II

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Aun recordaba sus primeros días como vampiro:

Sumido en la depresión por la muerte de su amada e hijo había decidido que lo mejor era dejar de existir. Intento suicidarse pero el mismo vampirismo lo hacía inmortal.

No importaba le veneno que ingiriera, su organismo se deshacía de el. No importaba si incluso se mutilaba, el cuerpo podía curarse y unirse, pero no moría. Incluso llego a intentar cortar alguna arteria principal, pero unas horas más tarde despertaba sin cambio alguno. Al parecer la única forma viable era que alguien más lo matara pero ¿Quién? Al ser uno de los primeros vampiros no había quien supiera de su existencia y que estuviese dispuesto a matarle.

Sus amigos, preocupados por no saber nada de él desde su transformación fueron a visitarle. Lo encontraron casi seco. Cuando era humano había sido delgado, eso lo sabían bien, sin embargo, en ese momento podían ver sus huesos, sus cuencas marcadas, los colmillos fuera y casi sin poder moverse ya, su piel era casi tan blanca como las sabanas.

Los intentos de suicidio no habían rendido frutos, pero el someterse a tantos y sin comer por meses lo estaban dejando en un estado de suspensión, Ango lo sabía, Dazai no moriría, solo se quedaría ahí, como si durmiese hasta probar sangre nuevamente. Pero habría cicatrices que ya no podría quitarse, como las que estaban en su cuello, donde se había estado cortando diario. Las de las muñecas y tobillos, donde había puesto cadenas con pinchos para no salir y en un arranque tomar sangre. Donde había apuñalado su pecho tampoco se borraría, el cuerpo de un vampiro regeneraba todo, la idea era que este lo mantuviera a salvo, más el estado al que él mismo se había llevado no era fácil de retornar y quizá nunca lo lograse.

Se lo dijo a Oda y este ayudo a cazar un conejo para darle a tomar. No debían darle demasiada pues repondría fuerzas y si salía de control podría atacarlos a ellos. El primer día fue un trago de sangre, al siguiente dos, a la semana ya podía tomar lo equivalente a un vaso. Cuando estuvieron seguros no perdería el control arrancaron las cadenas con las que le se había atado y lo encerraron en su cuarto. Su cuerpo había repuesto todo lo que podía, pero la depresión empeoraba, era más que obvio al mirar sus ojos, siempre oscurecidos y perdidos en la nada. Si llegaba a mirarles era para rogar acabasen con su existencia.

No decía palabra alguna, pero la telequinesis de Ango funcionaba más de lo que él deseaba y podía escuchar cuánto deseaba morir, cuanto le atormentaba seguir, cuan culpable se sentía de no haberla protegido y de ahora preocuparlos a ellos.

Los vampiros no necesitaban dormir, pero Osamu lo hacía, los vampiros sanaban pero él tenía cicatrices, los vampiros eran 7 veces más veloces que cualquier criatura, pero él caminaba más lento que cuando era un humano.

Oda había sido el creador de los vampiros, con ayuda de Ango había hecho un hechizo que hiciera lo que Dazai necesitaba en ese momento: ser más fuerte que los licántropos, poder proteger a su familia de la masacre que estos provocaban. Oda conocía como matar un vampiro, pero no podía matar a Dazai por mucho que este lo pidiera. Le había querido como a un hermano menor siempre, no podía simplemente enterrar una estaca de roble blanco en el corazón del chico. Y aunque Ango no lo dijese nunca, le quería de la misma forma. Para ellos era realmente duro verlo así pero lo entendían, si uno perdiese al otro su estado sería igual o peor que el de Osamu.

Intentaban de todo, incluso bromearon en algún momento con que debería escribir un libro sobre todo lo que no mataba a un vampiro y Osamu pareció no entender a que se referían.

Cansados de no tener mejoría en los tres meses que habían estado con él, Oda decidió ver que pasaría en su futuro. Y así fue como lograron darle algo de esperanza:

Su amada pelirroja iba a renacer, su hijo también. No sabían cuando seria pero estaba seguro que llegarían al mismo lugar donde les perdió y otra vez estarían juntos, pero al ser reencarnaciones sus recuerdos no estarían y su cuerpo podría ser diferente.

—Les reconoceré, no importa como sea, les reconoceré— esa había sido su respuesta, con la voz ronca por ser la primera vez que hablaba en cinco meses. Luego había sonreído.

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