La leyenda de 'Aita Mari'

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El 9 de enero del año 1866, el mal tiempo imperaba en la cornisa cantábrica. Grandes olas y fuertes vientos amenazaban a los arrantzales que habían salido a la mar, confiados en una bonanza atmosférica que no se cumplió.

Atentos al oleaje, y conocedores de que algunas embarcaciones se encontraban faenando cerca de la costa, no fueron pocos los vecinos que utilizaron como atalayas las rocas de Urgull y los espigones del muelle para vigilar el agitado horizonte.

Fue entonces cuando con temor se divisaron dos pequeñas lanchas que, fuera de puntas, cerca de la isla, luchaban por mantenerse a flote. Se trataba de dos txalupas de Getaria -'Elcano 1' y 'Elcano 2'- que intentaban entrar en la bahía. La alarma se extendió por todo el puerto, y desde las calles más cercanas comenzaron a llegar vecinos que se sumaban a quienes en sus rostros demostraban el horror del momento.

Entre todos los asistentes hubo uno que no se conformó con la actuación pasiva de la mayoría y, llamando a su gente, montó en una pequeña barca y partió del muelle con intención de ayudar a los náufragos. Se trataba de José María Zubia, 'Mari', al que se veía aparecer y desaparecer con su embarcación mientras controlaba el timón dirigiendo a los cuatro hombres que manejaban los remos.

En pie sobre la popa, aproximándose a los marineros, consiguieron su salvación al tiempo que se excitaban los ánimos de quienes le acompañaban en la arriesgada misión. De repente, en un momento de gran turbulencia, la barca volcó y sus cinco tripulantes cayeron al agua.

Una onza de oro

Las crónicas relatan, siendo cierto o no, que un aristócrata que se encontraba en el muelle ofreció una onza de oro para cada hombre que saliera para salvarles, siendo respondido por un viejo patrón que «en esta ciudad no se cobra por hacer esto» y al momento se reunió con varios hombres que embarcaron en una trainera. Consiguieron salvar a cuatro de las cinco víctimas del naufragio. La quinta, Mari, se perdió en la profundidad del mar. Aquel día la galerna del Cantábrico quitó la vida a treinta y ocho pescadores.

«Una ola volcó la lancha de 'Mari'. Se salvaron todos sus ocupantes menos él»

La prensa local publicó al día siguiente, firmado por Joaquín Jamar: «Hijos del mar que arrastráis vuestra penosa existencia ente los rudos embates del proceloso elemento, seguid sus huellas, imitad su ejemplo. Que la memoria de 'Mari' aliente vuestros esforzados corazones cuando el mísero náufrago os tienda los brazos al rugir la tempestad».

José María Zubia había nacido en Zumaia el 15 de marzo de 1809, siendo sus padres Antonio Ignacio de Zubia y Francisca de Cigarán. Tuvo seis hermanos mayores, Ana Rosa, José Antonio, Romana Vicenta, José Melitón, Josefa y Francisca Javiera y una menor, Josefa Rita.

Con nueve años ya estaba enrolado en la lancha de su padre y en 1830 se inició como marinero en la navegación a América, terminando por afincarse en San Sebastián donde destacó como experto pescador. Cuentan sus biógrafos que era de carácter franco, modesto y bondadoso, que nunca conoció maniobra peligrosa y que jamás cedió a otro los puestos más arriesgados, tanto en tierra como en mar.

En julio de 1861 rescató a varios donostiarras arrastrados por el oleaje hacia la Zurriola

Un detalle, contado en 1952 en la revista 'Ciaboga', refleja netamente su nobleza de alma: cuando su esposa, al fallecer, le mejoró en el testamento en perjuicio de los hermanos de ella, al conocer 'Mari' la decisión exclamó: «Todos por igual»... y así fue repartida la herencia.

En cierta ocasión en la que fallecieron dos de los tripulantes de su trainera, dejando viudas y huérfanos, Mari les consoló diciendo: «Mientras yo exista no penetrará en vuestra casa la indigencia». Todas las noches, al retornar de la pesca, ponía buen cuidado en separar, aún a costa de la suya, en las partillas de la lancha, las que se destinaban a sus compañeros fallecidos.

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