Domingo

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¿Así que esto es la resaca? Sea lo que sea este horrible dolor de cabeza, no quería experimentarlo nunca más. La sensación perfecta para terminar una pésima semana.
Aún me sentía débil por la noche anterior, mi reloj sobre el escritorio marcaba las 2 de la tarde y yo a penas estaba despertando. 

Arrastrando mis piernas hasta el baño, tomé una ducha de casi media hora, no tenía fuerzas ni ánimos para moverme. 

Salí, me coloqué ropa ligera y me tumbé en el sofá a buscar algo en la televisión. Por el silencio que inundaba la casa, estaba solo. De papá, no me extrañaba que no estuviera, pues incluso los domingo trabajaba. Pero Takeru no estaba en ningún nado. Ni siquiera sé si estaba cuando llegué a casa. Ni siquiera me acordaba como llegué a casa. Pero cuando intenté buscar mi móvil para llamarlo, recordé todo. 

¿¡Dónde mierda estaba Takeru cuando lo necesitaba!? 

Disqué su número desde el teléfono de casa. 

  — ¿Si?

— ¿Dónde estás?

Lo escuché reír desde el otro lado — Donde Hikari

— ¿Y Mimí?

— En su casa, supongo 

— ¿Llegó bien? Mira que si le hubiese pasado algo yo...

— Tranquilo, llegó bien. Deberías ir a verla

  — ¿Por qué? — comencé a titubear

 — Tiene tu teléfono, idiota

Suspiré — Cierto 

Luego de aquella gratificante y enriquecedora conversación con mi hermano, comí algo para llenar mi débil estómago, me cambié de ropa, y emprendí mi largo viaje hacia el departamento de al lado.

Toqué un par de veces la puerta. Cuando sentí que alguien se acercaba se me revolvió el estómago. Esperaba no vomitar otra vez. ¿Qué le diría? ¿Le pediría perdón? ¿Por qué debía disculparme? ¿Pediría mi teléfono y me iría de allí? ¿Con qué excusa volvería después? ¿Seguiría enojada por el beso? El beso... Aún me costaba asimilar toda esa situación. Yo, que nunca había dado un beso en mi vida, había recibido dos en una misma semana. No sé si era un fracasado o un afortunado. Pero uno de ellos me estaba jodiendo la mente y la conciencia. Ese que no esperaba y no quería, aquel que me mató toda esperanza con la mujer que quería. Aquel del cual no podía excusarme aunque quisiera, por que ni siquiera me di cuenta en qué momento ella me estaba besando.

Pero el otro beso me quitaba el sueño, y me hacía ilusiones de recibir otro igual, o mejor. Quería más de esos, siempre, cada día, de ella y nadie más. 

Cuando la puerta se abrió sentí que toda mi esperanza se frenó.

  — ¿Takeru?

— ¿Eh? No, soy... Yamato, su hermano mayor

La mujer que tenía frente a mí me sonrió. Tenía una sonrisa parecida a la de ella, cálida, dulce, llena de ternura. Era un poco más alta que Mimí, de cabello corto y algunas arrugas bajo sus ojos.

— ¿Buscas a Mimí? — asentí con la cabeza — Lamento decirte cariño, que salió hace unas horas a visitar a sus abuelos, volverá esta noche

  — Está bien, gracias por su amabilidad 

Me di la vuelta, algo decepcionado, cuando la madre de Mimí me llamó por mi nombre.

— Que torpe soy, Mimí me dijo que vendrías, estaba segura de eso

La miré confundido como entraba a la casa y buscaba algo sobre un mueble.

La peor semana de YamatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora