[9] Tauro

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"Toro con suerte"

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El único sonido que se podía apreciar en el silencioso templo era el de un cubierto. Una fina cuchara de plata que golpeaba con la porcelana de la taza de té. Ese bullicio se podía determinar como el efecto de una persona sumamente nerviosa o, en el peor de los casos, aterrada.

El dueño del templo sudó frio, su rostro era una perfecta combinación del sonrojo y la vergüenza aun cuando se dijo así mismo que las cosas no podían ser terribles, que si se sentaba a meditar tal vez lograría ver el lado bueno a todo ello. Empero, a él no le molestó en ninguna medida las órdenes de su Santidad más le causó cierta pena por el simple hecho de su penosamente vida en la que se hallaba.

¿Quién iría a desear formalizar su vida con alguien como él? No era una persona mala, ni siquiera un sin vergüenza mujeriego. Tal vez su único pecado era el ser demasiado fiel y noble, un hombre el cual amaba los niños y que la sola idea de tenerlos le inundaban completamente en un ensueño de verse así mismo no con un heredero, sino con muchos pequeños, bueno, tal vez en un máximo de seis hermosas bendiciones.

Aldebarán de Tauro volvió a golpear la tacita a tal punto que su visitante imaginaba que el pobre objeto se destrozaría por la gran fuerza del toro. Él solo se mantuvo callado, con el abrupto sonrojo en toda su cobriza piel de buen brasileño; los largos cabellos lila oscuro le caían jocosamente hacia adelante puesto que su posición expresaba simplemente incomodidad. No por su mala suerte, sino por comentar algo que podría herir la amistad que entabló con una hermosa joven, una dama que sí lo apreciaba y no huía de su presencia.

Aldebarán poseía un buen carisma pero su defecto era su propia autoestima; al ver a muchos de sus camaradas se sintió como el protagonista del cuento Patito Feo. No era atractivo como Afrodita de Piscis o los gemelos de Géminis, ni osado como Milo de Escorpio o Death Mask de Cáncer, mucho menos tan sabio como Aioros de Sagitario o Camus de Acuario, ni algún rasgo característico de los otros caballeros restantes.

Realmente, su vida amorosa era un fiasco.

— ¿Deseas un poco más de té? —preguntó apenado a la mujer de cabellos anaranjado.

—Por supuesto—alegremente respondió ella empujando su taza ligeramente—, el té que preparas es muy delicioso.

El guardián del tercer templo cogió nerviosamente la tetera de porcelana, casi se insultó a si mismo por no controlar sus propias emociones pero también entendió que era inevitable. Ni siquiera recordó cuando fue la última vez que se encontró –únicamente a solas– con una fémina, tal vez con alguna amazona en el Coliseo cuando era un niño aprendiz.

— ¿Y cómo lo tomaron tus compañeros? —cuestionó ella para romper el insípido silencio.

—Como verás, la mayoría aprecia y valora bastante su libertad—Aldebarán le alcanzó la taza con el aromático líquido oscuro—. El simple hecho de cumplir las órdenes de su Ilustrísima va en contra de sus principios e ideologías.

—Veo que eso es un problema—sonrió tiernamente dando un sorbo a su bebida—, ¿por esa razón el señor Mu me interrogó?

— ¿Eh? ¿Mu te ha hecho preguntas? —notablemente incómodo, el gran toro dejó de beber para mirar a la joven lo cual a ella le extrañó—. Mi compañero es un poco callado por lo que me sorprende lo que me dices.

—Es verdad, es un hombre muy reservado—jugueteó con el lazo de su vestido—; a juzgar por su apariencia, es el tipo de caballero que muchas de mis amigas les gustaría desposar.

[Finalizado] Razones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora