Mesera a la orden

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La huerta comenzó a crecer a mediados de julio, solo fueron un par de meses desde que comencé a laborar en el restaurante como pastelera, producir algunos vegetales para mi uso, hacer humus y compostaje es extenuante.  —¿Quién supondría que cosechar y trabajar podía joder y entretener tanto el alma?—despertar y comenzar a recolectar o abonar era lo más agotador; el horario no da abasto desde las cuatro de la mañana abría los ojos, preparaba un poquito de canelazo o simplemente un tinto, cualquier cosa que consiguiera sacarme del letargo.

Un poquito de aguardiente en el agua panela no dañaría a nadie, el sol saldría pronto y en estos días calurosos debía cuidar y regar de manera mimosa a sus pequeñas, el jornal no daba abasto para el trabajo por ello debía terminar pronto para arreglarse y caminar, bajar a la carretera, con la linterna y un pequeño cuchillo, todos conocían a todos en el pueblo, no obstante abundaban los visitantes de otros pueblos, los borrachos de cantinas y los extranjeros conociendo el maravilloso mundo de "indios"; para no considerarme xenofóbica sí que podía insultarlos a aquellos que venían a destruir la tierra e irrespetar las distintas culturas.

No fue fácil resistir los impulsos en el restaurante y menos cuando habían tantos desconocidos, la mirada debía permanecer pasiva, las palabras siempre cordiales y los movimientos modestos; pocas veces debía ver clientela, pero de vez en cuando hacían falta meseros y las plazas se debían cubrir a como diera lugar, los cocineros se turnaban el trabajo de atender, y casualmente eran llamados por algún cliente con quejas, sugerencias o felicitaciones que para mí nunca serían gratas, muchas veces dejaban  en claro su lugar y esta no sería la excepción.

—Julia por favor ten paciencia con los impetuosos de la mesa cinco— giró la cabeza y encontró la mesa que se modificó para albergar a doce personas. María podía ser bromista pero entendía la seriedad del asunto, aquellas personas podrían provocar su despido en un cerrar de ojos.

—Desde que no se me acerquen— sus pies caminaron sin permiso, y siguieron hasta terminar junto a la mujer de cabellos dorados.

—No entiendo si pido un plato bajo en grasa, salsas y sal porque esta esto en mi mesa— la carne tenía buen aspecto, color natural generado por el adobo netamente vegetal, los vegetales que reposaban a su lado estaban frescos, perfectamente cortados y con una ligera línea de salsa de la casa a su lado.

—Señorita me podría señalar cuál es la parte afectada, sin duda el plato será reemplazado por completo pero no entiendo si es el corte de carne, su adobo o los vegetales— giró el rostro hacia mí y lucía furiosa, el blanco rostro se encontraba rojo—. ¿Me podría indicar señorita?

—¿Te es muy complicado entenderme cierto? ¿Dime hasta qué año aprobaste?

—Es información personal lo que se me pregunta, si me permite retirar el plato y traeré uno de nuevo.

—Thanks, finally darling— debió pensar que jamás entendería sus palabras pero lo hizo, no pudo dejar de mirar a los comensales que sonreían pacíficos, inocentes de la hipócrita guía turística habitual del restaurante, tenía sujeto el plato cuando agarró sus muñecas y las apretó—. No deberías ir a lavar platos.

Gire el cuerpo sin reclamar, apenas si alcanze a voltear cuando paso, no tuvo cuidado, el obrero simplemente me tiró al suelo, miraba su boca que se movía pero no salía ruido, me encontraba aturdida. Los platos rotos provocaron que todos se giraran incluso su jefe, como pudo comenzó a recoger los trozos, se pinchó el dedo y el culpable de la caída cogió el dedo, lo limpio, mimo con cuidado.

—¿Julia qué sucedió aquí?— estaba aturdida un extraño tenía su mano pero aun así encontraba favorable defenderse.

—Señor Zapata, yo gire y choque con el albañil, yo le juro no era mi intención. Me dirigía a...

¿Quien paga los platos rotos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora