I. Introducción

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De alguna extraña forma, si se lo habrían dicho antes, jamás lo hubiera creído. Verla caminar, vestida de blanco hacia él. Precisamente ella, después de todo lo había perdonado por lo ocurrido muchos años antes. Era simplemente hermosa, podía ver cada uno de los detalles en su blanco vestido, la delicada tiara de diamantes que su propia madre le había regalado a ella, los rizos castaños en sus hombros, la gran sonrisa en su rostro, el aroma de las rosas opacadas por la vainilla en cuanto ella llegó a su lado, las palabras de Kingsley. Su primer baile, su primera cena, su primera noche juntos, como esposos claro estaba.

También el primer año viviendo juntos, el pequeño y hermoso departamento que compartían. Las visitas de sus amigos, sus risas. La primera espera, las náuseas, la incomodidad, la emoción y la primera llegada. El pequeño "mini él", sus pequeñas manitas, su cabello rubio, sus ojos grises, y los pequeños rizos que se formaban justo en su coronilla. Los primeros juguetes, el primer paseo. Todo junto a ella.

La primera visita al doctor, la primera palabra, su primer paso y también la segunda espera, igual de encantadora que la primera, pero más complicada. Recordaba los problemas y las visitas constantes a emergencias, las pociones, los dolores, el llanto, la preocupación. Las visitas de sus padres y sus suegros, el primer desmayo.

Esa noche, la noche. El olor de san Mungo, recordaba a la pelirroja llevándose a su pequeño de dos años a casa, recordaba a su antiguo rival escolar acompañándolo todo el tiempo, recordaba al pelirrojo dando vueltas por toda la sala poniéndole los nervios de punta. También recordaba ver correr a tantos medimagos por todos lados, la necesidad de entrar a esa maldita sala, la frustración, el sabor amargo de los cafés.

Recordaba cada rasgo y cada ademán del sanador cuando le dio la noticia. El nudo dentro de él, el dolor. También recordaba a la "mini ella" abrir los ojos justo en el momento en que la pusieron en sus brazos, el color avellana en sus ojos, los rizos rebeldes castaños con destellos dorados, cada parte de la bebé era de ella. Recordaba la promesa que se hizo a sí mismo de jamás permitir que le pasara algo, a ninguno de los dos, tal como ella hubiera querido.

Los días que siguieron, el gran vacío sin aliviar en su interior, los constantes abrazos y los pésames. La visita al cementerio, el llanto de su madre y de la de ella, incluso las lágrimas que salieron de sus ojos. El ataúd, la tierra y la lápida. Las visitas constantes, los desvelos y la desolación. Las preguntas constantes del pequeño ¿Dónde está mamá?, ¡¿Cómo demonios le explicas a un pequeño de dos años que su madre está muerta y jamás en su vida la volverá a ver?! La desesperación, sus encierros.

Y al final, un poco de esperanza, al final haría hasta lo imposible por sus dos pequeños. Porque antes que nada eran lo mejor de su destrozada vida, y lo que lo mantenía cuerdo y unía poco a poco con risas y sonrisas su roto corazón. Porque nadie dijo que amar y ser amado significaba un "felices para siempre". Porque una herida que se oculta jamás sana. Porque a fin de cuentas ser él amándola a ella no había sido fácil. Porque aún tenía dos pequeños pedazos de ella y tenía que tenerlos felices y en paz, porque con o sin ella debía seguir, por ellos.

Porque a pesar de todo lo que había pasado, era un Malfoy y debía comportarse como tal. Porque el príncipe de Slytherin amaba con todo lo que tenía a los dos pequeños, a sus hijos, y porque había amado con todo su ser a la persona que menos hubiera imaginado. Hermione Granger.

Prohibido Prohibir (EDITANDO Y RE-SUBIENDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora