Rick

102 15 7
                                    

Rick

Jason estaba atrapado en aquellas redes y mi padre demasiado alterado. Sin embargo yo, estaba tranquilo, como si nada de esto estuviera pasando.

Empezé a darme cuenta de la gravedad del asunto cuando mi padre recibió un flechazo en el pecho y calló desplomado. Intenté ir a socorrerlo, parecia consciente todavía. Uno de los encapuchados me tiró al suelo de un empujón y en ese momento los cinco hombres me rodearon. No tenía nada que hacer, cuando de repente recordé que tenía en el bolsillo la garya que le quitamos a aquel hombre lobo. Miré el dibujo de la luna llena que tenía dibujado y un aullido desconcertante salió de mí.

Lanzé la garya hacia mi padre y él la miró y consiguió transformarse.

Los cinco hombres se lanzaron contra mi, pero yo ya estaba transformado. De un zarpazo le arranqué el pecho a uno. A otro le clavé los colmillos en la garganta como si de un algodón de azúcar se tratara. Estaba disfrutando de cada paso que hacía, me gustaba tal y como era en ese momento, salvaje y sangriento.

Los humanos de la ballesta me lanzaron dos flechas cubiertas de plata, pude esquivar una, pero la otra me dio en el brazo izquierdo. Lo que no sabían es que yo era diestro y con un sutil zarpazo los estrellé contra un árbol.

Mi padre estaba disfrutando del hombre de las espadas, aunque mas que espadas ahora tenía dos empulladuras de espada rotas. Le estaba desgarrando el pecho lentamente, y yo sin dudarlo me uní al festín.

Cuando terminamos esa inesperada merienda, yo recordé a Jason. La sed de venganza me había cegado y no lo recordé. Mi padre pareció leerme la mente porque salió corriendo hacia Jason. Nosotros todavía transformados intentamos romper la red, pero al tocarla nos ardían las manos, era de plata.

Ya no sabíamos que hacer, cuando una especie de ángel con alas negras apareció de repente. Yo le gruñí amenazadoramente pero mi padre estaba tranquilo, como si viera algo así todos los días.

Aquella criatura con alas se acercaba cada vez más y más, hasta que conseguí verle el rostro. Era mi madre, con unas alas que parecían proceder de un cuervo enorme de lo negras que eran. Pronunció unas palabras en un idioma raro y las cadenas se soltaron solas.

Por fin todo estaba en orden, mi hermano liberado y mi padre y yo bien. Aun que yo me sentía mareado, pensé que era por la flecha de plata de mi brazo, pero no podía ser porque ya me la había quitado y ya estaba curada. Recordé que el hombre de las dagas me cortó varias veces en la espalda, debía de ser por eso el mareo. Pero le quité importancia porque se me estaba pasando, cuando de repente caí desplomado.

El aullidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora