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A pesar de que mis planes habían salido mal no me sentía abatida, afortunadamente se acercaba el verano y no me costaría tanto convencer a mi supervisor de dejarme hacer trabajo de campo en Italia durante el verano y tal vez unas semanas más. Eso me dejaba con un poco más de tres meses para estar cerca de Lisa. El asunto es que la cercanía física no era suficiente: dos personas pueden vivir en una ciudad todos los días y jamás encontrarse, y ya sabía que no me iba a responder correos, así que seguramente tampoco me iba a coger el móvil.

Le di muchas vueltas al tema y decidí que lo mejor que podía hacer era exactamente lo mismo que había hecho Lisa conmigo: llenar todos los espacios hasta que no le quedara más remedio. Claro que me sentía acosadora pensando esperarla frente a la puerta del campus, recordaba bien sentirme intimidada por ese tipo de comportamientos, pero no encontré otra manera. Duré dos días haciendo exactamente eso, monté guardia frente a la entrada un buen tramo de la mañana y otro buen momento de la tarde. Pero ni rastro de Lalisa Manoban, otro plan inútil quemado demasiado rápido me quitó todo el ánimo que me había dado inicialmente.

La semana se me escurrió literalmente recorriendo la ciudad. No había estado allí más que otra vez por espacio de un fin de semana, así que no me iba mal recorrer los pasajes, ver los monumentos y sentarme en los cafés… pensar, practicar el italiano que había ido aprendiendo durante la investigación. No tenía ni idea de qué hacer a continuación. El viernes de la siguiente semana recibí una llamada telefónica de la Universidad de Milán, donde estudiaba ella, el decano quería verme ese mismo día de ser posible. Tuve la esperanza de que la cita se relacionara con ella, sin embargo el inglés espeso de Alessio Mantovani me reveló su interés en mi investigación y mi petición de un asistente; me ofreció una plaza para el siguiente año y la posibilidad de ausentarme periódicamente para no arriesgar la candidatura al posdoctorado. No pude decir que sí allí mismo porque era un nuevo cambio muy grande en muy poco tiempo, muy cerca de Lisa, así que le pedí un tiempo para pensarlo.

Salí del despacho del decano distraída, pensando cómo se vería aceptar sin contarle nada a ella, como un acoso en toda regla. Advertí que pasar de esa oportunidad era tirar por la borda un trabajo en una universidad de prestigio que me estaba poniendo el cielo al alcance de las manos.

Y claro, el cielo la incluía… A Lisa que venía directa hacia mí bajando por las escaleras hasta la plataforma del metro, con uno de esos vestiditos ligeros de primavera que le gustaba usar y que me ponían tonta, a juego con cara de pocos amigos. Tan pronto llegó frente a mí, me haló del brazo hasta la pared y me sembró en uno de los bancos.

L-Te dije que en mi Universidad no – dijo en uno de esos susurros que más bien son gritos, mientras se sentaba al lado mío, disimulando

J-Oye, sé que esto no se ve bien pero… – no encontraba las palabras, de repente sentada junto a ella me llegaba ese aroma cítrico con el que soñaba casi todas las noches, estaba tan guapa como siempre y podía jurar que resplandecía – no fui yo. Me ha llamado Mantovani…

L-¿El decano? Y una mierda, Jennie ¿a qué juegas?

J-No estoy jugando, guapa…

L-No me llames guapa, no… no – me miró exasperada – existas a mi alrededor ¡joder!

Pasó exactamente lo que pensé que pasaría, nos miramos y el tiempo se acabó. Sin vacilar le acomodé el pelo detrás de la oreja y le sostuve la mirada mientras veía pasar por sus ojos la duda, la mirada suave y nuevamente la rabia.

J-Hace mucho calor aquí – le dije con calma – llévame a alguna parte y te cuento lo que pasa

L-No más trucos

J-¡No es un truco, me estoy ahogando!

Me miró con sospecha y finalmente resopló indignada

L-Vale – dijo levantándose

Hicimos el trayecto en silencio y bajamos un par de paradas después, en un área que yo no conocía, más residencial. Un par de calles después entramos a un local sin pretensiones, el bar de cualquier esquina. Se sentó en la barra y pidió sin preguntarme dos capuchinos.

L-Me termino el café y me voy – dijo seria – habla

Traté de adivinar en su mirada si bromeaba pero era claro que no.

J-No he buscado lo que pasó. Lo prometo. – hice una pausa mientras nos ponían el café - Me ha llamado tu decano y me ha ofrecido una plaza… – hice un esfuerzo por seguir hablando sin mirarla, no quería verla reaccionar – pagan bien, sabes que la universidad es de prestigio, podré continuar la investigación de posdoctorado y… - por fin la miré, seguía tan neutra que no pude saber qué pensaba – Lisa, vine por ti, si no hay nada que hacer no lo voy a aceptar

L-Acepta – dijo rápidamente – o no aceptes. Haz lo que quieras, Jennie, como siempre lo haces. Pero hazlo por ti, déjame fuera de esto.

Suspiré larga y pesadamente. Me miró como si hubiera dicho una estupidez logrando hacerme sentir estúpida por quererla con todo lo que tenía.

J-No puedo. Si no he podido con el tiempo ni la distancia– me acomodé el pelo nerviosa – No puedo.  Y si tengo que darte clase…– sentí las lagrimas refrescarme la cara.

Compartimos otra mirada llena de lo que solo puedo describir como anhelo, porque estábamos muy cerca pero ese metro que nos separaba parecía infinito.

L-No vas a darme darme clase, ya voy a graduarme, por eso no podía ser tu asistente – me miraba otra vez mansamente como ese instante en el metro. 

Me dio un poco de esperanza con esas últimas palabras, una luz tenue, como cuando nos conocimos. Pensaba a toda velocidad cómo alargar este momento pero la veía mover la pierna impaciente y no se me ocurría nada. Cada vez se notaba más apenada y finalmente oí la música… 

“E se domani cambierò vestiti

Y si mañana me cambio el vestido

tu riconoscimi dagli occhi

tu me reconoces por los ojos

o dalle linee delle mani, basterà

O por las líneas de la mano será suficiente”

I calendari - Dimartino

Le tomé la mano y no se resistió, tracé con el dedo las líneas de la mano, pidiéndole una tregua. Me fui acercando a ella, mientras se inclinaba hacia mí. Nos quedamos un momento apoyadas la una en la frente de la otra, pensé que se me iba a salir el corazón por la boca si no lograba algo concreto. 

J-Cambiaste… pero quiero volver a conocerte - estábamos tan cerca que sería fácil intentar besarla y sin embargo sentía que si seguía presionando, la haría estallar.

L-Puede que no te guste lo que veas – dijo

J-Me arriesgo… como tú quieras, cuando tú quieras

En un golpe de efecto rompí ese momento, puse 5 euros sobre la barra y me levanté. Sentí que perdía un miembro mientras me alejaba de Lisa, respirando con dificultad. Todo este tiempo separadas me había preguntado qué era lo que me había enloquecido de Lisa y hoy tenía la respuesta. Era su intensidad, había una verdadera pasión pulsando debajo de esa piel tan blanca, esa intensidad en sus ojos era fuego puro, capaz de abrasar con una sola mirada cuando quería. Y ese aliento que yo perdía cada vez que nos mirábamos era la señal de que me estaba quemando en su presencia.

La luz del fuego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora