Vikingos

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Jack agarró a Rapunzel, lanzándola con un gran impulso hacia arriba. Los vikingos la siguieron con la mirada mientras subían a los dragones. El albino aprovechó aquella distracción para congelarlos, pero el dragón debió darse cuenta y protegió a los humanos, congelándose él. Incapaces de volar, los gemelos lanzaron cuchillos a la joven, que caía rápidamente del cielo. Una de ellas le rozó, formando un gran corte en su mano izquierda. 

Jack, asustado, corrió hacia Rapunzel para protegerla y lanzó un ataque a los vikingos. Solo el hombre lo recibió y en poca medida, ya que tenían grandes reflejos y sacaron el escudo a tiempo.

La hemorragia de la rubia continuaba y ésta, sin poder soportar más el dolor, se desmayó en brazos de Jack. El joven todo lo que pudo hacer fue congelar la herida y esconder a Rapunzel entre los altos arbustos, rezando por que no perdiera esa mano más adelante.

—Los escondites no me gustan, hadita. Enfréntate a tu destino y muere dignamente. —musitó la rubia, con una expresión sanguinaria en su rostro.

—Brusca, deberíamos volver —comentó el otro, recordando algo.

—Aún no, acabemos con esto.

—¿No ves que ya es tarde? Tengo hambre.

—Tú siempre tienes hambre, idiota. Eres un vago que tiene miedo de que le congelen.

—¿Ah, si? Pues aquí la niña salta con cucarachas, a ver si la chica te va a asustar cuando vuele —saltó el hermano, encendiéndose.—Además, si está herida no irá muy lejos y podemos volver mañana. Con el dragón así tardaremos mucho en volver, cuanto antes mejor.

—Ya claro, será por eso —dijo, mientras veía como el dragón se descongelaba con su fuego —Si tienes miedo de ese simple hielo dilo, ¡ya verás cuando lo cuente en la aldea!

La horrible risa de Brusca se podía oír a kilómetros,  pero se desvaneció tras un fuerte viento, que Jack asoció al dragón. Decidió seguirlos, con Rapunzel a la espalda y el bicho verde en su cabeza, con la esperanza de saber en qué época concreta se encontraban y de encontrar algún remedio para la mano ensangrentada de la rubia.

Llegó a una gran isla, llena de montañas y luces provenientes de antorchas. Al ralentizar la velocidad, Rapunzel despertó con un gran dolor de cabeza. 

—¿Hace mucho viento o es mi impresión? —susurró de forma inaudible, con los ojos cerrados. —¿Es normal que me pique mucho la mano? —dijo, para sí misma. Jack, al escucharlo, le sujetó de las manos para que no se rascara y poder aterrizar sin más sangre.

Al aterrizar, la joven se dio cuenta de su situación actual y, al recordarlo todo, miró su mano con duda. 

—Tengo que entrar a investigar.

—Espera, yo también voy —le soltó, decidida.

—Pero si tienes la mano hecha puré. —la paró. —Mejor quédate aquí.

El tono de Jack fue tan claro y tan protector que Rapunzel no se pudo negar. Así que asintió con la cabeza, mientras se sentaba a esperar que el chico se fuera. Cuando lo hizo, se aseguró de que no volvía y envolvió su mano en su corto mechón sanador. Cantó alto y claro, sintiendo como su cuerpo se aliviaba al sentir aquella magia.

Al acabar, corrió hacia la dirección de Jack sin ningún sigilo, para alcanzarlo. Observo que su alrededor era muy verde y rocoso, con grandes montañas a lo lejos y, al mirar mejor, se dio cuenta de que la isla era un pequeño territorio. Aceleró el paso al divisar al Guardián, pero no gritó para no llamar la atención de otros indeseables, sobre todo si eran iguales que sus atacantes. Tampoco le alcanzó pero si pudo ver hasta dónde se dirigía. Un pequeño pueblo de una docena de casas, con cabezas de dragones en las partes altas de las construcciones, todos de madera y color. Al poder verla se alegró mucho y se escondió detrás de una de estas.

The big four: Los orígenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora