Day 4: 21 cm / Blanco como la nieve

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Las hélices del avión destrozan la serenidad, levantando capas de polvo en el helipuerto abandonado a las afueras de Yokohama, ubicado en lo profundo de las montañas, en una zona remota que pocos recuerdan y menos ubican con exactitud.

En la juventud de la noche las luces del transporte se clavan en la oscuridad, ojos de demonio encendidos al rojo vivo. Demonio que gruñe a través de los rotores, apresurando a las dos figuras que debaten a metros de distancia, removiéndose en la mezcla de la duda y el deseo, el deber y la locura, la lealtad y la felicidad.

A la distancia, en la ciudad, espabilan los monstruos, que se van dando cuenta de la huida emprendida por quienes desean amarse libres. Llamadas se hacen, cabos se atan, y entre más tardan detective y mafioso en abordar, más rápido se mueven los terrores de la vida que aún los tienen sujetos por los tobillos, amenazando con no dejarlos marchar, retenerlos, y de ser necesario, separarlos.

—¡No puedo hacerlo! —grita Chuuya, lo hace y se mantiene a la deriva de lo que su corazón anhela, entregado a su papel de líder.

—¡Puedes hacerlo! —responde Dazai, cuya lógica se cierne al corazón en vez de a la razón, en su desesperada búsqueda de sentido. Sentido que sabe se encuentra ahí, pero que se niega a partir con él.

Chuuya retrocede.

Dazai lo sigue.

Es el vals que han bailado desde que se conocen, torpe en inicio, desconociendo los pasos e incluso la melodía que seguían. El bramar del viento es la obertura, el helipuerto la pista, la pregunta está en el aire: ¿danzarán por fin a la par, o se rendirán y volverán a hundirse en el fango de Yokohama, la ciudad maldita que los apresa?

—Ven conmigo —implora Dazai, extendiendo su mano.

Chuuya lo observa con miedo. Su mente es un caos, su corazón peor.

Cierra los ojos.

Respira profundo.

La madeja de sus pensamientos se desmenuza. Tiene que ser sincero consigo mismo y la oportunidad delante.

Su mente queda en blanco, paraje de nieve que repentinamente le aquieta.

Odia los 21 centímetros de diferencia en sus estaturas. Detesta ser más pequeño que el gigante poste de luz. Odió cada apodo, los insultos y reyertas en que se sumieron en su tonta vanidad y confusión. Y más que cada uno de esos elementos, en ese instante odia los 21 centímetros que lo separan de la dicha, muro erguido por su orgullo y la falsa seguridad de la mafia. Su muro y su distancia.

Alza la mano. Los centímetros desaparecen al abrirse los grados. Los dedos se unen. Poco después ni un milímetro interfiere. Dentro del helicóptero, camino a una vida nueva, no hay distancia que se interponga. 

Black Rose [#SoukokuWeek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora