¿Cómo podría saberlo? (Fanfic)

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Recostado en el cuarto, siendo uno con el azul de su habitación, se cubrió con su capa ante el reflejo de la poca luz que corría por la ventana. Agazapado en contra de la pared, esperó con clemencia a que Soria tuviese éxito en su misión. La ausencia de respuestas acabó por llevarlo a una conclusión:

Fallé, pensó, Soria es muy inocente como para convencerle de que le diga eso... le he fallado a Neón. He fallado en mi misión.

La sentencia de sus pensamientos acabó en una sóla dirección:

Le he fallado a él.

Sintiéndose impotente de pensamiento, cerró sus puños y suspiró, posicionando sus recuerdos en torno a aquél hombre que es su inspiración, su aspiración, y su acompañante. ¿En qué gran misión se hallará justo ahora, en el instante de su derrota? Desde hace meses que no sabe de él, y sin embargo, casi no nota la diferencia desde el primer día de ausencia: siempre le ha extrañado con la misma intensidad. Y eso que no ha sido poca.

Sacando su mente de aquellos pensamientos, abrió la puerta al oír movimiento en el pasillo. Del jalón que le dio a Soria, este casi pensó que le sacaría el brazo a la pobre chica, quien flotando, acababa de entrar luego de haber hecho el gesto acordado.

—¿Has conseguido averiguarlo? —le preguntó Mikan, expectante, con la mano rodeándole los brazos.

—¡Sí! —exclamó Soria, haciéndole un guiño—. Pero me ha dicho que no se lo cuente a nadie.

—¿Ni siquiera a mí?

Mikán estaba tan cerca de ella que la hizo sonrojar. Él, por su parte, no podía creer que eso de verdad estaba pasando. Había escuchado de escenas de ese tipo: sabe bien como terminan.

—Vamos, sabes que te lo diré todo a ti...

Una imperceptible sonrisa de triunfo se dibujó en los labios del prodigio. Sin embargo, aún con la información, lo que se había comenzado a gestar desde que la acercó a la pared le mortificaba. Dentro de poco, lo iban a hacer. Mikan lo sabía, lo presentía. Por otro lado, mientras su cintura se movía hacia un lado por el recorrido de unas manos, las de él se encontraban contraídas. No supo si Soria sabía lo que estaba haciendo, pero supuso en su tacto, en lo que sentía, que lo estaba haciendo muy, pero muy bien.

Sus labios se cruzaron ya cuando su capa se había caído. Por su parte, el vestido largo de Soria tendía en el suelo mientras que Mikán poblaba ciertas áreas de su cuerpo.

—Ah... —llegó a mascullar Soria al sentir el tacto de Mikán.

En ese instante, sintiendo el aumento de su placer, Soria rompe el cierre del joven. Retraído como si ambos fuesen los opuestos de un imán, Mikan se separan en un movimiento brusco.

—Lo lamento... —fue todo lo que dijo Mikan, antes de colocarse de nuevo su capa y cubrir con una sabana lo que por poco se hubiese visto de no tener interiores—. No puedo hacer esto.

Con Soria mirándolo se vistió lo más rápido que pudo antes de salir por la ventana. Esta se quedó descompasada, con el corazón latiéndole, con el rubor cayéndosele, con el pudor por el suelo, y con los sentimientos más alborotados que un revoltijo de huevo de dragón. Caminó hacia la ventana. Caminó porque la fatiga de sus emociones no le permitió volar. Avanzó porque su pecho, sus lágrimas, sólo hacia una dirección podían avanzar a pesar del viento. Sin darse cuenta, ante la mirada de la luna, acabó sentada en el marco de la ventana, preguntándose qué había hecho, qué era aquello que había sentido, y qué era aquello tan relajante, tan disfrutable, tan ventajoso, que podría haber llegado a hacer.

Revista Cisne EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora