Capítulo 1

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Querida Una,

Seguramente cuando recibas esta carta, me encuentre de viaje. Sé que me has aconsejado que hable con mis padres, pero ellos nunca aceptarán la vida que deseo para mí. Volveré a escribirte tan pronto esté instalada.

Tu amiga, Eve


Dolkie, no muy lejos de Clifden, Irlanda


Después de interminables horas viajando, Eveleen Duck se apeó en una pequeña parada de autobús que consistía en una pequeña caseta y un enorme poste de luz. Si no hubiera sido por el pequeño pueblo que había unos cincuenta metros más allá, hubiera pensado que acababa de llegar a una tierra donde el hombre aún no había puesto los pies. Todo lo que la rodeaba, a parte de ese poblado, eran pastos verdes y, muy escasamente, algún que otro árbol.

Junto a ella se bajaron los últimos pasajeros, un matrimonio mayor que regresaba de pasar una agradable semana en casa de su hija en Clifden, una pequeña ciudad de Connemara en el condado de Galway, Irlanda. Eveleen había tenido una agradable charla con ellos, mejor dicho, había escuchado más que hablado. Pero había sido muy agradable encontrar a esas afables personas después de un largo viaje sin relacionarse con nadie.

Después de despedirse de la agradable pareja, y de recibir su pequeña maleta del conductor, se acercó a la caseta para preguntar por algún lugar donde pasar la noche. El hombre que la atendió, de unos cincuenta y tantos años, le recomendó el único hostal llamado "The Little house" que había por los lares.

Al darse la vuelta, después de agradecer al hombre por la información, se encontró a sus compañeros de viaje aguardando por ella.

-Eveleen, muchacha, si lo que necesitas es alojamiento puedes quedarte con nosotros –le ofreció la señora Treisy Bell amablemente.

-Tendrías que habérnoslo dicho, jovencita. En nuestra casa hay sitio de sobra –argumentó el señor Nathan Bell.

-No, eso no habría estado bien. Acabo de conocerlos y no puedo aprovecharme así de ustedes.

-Vamos, jovencita, no seas tan formal y ven con nosotros –insistió el señor Bell.

Eveleen no desconfiaba de la pareja que tenía delante. Lo que ocurría es que no quería empezar esa nueva etapa de su vida con la ayuda de nadie.

-De verdad, muchas gracias, pero estoy decidida a valerme por mí misma. No puedo aceptar su ayuda –rechazó Eveleen, con todo el tacto que fue capaz de emplear.

-Dime, jovencita. No quiero ser indiscreta, pero, ¿por qué has venido a este lugar tan alejado de la ciudad? Aquí sólo hay pastos verdes. Dolkie es un pueblo pequeño que no puede ofrecer gran cosa a una muchacha tan joven como tú. Es cierto que hay chicas de tu edad, pero no tardarán en irse...

El señor Bell hizo callar a su esposa colocando una mano sobre su hombro, y con apenas una mirada le transmitió que estaba incomodando a la joven.

-Vaya, lo siento, no quería disgus...

-No, no se preocupe. Tiene usted razón, la mayoría pensará que estoy loca, pero... como mujer de ciudad que soy, puedo decir que lo que me rodea es maravilloso, y que no entiendo a esas personas que desean marcharse de aquí.

-¿Has venido para quedarte, Eveleen?

Eveleen sonrió de verdad, la primera vez desde que dejara la casa donde, hasta el día que se marchó, había vivido con sus padres, su hermana, que se había casado hacía casi un año y ya no vivía allí, y Crom, su hermoso husky siberiano con ojos tan azules como los zafiros.

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