la plaza dejó al descubierto hace tres años que entre la actual fuente y la calle Vázquez López había en la época romana un edificio público, con indicios de uso religioso. Sólo vimos una esquina, el aperitivo de una estructura que excita la imaginación y que, según los expertos, por su profundidad no puede localizarse y documentarse por otro método que no sea abrir y excavar. Nada de láser ni atajos tecnológicos. De momento, nos quedamos con la intriga.

A otra escala, un nuevo fósil de la Historia ha abierto la puerta a la especulación: después de dos años de camuflaje tras la fachada exenta del número 4 de la Plaza de Las Monjas, el reciente derribo de esta portada catalogada (1915) ha dejado al descubierto un juego de arcos, matriz de varias teorías que ya circulan por las redes sociales y foros de internet. Las hipótesis más peregrinas pasan por recrear en este solar el espectro de un acueducto romano. Otros piensan que el hallazgo pertenece al edificio tristemente derruido -que sucumbió a un expediente de ruina para ser reconstruido- o que formaba parte del inmueble que ocupara la finca anteriormente, por lo que se está buceando en el plano decimonónico de Francisco de Coello. Se relaciona también con un antiguo taller de cerámica. Incluso se plantea que esta arcada sea un resto de las caballerizas del Palacio de los Duques de Medina Sidonia. Quien ironiza con este nuevo misterio, lo compara con las puertas del infierno de Humor Amarillo o con el envoltorio de un tesoro masónico. Etcétera, etcétera. Ya decía Einstein que en los tiempos de crisis sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.

Lo cierto es que a día de hoy las fuentes más directas tampoco disponen de una respuesta categórica, sólo una aproximación historiográfica y el descarte de algunas de estas tesis.

Para depurar la rumorología, hablamos ayer con el presidente de la Asociación de Arqueólogos de Huelva, Jesús de Haro, miembro del equipo de Girha, empresa que asumió en su día el control arqueológico de la demolición inicial, la que se acometió en el interior del edificio atribuido al arquitecto Francisco Monís. Según De Haro, este juego de arcos pertenecía a las traseras de la edificación colindante. El tipo de ladrillo lo dataría en el siglo XIX, aunque no se ha hecho ningún estudio exhaustivo del paramento. En cualquier caso, no procede la teoría de las caballerizas, ya que, como asegura el arqueólogo, éstas se encontrarían más próximas a lo que hoy es el Hotel París.

Por cierto, en la reconstrucción de la actual sede de la Diputación Provincial, se encontraron hace unos cuatro años unos restos de interés arqueológico de los que nada se volvió a saber, por no hablar del olvido institucional del hallazgo junto a la fuente en 2007, episodio al que apuntábamos líneas arriba, y que ejemplifica la huidiza voluntad de las administraciones (en esto todos son cómplices) por poner en valor la Historia de Huelva. Ésa, desde luego, es nuestra identidad más radical desde Tartessos y Onuba, las entrañas de una ciudad que se autolesiona forzando sus señas de modernidad sin rescatar un pasado de riqueza inestimable.

Junta y Ayuntamiento firmaron un convenio en la antesala de las últimas municipales para la futura puesta en valor de los restos del edificio romano de la Plaza de Las Monjas, ocultos con una malla metálica y una tapa de solería. Invisibles, con los latidos de la Historia, el trasiego de nuestros zapatos, la estela de las hamburguesas.

Conservar pero no exhibir. Una arqueología estéril que saca pecho con la excepción de algunos conatos como el del viejo edificio de Crisluis, la tienda de moda Sfera, que intentó integrar los restos de una domus romana, pero poco a poco fuimos viendo cómo la vitrina del subsuelo se arañaba, opaco ya, escondido entre el abrigo tres cuartos y el blusón de temporada.

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