Al otro lado del espejo

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Ignoré aquel suceso, sé demasiado como para estimar que es obra de mi cansancio, así que, sólo cerré los ojos...

Todo estaba oscuro, no veía nada alrededor. Pero, se comenzó a iluminar, estaba en medio del jardín, a diferencia de que este estaba como antes. Con sus bellas amapolas de un sano naranja rojizo, arbustos frondosos y flores con tonos vivaces. Pero lo que más me encantaba era el área de rosas, arbustos de exóticos  y enredaderas de tales especímenes  que cubrían un templete rigurosamente tallado, con cuarzo egipcio. En el centro irradiaba esa estatua de la Jussieu que más sobresalió de la familia. Barbora Victoire Jussieu, a ella se debe mi nombre, dicen que tengo un gran parecido con ella, el mismo cabello desalineado oscuro, ojos celestes, rostro pálido como la de un muerto en vida, labios finos y definidos, rostro y cuerpo delgados.

-¿Mamá?, ¿mamá?-, Escuché una tenue voz chillante entre los rosales.

Volteé de inmediato, ahí estaba, una pequeña niña, con un vestido blanco.

-¿Mamá dónde estás?-, Vaciló.

-Oye niña, déjame ayudarte-, Me acerqué para ayudarle.

-Estoy pérdida-, Comenzó a quebrar en llanto.

-No te preocupes, pequeña, aquí estoy-, Puse mi mano en su hombro pero esta la traspasó, no me podía ver ni sentir. Era una figura difusa y fantasmal.

La niña desapareció y el jardín igual. En un abrir y cerrar de ojos, estaba en frente de la entrada principal de la mansión. Con un ambiente tétrico, el cielo estaba como un crepúsculo poniente, el aire suspiraba de espesor, buitres carroñeros revoloteaban sobre la mansión, todo estaba tenue. La puerta se abrió acompañada de un rechinido espeluznante, me armé de valor y decidí entrar para averiguar, todo estaba carbonizado, como si se hubiera quemado por dentro. Algo muy curioso para que la casa esté casi intacta de afuera. De repente, vi una minúscula luz celeste, flotar en el centro del salón principal, me acerqué a ella y esta comenzó a moverse, le seguí el paso, subimos las escaleras, cruzamos a la izquierda, al fondo había una puerta de roble, la luz me llevó hasta ella y desapareció al tacto.

Giré la manija, abriendo la aledaña puerta, se desprendió una gélida ventisca desde su interior. Dentro de la habitación, todo estaba oscuro, escuchaba un pequeño suspiro en todo el lugar, el suelo rechinaba con cada paso que daba.

-Silencio, o ellos te callarán-, Dijo, una casi imperceptible voz de chica.

-¿Quiénes?-, Pregunté hambrienta de saber.

-¡Silencio!-, Exclamó la chica, desencadenando un efímero flash.

De repente el candelabro se encendió, era... ¡Mi habitación!, al fondo estaba ese mismo espejo, la luz que me guió estaba en frente. Me acerqué al añejo arquetipo, dicha luz se volvió mi reflejo. Ansiosa y asustada, puse la mano en el cristal.

-Silencio-, Susurró mi autómata.

-¿Eh?, ¿Quiénes?-, Pregunté en voz baja, sorprendida por estar hablando con mi propia entidad.

-Los mitras-, Observó sin cesar, cada ángulo.

En cuanto respondió, escuché un crujido a mis espaldas, volteé de manera abrupta y... Ahí estaba él, una cadavérica bestia morbosa, de piel elástica y blanquecina, y una pronunciada columna vertebral. Luciendo imponente, mofándose de mi, con una petulante sonrisa, conformada por dientes grandes y puntiagudos. Sin mencionar las grandes zarpas que tenia como su mayor arma. Verlo, me causaba repulsión hacia la existencia. 

Poco a poco, comenzó a acercarse a mi. Rugía, con vigor, como un león tratando de intimidar a su victima. Comencé a retroceder, hasta que llegué al tope de la habitación, el excéntrico ser se acercó lo suficiente a mí, levanto sus garras, cubiertas de sangre, como si hubiera tenido una caza anterior. El asqueroso ser, separó sus dedos, el ruido chillante que hicieron sus garras al chocar, me estremeció, y en el momento menos esperado, me atacó... Puse mi brazo derecho, para protegerme, y lo rasgó, dejando una larga herida en él, caí al suelo, y en cuanto me iba a dar el golpe de gracia... Desperté.

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