XXVII

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El febo desapareció del azul cielo que ahora se teñía de diferentes pigmentos de algunos rayos rebeldes que no querían dejar su lugar a la luna que se estaba preparando para su nocturno reinado. Las farolas situadas sobre las veredas de las calles empedradas acompañaban mi camino, las personas disfrutaban de la noche de primavera, los bares estaban repletos de gente que se disponía a disfrutar de una amigable charla con sus compañeros de trabajo o talvez su pareja. De un momento a otro me di cuenta de que iba casi como flotando sobre las piedras que formaban la vereda, decidí entrar a un bar biblioteca para poder disfrutar de una cerveza mientras leía un libro. Encontré un sillón de un cuerpo situado en una esquina, ideal para mí, el lugar era luminoso, sobre las paredes de color blanco se apoyaban estantes de madera que llegaban hasta el techo, del cual colgaban unas lámparas de madera bellísimas, cada uno tenía su escalera para buscar el libro que cada uno necesitaba leer, los sillones le daban un toque singular a cada espacio al que dirigía mi vista; eran de diferentes colores, pero todos tenían una pequeña mesa ratona de color blanca en la cual había un florero de colores variados llevaban margaritas blancas en su interior. Pedí una cerveza me dirigí a uno de los estantes en dónde sabía que encontraría el libro que quería leer esa noche, o más bien terminar de leer, lo agarré fui a sentarme en el sillón color amarrillo pastel que me estaba esperando, me acomodé, di un sorbo a mi botella, me dispuse a leer. Estaba tan concentrada en las palabras de Nabokov que ni siquiera noté que el estaba de pie justo en frente de mi mesa. 

Cuentos para leer de noche.Where stories live. Discover now