|CAPÍTULO O3|

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Lo bueno de llevar una vida de vergüenzas involuntarias es que aprendes a llevar las miradas de todos en la espalda

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Lo bueno de llevar una vida de vergüenzas involuntarias es que aprendes a llevar las miradas de todos en la espalda. No lo hace agradable, pero al menos no me voy a suicidar dejando notas del por qué lo hice, además, no necesito tanto drama en mi vida.

Sé que la mala suerte es algo que me persigue aunque eso también se lo atribuyo a mi sentido amplio de superstición, creo firmemente que uno atrae las malas o buenas energías y yo vivo pensando constantemente en los espejos que he roto, las escaleras bajo las que he caminado, la sal que he derramado y las cadenas de facebook que ignoré por creerme temeraria; ahora, en este justo instante apenas y puedo reprimir el jadeo cuando veo que mi autobús es el de la Ruta 13. Ojalá no incluya ningún Jason ahí.

Es imposible ignorar en su totalidad los cuchicheos que se dan a mi paso pero nada qué hacer, me puse mi chaqueta luego de salir del baño, así que cabe la posibilidad de que un diez por ciento de la preparatoria aún no piense que soy lesbiana.

Si algo no he logrado entender, o que nunca me detuve a pensar es por qué los adolescentes piensan que la homosexualidad es como una gripa que se contagia con el contacto. Voy caminando por el pasillo del autobús y una chica de adelante puso su maleta sobre la silla vacía y otra se estiró de piernas para que no me sentara. Uno pensaría que esos comportamientos solo pasan en las novelas, pero no, el desprecio pasa en todas las circunstancias.

Estando a unos pasos de la hilera de puestos de bien atrás, una chica de gafas enormes y cabello rojo se pasa al asiento de la ventana y levanta su mochila, haciendo un ademán para que me siente a su lado. Sonrío levemente por el gesto y me siento; tras otras cuatro personas que se suben, el autobús arranca.

Llevo la vista perdida en el cristal de la ventana y aún así siento una mirada muy cercana que no me ha dejado desde que me senté. La había intentado pasar por alto pero se volvió super incómoda. Giro lentamente la cabeza y mi compañera de asiento me está mirando con una sonrisa que deforma sus mejillas en dos hoyuelos, con los ojos tan abiertos que me cuesta no preguntarle si le duele. La imagen da un poco de miedo.

—¿Hol...?

—¡Hola! —me interrumpe con un chillido.

Más de medio bus escuchó su euforia, pero ella parece no notarlo en absoluto. La chica sacude violentamente su mano, ladeando casi completamente su cuerpo hacia mí.

—¡Mi nombre es Samantha! —chilla de nuevo.

—El mío es...

—¡Emily! Lo sé... Dime Sam, si quieres. O Samantha —exclama emocionada, sin borrar su tétrica sonrisa adornada de una gran ortodoncia—. Mis amigos me dicen Sam, mi hermano me dice Mantha, pero no me gusta. Dime Sam.

—De acuerdo, Sam...

—Y no soy lesbiana —aclara.

—Eso es bueno, supongo...

Un Cliché desComunal •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora