Corrió al cuarto de Clint y lo despertó. Después de ese sueño, tenía mucho miedo.— ¿Qué ocurre, Nat? —le dijo, tranquilizándola.
—Tienes que llevarme de vuelta —le pidió, con los ojos empapados de lágrimas.
— ¿Qué? No puedo salir, tengo mi libertad condicional y si la incumplo...
— ¡Al diablo, Clint! Al diablo con ese maldito documento. El mundo ha pasado por una crisis mucho más importante, incluso pueden estar muertos —le explicó, desesperada —. Por favor, Barton. No quiero ir sola, no me siento fuerte —agachó la mirada, apenada.
—Hey —levantó su rostro —. Tranquila, llora todo lo que necesites —la abrazó —. Te llevaré ya mismo, pero déjame empacar las cosas. Nathaniel viene con nosotros.
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No era un viaje sencillo, mucho menos rápido. Se trasladarían en auto lo más que pudieran, pero tarde o temprano tenían que volar. Para cualquier cosa, traían pasaportes y documentos falsos.
Una simple llamada podría remediar todo, eso parecía, pero su corazón estaba tan herido, que ya confiaba en nada, más que en sus ojos. Clint ni siquiera sabía qué pasó con exactitud y por llamada nunca se podría explicar lo que ellos vivieron.
No sabía si sus compañeros un día volverían, Barton tenía sus esperanzas muy grandes, pero ella siempre ha sido pesimista, desde la vida que le tocó. Quisiera tener toda esa fe que tenía su amigo, pero debía ser completamente realista y es que en este universo nada era fácil.
Se moría del frío. Clint estaba sumamente preocupado por ella, pues esas manchas moradas bajo sus ojos, esa resequedad en su piel y en sus labios y, tal vez, una anemia tremenda. Temblaba a más no poder, estaba seguro que la rubia tenía la fiebre elevada.
Natasha se recostó en el hombro de Clint, una vez en el avión. Los asientos eran de tres personas: Clint iba en medio.
—Duerme, yo estaré pendiente —le recomendó, tomando la mano temblante de ésta. Ella negó —. Vamos, Tash. Me preocupa tu salud.
—No niego que muero de sueño —admitió, débilmente —, pero jamás le había temido tanto a los sueños. Temo cerrar los ojos y volver a ver su cara, de ver una vez más todo el terror provocado, de revivir la ausencia de mi bebé.
—Vamos, mi dulce niña, cuéntame lo que necesites —le dijo, con cariño.
Cuando Natasha sufría ataques de ansiedad y depresión, Clint solía llamarla por cosas meramente agradables de escuchar. Aquellas palabras que hubiese deseado oír toda su vida, pero por cuestiones ajenas, nunca fueron percibidas por sus oídos.
Ser cálido y tierno la tranquilizaba, la hacía sentirse querida y protegida. Había ocasiones en las que no podía aguantar más sus ganas de gritar su vulnerabilidad, de ser atendida con amor y empatía por alguien más, recibiendo cariño. Todos creían que darle su espacio es, probablemente, la mejor decisión. Y sí, quizás. Pero si se trataba de Barton, simplemente no.
—Era algo tan pequeño, maravilloso —comenzó, llenando sus ojos de lágrimas —, simple. Creo que estás confundido, pensando en que este no era mi sueño. Yo también lo pensaba y estaba equivocada —suspiró, recobrando el aliento —. Pero, era mío. Lo creé, sin darme cuenta, y lo creé enamorada, enamorada del hombre con el que me uní. Clint, incluso yo, una asesina que no merece nada, una mujer que era completamente segura su condición estéril, alguien que ya aceptaba ese futuro. Fui capaz de crear vida, fui testigo de lo simple que puede parecer un embarazo, pero una que lleva vida en su vientre es sensible ante lo mágico y desconocido que es sentir esa energía —se aferró a sus cobijas, como una niña asustada —. No estaba en mis planes, ni siquiera sabía que era posible amar algo lo cual desconozco. Pero no me importa, no me importa parecer una cursi de primera, amaba a mi bebé sin importar que faltaran meses para conocerlo.
Él le sonrió, pues entendía perfectamente esa cursilería, ese amor inmenso a un ser que apenas conoces. Era natural, sentir emoción por algo que ya dabas perdido, un amor, básicamente, imposible. Un amor desconocido y puro.
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Como quisiera poder embriagarse y perder el conocimiento en estos momentos. La falta que le hacía su calor era la más insoportable de todas. Les asfixiaba el hecho de tener que aceptar esa realidad, de acostumbrar su cuerpo y su mente a no verla más.
Era un tonto, un tonto por amar a un ser lleno de libertad e independencia; de querer proteger lo que no se permite proteger, lo que no se permite forjar un carácter débil.
Como quisiera poder ayudar su luto, poder acompañarla en un momento de dolor tan tormentoso como ese. Steve ha estado más preocupado, sufriendo la soledad, la falta de ella, en silencio, teniendo que aceptar que iba a tener un hijo del cual no supo de su existencia hasta que éste no fue cenizo.
Estaba siendo egoísta con él, con su salud. Pensando en Natasha, en su equipo perdido, en su equipo traumatizado. Y él no ha tenido la oportunidad de llorar y velar por Bucky, por Sam, por Wanda, por todos sus amigos a los cuales perdió en aquella batalla; y sumando a su pequeño.
Sin sus brazos, sin su apoyo, sin su presencia, no podía llorar. No quería llorarle al aire, pues se había convertido en su peor enemigo al llevarse con él todo rastro de sus seres queridos. La necesitaba a ella, solo a ella.
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Era notorio el gran clima tempestuoso que amenazaba. Pero nada le importó, incluso dejando botadas sus maletas.
— ¡Natasha! —le gritó Clint, angustiado.
Ella salió corriendo del aeropuerto, pero su evidente debilidad no la dejó ir más allá de lo que deseó. Sus piernas se tambalearon y su vista estaba nublada. Por poco sufría un desmayo.
—Yo te llevaré a donde quieras —la ayudó a levantarse y la sostuvo —, pero déjame encontrar un lugar seguro para Nathaniel.
Negaba de un lado a otro, pero el arquero suplicó. No quería negarle más, después de todo, él la ayudó a llegar hasta aquí. Y era cierto, la seguridad del niño iba primero.
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Alquilaron un auto, el cual ya se encontraba fuera del pequeño hogar donde vio a Steve la última vez. Divisaba la casa con mucho miedo y pena. No sabía cómo estaría Steve, si la recibiría, si la escucharía por lo menos. Y también, moría de miedo si no lo veía ahí.
Su respiración estaba agitada y sus manos se movían al compás de su taquicardia. Lo haría como mejor sabía, a su manera.
—Clint, ayúdame a trepar ese árbol —pidió, mirando la altura.
— ¡Estás loca! ¡Estás muy débil para trepar un árbol —Natasha bufó, tomándolo de la camisa y acercándolo amenazadoramente a ella.
—Por eso vas a ayudarme, imbécil.
—Solo porque volviste por unos momentos a la Romanoff de antes, te ayudaré —la rubia mostró sus lindos dientes, después de mucho tiempo.
Con dificultad por la condición de Natasha, lograron que subiera a ese árbol y diera con la habitación de Steve. Estaba iluminado por las pequeñas lámparas, pero el foco principal estaba apagado.
Se escondió entre las sombras, esperando a que el rubio saliese del baño. Conocía la rutina de éste, por lo que sabía que estaría tomando una ducha.
Steve, finalmente, salió. Fresco como lechuga, con una playera interior de tirantes blanca y unos cómodos pantalones deportivos. Se detuvo en su buró, abriendo un cajón y sacando una fotografía. Al ver la expresión triste de él y verse a ella en esa foto, la hizo sentir miserable.
—Sal de ahí —emitió Steve, atento a la presencia de la rusa. Y ella, obedeció —. ¿Qué haces aquí?
—Quiero hablar... —musitó, débil.
—Yo no. Vete.
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Y, ¿cómo ven al tarugo de Steve? ¡Le damos un cachetadón o qué?
Creo que el último capítulo es el que viene, creo. Espero este les haya gustado.
Nos leemos luego.

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Mi mayor dolor [2]
FanfictionCómo soportar el aquel hueco que no sólo dejó en su vientre, también en su alma.