Princesas y princesas

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Jack recogía todos los cuadros, uno a uno. La rubia le había obligado para poder aceptar sus disculpas y dejar explicarse. En el fondo Rapuncel lo hacia más por diversión que por venganza. Además así no tendría que trabajar.

El albino había recibido varios lienzos en la cara cuando se apareció ante ella, así que supuso que lo mejor era obedecer por el momento, a pesar de que éstos no habían llegado a tocarle. La chica no creía lo suficiente en él como para tocarle, por lo que todo lo que les afectaba directamente nunca llegaba.

—¿Cómo vas? —preguntó Rapuncel, entrando con pintura extra.

—Si no pintaras todo sería más fácil para mí. —contestó, aburrido.

—Y si no hubieras aparecido sería más cómodo para todo el mundo. —respondió de vuelta.

Ese comentario hirió un poco a Frost, pero no dijo nada al respecto. Los siguientes minutos fueron un silencio bastante incómodo hasta que uno de los dos se dignó a hablar.

—¿Qué eres?

—Un guardián —respondió simplemente.

—No, ya. —sonrió, risueña— Eso ya me lo has dicho en el mural. Digo que ¿qué eres? Un dios, un alma en pena, un producto de mi imaginación... —enumeró sin mucho entusiasmo en la voz.

—Pues lo del alma en pena me pega bastante —rió, recordando años anteriores. —, pero soy más un espíritu y no estoy aquí por gusto.

—Por lo menos no has estado dieciocho años de tu vida encerrada sin nadie por engaños.

—En eso te gano. Trescientos años en libertad pero sin hablar con prácticamente nadie, nunca. Y además con falta de información. Eso sin contar al maldito Conejo de Pascua... —comentó irritado, mientras apartaba un cuadro destrozado. Pero cambió el tono, uno más suave, al escucharse— No me voy a poner nostálgico ahora, y menos contigo.

—¿Por qué? —quiso saber Rapuncel.

—Porque soy el espíritu de la diversión, las pocas personas que me ven deben pensar eso cuando me ven —dijo más animado.

—¿Diversión destrozar mi habitación del arte? ¡Esos dibujos iban a entrar en un museo! —dijo la rubia entre risas.

En ese momento llamaron con timidez a la puerta.

—¿Si? —cuestionó la rubia, sorprendida. Jack dejó el cuadro que tenía en sus brazos con delicadeza, para no hacer ruido, y la chica se colocó unos mechones rebeldes mientras abría levemente la puerta.

—Princesa, soy Marlene. ¿Está ocupada?

—Pues la verdad es que no es el mejor momento, para nada —Rapuncel rió nerviosamente. En un rápido movimiento salió de la habitación cerrando la puerta para que la criada no tuviera oportunidad de ver el interior.

Marlene la miró extrañada con sus ojos oscuros pero, al ser nueva, supuso que la (recién encontrada) princesa necesitaba su espacio. Lo cierto es que esa era una broma de los veteranos para que mejoraran la presentación. En ese momento supuso un alivio para la chica, así evitaría preguntas.

—Oh, claro. Por supuesto señorita —empezó, nerviosa—. Pero sus majestades solicitan su presencia en el comedor con urgencia.

Rapuncel la observó, confusa. La mujer no tendría muchos más años que ella, quizá veintitrés. Tenía un pelo liso y oscuro como la noche que contrastaba con su piel blanquecina similar a la leche. Su nariz prominente y sus labios gruesos la hacían ver una persona seria y autoritaria, a pesar del trabajo en el que estaba.

The big four: Los orígenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora