4

595 42 7
                                    

Clase a clase me costaba más trabajo sacar de mi mente a Lisa, era innegable que me gustaba mucho; me levantaba ansiosa y si no la veía durante el día llegaba a casa melancólica. No era justo con Rose, que siempre era especial y dulce. Sentía que me estaba volviendo un poco loca y no sabía con quién hablar, a mis amigos no podía decirles nada de estos pues todos me dirían que era una ridícula que estaba dejándose impresionar por una jovencita, pero sobre todo estaba Rose...

Ese día terminé la clase y mientras guardaba las cosas se me acercó, un poco más de lo normal, pues sentí el perfume cítrico que desprendía su pelo.

L-Doctora

J-Lisa

L-Quería contarle que tengo una exposición. Si tiene tiempo me gustaría que venga  – tenía una sonrisa pícara en la cara

J-¿Sí? ¿Una exposición de? – me hice la distraída

L-Fotografía… en la Sala Beta

J-Ah excelente  –Beta, arte contemporáneo, bua…

L-¿Vendrá?

J-¿Cuándo abre?

L-Mañana en la noche  – pensé que en la inauguración estarían los compañeros e inclusive otros profesores, sin embargo me daba mucha pereza seguir socializando con la gente de la universidad fuera de ella

J-Oh, mañana me va mal, pasaré el lunes

L-Pero no verá a la artista  – se apresuró a decir

J-Bueno pero veré las fotos ¿no es eso lo importante? – esto se ponía interesante

L-No… sí. En fin, también estaré el martes en la tarde. Además le debo un café…  – mirada fija, sostenida, a su estilo

J-Cierto. No prometo nada, tal vez nos veamos el martes  – ¡qué mirada tan intensa!

L-No falte, señorita kim  – me dijo seria 

Y no falté. Al siguiente martes precisamente a las 4 estaba entrando a la Sala Beta. Lisa estaba sentada en el suelo leyendo, con un vestido vaquero claro suelto que se escurría por sus hombros. Con la luz de la sala su piel era un escándalo, veladuras tornasoladas de óleo: lisa, brillante, casi transparente.

Estuve en el marco de la puerta mirándola un buen rato, pensando en sus hombros, su sonrisa, sus ojos. Recordando ese perfume cítrico que me hacía desear clavarla contra la pared como un cuadro y besarla hasta que ya no tuviera labios. Luego levanté la vista y vi las fotos: no estaba mal, temas cotidianos con excelente luz y buena composición… 

L-Jennie  – dijo al fin

J-Hola, al final vine…  – me había puesto nerviosa

Caminó hasta la puerta lentamente, estirándose como un gato sin apartar sus ojos de mi

L-Empezaba a pensar que no vendrías  – mientras me daba dos besos, qué confianzas…

J-No sabía si tendría tiempo  – dije al fin congelada por su mirada

L-Mira por ahí, voy a estar en la mesa del fondo – me dijo al fin  – pero no quiero saber lo que piensas, me da vergüenza…  – se rió inquieta

J-Vale, pero no me puedo quedar mucho…

Recorrí las fotos con calma: una playa en invierno, dos pares de zapatos de mujer contra una pared, una serie de fotos de Lisa golpeada y sanando de sus golpes con los ojos llorosos, una ventana lluviosa con vista al centro, que no podía ser su ventana… ¿qué estaba viendo yo? Si sumaba lo poco que sabía de esta chica no me cerraban las cuentas: en la universidad se veía como una moderna cualquiera con ciertos recursos, pero su casa era básicamente una pocilga, luego estas fotos que contaban una historia más bien sórdida, pero ella era básicamente una sonrisa. No entendía nada.

La luz del fuego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora