I. El despertar

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Aún no era consciente del lugar donde estaba, se creía segura en su casa, en su cama, a punto de iniciar un nuevo día, bañarse, desayunar, ir a la facultad… Cuando se percato de que no veía nada, absolutamente nada, tenía los ojos cubiertos con algún tipo de tela, intentó quitarse lo que le cubría la vista y descubrió que estaba con las manos amarradas. Un horrible hedor empezó a inundar su cuerpo, al igual que una sensación de impotencia, intentó desamarrarse, pero no lo consiguió. El pánico se empezó a adueñar de ella. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía allí? ¿Acaso estaba siendo víctima de alguna broma pesada? ¿O es que no era una broma? Quería respuestas y las conseguiría.

El azote de una puerta la hizo temblar, entonces escuchó unos pasos que se acercaban a ella –seguía intentando desamarrarse, pero nada consiguió. Una voz grave y ronca dijo:

 –Miren  quien decidió despertar –se aproximo a ella, rozando sus piernas descubiertas. Ella,  por su parte ardía de coraje al no poder hacer nada, la impotencia la consumía y luego ese horrible hedor no desaparecía. Se movió desesperada, en un intento más de liberarse cuando el hombre dijo –Nada vas a lograr, estás encerrada y encerrada te vas a quedar.

Bip-bip

Bip-bip

– ¿Bueno? Si, así es, todo se encuentra bien, ¿cómo? ¿Y qué haremos entonces? Sí mí general, yo me encargo de eso, voy para allá… –El hombre salió de la habitación a paso rápido dejándola más inquieta de lo que ya estaba.

Estokolm Syndrome ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora