De cataratas y dragones

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Escocia, mediados del siglo XIV

Ya no podía echarse atrás, sus padres estaban muy nerviosos con la alianza con el clan de vikingos. Era el único que quedaba que no fuera agresivo, y además hacia poco más de cientos de años que tenían dominados a sus antiguos enemigos, los dragones. Era una de las alianzas más potentes que tenían pero se estaba deteriorando. Hacía un mes y medio que no recibían ningún comunicado y se temían lo peor. Habían mandado cartas, mensajeros, caballeros y hasta carne y pescado, pero todos los del clan Dumbroch que se dirigían a aquel lugar nunca regresaban y los mensajes no eran respondidos.

Mérida conocía toda la situación, ya que la preparaban para reinar algún día. Podía opinar y dar ideas, aunque aún le costaba un poco acostumbrarse a que acudieran a ella. Desde que le demostró a su madre que podía dominar toda situación si se lo proponía la entrenaban más a fondo. Claro que no todo era tan estricto, ahora Mérida también daba clases de esgrima, a petición suya, y seguía teniendo su día a la semana para ella.

—Pero madre, si voy yo podría averiguar algo, —argumentaba la princesa.— podría descubrir que ha pasado con los vikingos y, además, puedo alardear de mis dotes de lucha frente a ellos cuando les encuentre.

—Por favor, Mérida. Una princesa no debe ir a expediciones de ese calibre. Es por tu seguridad, ya lo sabes. —contestó su madre.— las dos tropas que hemos mandado aun no han regresado y el viaje a caballo es de dos lunas. ¿Sabes el dolor de trasero que tendrías después de eso?

—Pero...

—Nada de peros señorita. Esta noche enviaremos otra tropa, de tres personas, y será la última. —informó, con severidad— En caso de que ocurra lo mismo daremos una señal de alarma al resto de clanes, y ya veremos que ocurre después. Pero venga, tú aprovecha tu día libre que luego te quejas.

Dicho eso, la pelirroja no tuvo más opción que irse a por Angus. Ella realmente no tenía una fijación por aquellos vikingos, le interesaban mucho más los dragones que lucían con orgullo. Por ello deseaba con locura viajar a aquel lugar, quería verlos con sus propios ojos, tocar su piel, ver su fuego, escuchar su voz, volar. Para ella era la definición libertad, el pensar que podría tocar las nubes gracias a ellos era algo que nunca pensó que sería posible. Pero, si ese clan desaparecía, no tendría muchas opciones de conseguir esa libertad.

Mientras que cabalgaba, se le ocurrió la mejor de las ideas. Pero tendría que planearlo de forma que sus padres no se dieran cuenta. Además del tiempo, no muchas cosas jugaban a su favor, como el viaje y el lugar. Por lo que ese día lo dedicó a, principalmente, pensar.

Recordó a su amigo del clan McGuffin y se le ocurrió un plan, arriesgado, pero que podría funcionar. Comenzó a diseñar los detalles en su cabeza, tumbada en el césped al lado de Angus. Le había entrado somnolencia y no le apetecía nada en ese momento, solo calculaba todas las posibilidades mirando al cielo. Éste estaba completamente despejado y, como era la temporada de migración de algunas aves, podía ver flechas sobre el cielo.

Se quedó dormida en aquel lugar, haciéndose un poco bastante tarde.

[•~•]

—No... Hoy es mi día libre mamá... —balbuceó la chica, con el pelo en la cara.— Estoy en mi derecho... Puedo dormir...

Mientras, Angus intentaba pacientemente despertarla dándole en la nuca con su cola. El animal ya se aburría y el sol estaba demasiado cerca de las montañas para su gusto. Cuando Mérida abrió los ojos se dio cuenta de que su madre no era la que estaba tratando de despertarla.

Volvieron veloces para acatar su plan, llegaba algo tarde pero si era precisa y nada fallaba podría escaparse. Llegó a la cocina y cogió un pastelito, unas bayas, un poco de jugo de fresa para acompañar. Lo colocó todo en una bandeja y fue a buscar a su madre.

—Mamá, —dijo, al encontrarla, con una sonrisa de oreja a oreja.— te he preparado la merienda. Bueno, el pastelito ha sido cosa de Mary pero lo demás es obra mía.

Elinor, suspicaz, la miró con sospecha.

—¿Tú quieres que vuelva a ser un oso? A ver, que sé que el pelaje era muy suave, pero no es escusa.

—¡No, no! Ni mucho menos madre, ¿por qué clase de hija me tomas? —dijo, entre risas, dejando la bandeja en frente de su madre.— Esta vez vengo en son de paz, lo juro.

La adulta, con una dulce sonrisa en la cara, probó el pastelito y bebió un poco de jugo.

—Bien, pero esta vez quiero ser un ave, nada de osos por favor hija. —bromeó, picando a Mérida.

—Sii... Lo que tu digas, mamá —respondió, rodando los ojos.—. Oye te quería comentar una cosita de nada. ¿Podría irme una temporadita a ver el clan McGuffin? Sé que tenemos las aguas algo turbias desde el tema de Berk y los vikingos y tal, por eso creo que sería una buena idea remarcar las alianzas con el resto de clanes...

La reina, algo desorientada, repasó las palabras de su hija. Tenían cierto razonamiento, pero era un plan algo a largo plazo ya que tendrán que preparar el equipaje, mandar una carta al jefe del clan para confirmar su visita, y luego al resto de clanes, por supuesto. Sin olvidar que, ya que hay que ir en barco, Mérida tendrá que ir con una tripulación y que alguna sirvienta la acompañe.

—Pero Mérida, hay que avisar a...

—No, ya lo tengo todo controlado. Ya me han enviado la confirmación y tengo toda una tripulación dispuesta a ir conmigo, solo falta tu consentimiento.

—Pero hija, y el...

—En cuanto me lo permitas podré preparar mi equipaje, que son en principio ropajes de invierno, y me iría esta madrugada ¿Me dejarás? —preguntó la peliroja, esperanzada.

La reina no tuvo más remedio que aceptar, algo extrañada por no haber visto aquella confirmación. Bueno, al fin y al cabo confiaba en su hija, y supuso que se quería adelantar a arreglar los problemas. Elinor besó la frente de la primogénita, permitiendo a la joven ir a recoger sus cosas. Ésta comenzó a dar saltitos y a correr por todo el comedor en un arrebato de euforia. Dio un abrazo a su madre y subió a toda prisa a sus aposentos, gritando a su madre:

—Cuando llegue mandaré una carta a Dumbroch.

Preparó toda la ropa de invierno que pudo en una maleta de madera con forma de oso y bajó a la cocina. Buscó a Mary, que se encontraba regañando a tres infantes pelirrojos. Parecía que habían vuelto a robar panecillos y, además, echado extra de especias a la cena del rey Fergus.
Interrumpiendolos, Mérida pidió hablar en privado con ella, a lo que ésta aceptó con rapidez y nerviosismo.

—Mary, escucha atentamente —habló la princesa, con lentitud—. Quiero, en primer lugar, que mañana cuando pregunte mi madre por mí digas que ya he marchado, ¿vale? —Mary asintió con rapidez.— Bien, en segundo lugar, quiero que dentro de cuatro soles entregues a Elinor, mi madre, este sobre, ¿entendido?

La mujer afirmó con la cabeza mientras que cogía el sobre con delicadeza y se lo llevó a algún lugar, dejando sola a Mérida. Solo quedaban algunos preparativos y podría zarpar a la isla de Berck.

The big four: Los orígenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora