Oh, mi Dios.
Perdóname por mis pecados.
Pero solo quiero hacer que la justicia salga a la luz.
¿Acaso no estás feliz?
Estoy sacando las impurezas de los traidores, los asesinos y los no creyentes.
Eso es lo que se merecen, ¿No?
Tan solo estoy salvando sus almas para que lleguen contigo, mi Dios.
Sé que no debería sentir estos...deseos al hacerlo...pero no puedo evitarlo.
La sangre salpicando en mi ropa y mi rostro...su color...su sabor...me hipnotiza.
Pero no te preocupes, mi Dios.
Yo sabré cuando y como purificarme de estas impurezas.
El religioso se levantó de su posición de rodillas, haciendo una última oración hacia la estatua de su amado Dios antes de retirarse de la iglesia, con pasos lentos y fuertes que causaban un eco en todo el recinto.
Era plena noche y al religioso se le había ocurrido salir a rezar antes de comenzar con su sesión casi diaria de tortura, subiendo al lomo de su amado Napoleón y tirando de las riendas, el precioso animal comenzando a galopar rápidamente hacia el ayuntamiento.
En el edificio le estaban esperando dos soldados franceses, estos haciendo un saludo militar en cuanto llegó.
— Lleven a Napoleón al establo — Les ordenó, bajando del caballo y los soldados tomándolo de la cuerda, guiandolo hacia dicho lugar.
El ayuntamiento se veía más solitario y tenebroso en la noche, todos los soldados y empleados se encontraban durmiendo y solo el líder y unos pocos soldados se encontraban despiertos, esperando.
El líder se encaminó hacia una habitación casi escondida del ayuntamiento, dentro estaban dichos soldados y un soldado ruso malherido, jadeando y mirando con odio al líder en cuanto entro.
— Déjenme solo con este Ruso — Dijo, los soldados haciendo su típico saludo militar y obedeciendo a su líder, cerrando la puerta tras salir, dejandolos en esa habitación blanca donde habían pasado tantas tragedias.
El ruso se quedó mirándolo, atado de las manos y con varios moretones en el cuerpo, lo miraba con una llama de odio en los ojos.
— ...¿Vas a empezar a hablar o que? — Le pregunto el líder, cruzado de brazos mientras su prisionero esbozaba una sonrisa cínica.
— Pfff...Y-Ya todos en Rusia saben que no te importa la información...t-tan solo quieres ver sufrir a tus rehenes, ¿No es así? — Preguntó en tono de burla, causando un gruñido de parte del líder.
— Tsk, si tanto sabes de mi, deberías saber que no es buena idea provocarme así, chico — Soltó, acercándose a su prisionero y tomándolo del mentón acercándose a su rostro.
Entrecerró sus ojos, causando un escalofrío en el ruso además de hacerlo temblar, eso provocando una sonrisa en el hombre religioso.
— Heh...¿Lo vez, chico valiente? Hasta el más duro termina cayendo ante mi...— Le burló, causando un gruñido en el soldado ruso.
Después, el ruso le escupió en la cara al líder, este soltandolo y alejando su rostro, tomando un pañuelo y limpiando su rostro, asqueado, pero sin decir nada.
— ¡Cállate! ¡No importa cuántos soldados tortures, nunca ganarán esta guerra! ¡La victoria ya está reservada para los rusos y alemanes! — Le gritó desde su asiento forzado, sonriendo tan solo para provocarlo más.
De pronto, recibió una fuerte bofetada de parte del líder, el soldado quedó mirando cabizbajo a la mesa frente a él, jadeando.
— Los peones como tú deberían aprender a cerrar la puta boca — Soltó con un tono serio y macabro, acercándose a un cofre antiguo, agachándose para abrirlo.
De el, saco unas grandes tijeras de metal bastante antiguas, levantándose lentamente y mirando de nuevo al soldado, este comenzando a temblar al ver las tijeras.
— ...Hey...n-no hablaras enserio...— Le dijo, soltando una risa algo nerviosa, al igual que el líder soltó una risa, solo que más fuerte y macabra.
— Yo siempre hablo enserio, chico — Dijo después de reír, acercándose peligrosamente y abriendo la boca del joven de manera forzada, agarrando su lengua y estirandola lo más que pudo, causando algo de dolor en el joven, quién empezaba a forcejear y a llorar, cerrando sus ojos para no ver el terrible destino que le esperaba.
— Que Dios purifique tu alma — Le dijo antes de tocar la lengua del joven con sus frías tijeras, entrecerrando estás cómo amenazando con cortar la lengua del muchacho...
Y así lo hizo.
Había cortado por completo su lengua, está cayendo a la blanca mesa y manchandola de sangre, el muchacho comenzando a llorar del dolor sin la capacidad de gritar, espasmos empezando a aparecer en su cuerpo al ver su propia lengua cercenada, sangre cayendo por su boca, el joven haciendo lo posible por no ahogarse en su propia sangre.
El hombre dejo sus tijeras ensangrentadas en la mesa, una mirada de placer apuntando a su víctima mientras una pequeña risa aparecía en el, está aumentando hasta convertirse en una horrible carcajada.
El hombre lo miro aterrorizado, intentando alejarse al ver la mano del líder acercarse a su rostro, pero fue en vano, tan solo limitándose a temblar y a llorar al sentir su mano acariciar su cabello, sintiéndose aterrado.
— Eres tan buen juguete, muchacho~ — Dijo en un tono lujurioso, acercándose a su rostro y pasando su lengua por sus mejillas manchadas de sangre, causando asco y humillación en el joven, pero él no podía hacer nada.
El hombre soltó un suspiro aliviado, una sonrisa apareciendo en su rostro y relamiéndose los labios, y tomando la lengua del muchacho, alejándose a la salida de aquella maldita habitación.
— ¡Volveré después a jugar más contigo, muchacho! Trata de no desangrarte mucho, ¿Si? Quiero que dures~ — Le dijo antes de salir de la habitación, dejándolo aterrorizado y adolorido.
Perdóname, mi Dios.
No puedo parar estos deseos de lujuria.
Sé que está mal, sé que es un pecado.
Pero no puedo evitarlo, un hombre siempre está tentado a cometer está clase sucios actos.
Pero te prometo, mi Dios, que pronto me purificare de estos sucios actos y lograré ir contigo.
Sauver pronto será mío, y cuando eso pase, te juro que nunca más volveré a tocar aquellos instrumentos.
Sé que está mal que me haya enamorado de otro hombre...pero al final de cuentas es amor, ¿No?
Por favor, Dios...aún así, nunca me abandones.