Capitulo 5

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Una hora después estaban de vuelta en la tienda. Frente a ellos se encontraba el gato, con la cabeza y las orejas gachas en actitud culpable. Yuki se encontraba detrás de este, de pie y con los brazos cruzados, llevando aún su ropa de combate. La loba le había pasado disimuladamente una bolsa de hielo a Toru, que muy sonrojado, se la había colocado entre las piernas. Por suerte, en aquel instante, sus compañeros tenían la vista clavada en el joven felino. Tal como habían sospechado, tenía once años, de pelaje negro y lustroso con los ojos dorados y pupilas rasgadas. Llevaba ropas de cuero rojizo bastante desgastadas, seguía abrazando con firmeza aquel libro que le habían visto en el almacén justo antes de salir. Yuki había servido un té de manzana y había puesto algo de comer. Todos estaban hambrientos ya que no habían comido nada aquel día. Pero el felino ni siquiera había dado un sorbo al té que le habían servido. Su anfitriona esperaba impaciente a que respondiera a su pregunta.

—¿Y bien? ¿Nos vas a contar que hacía alguien como tú relacionándose con ese tipo de gente? —Repitió la pregunta, con voz fría y tensa.

—¡Sí! ¡¿Y por qué le robaste la espada a Toru?! —Lo acusó indignada Kayrin, que se puso en pie y dio un pisotón en el suelo, apoyando los puños en las caderas para sacar todo el provecho de su baja estatura.

El chico alzó sobresaltado la mirada y se abrazó con más fuerza al libro, mirándolas con ojos asustados.

—Y-yo so-solo la cogí prestada, pensaba devolverla. ¡Lo juro! —Se defendió, mirando hacia la loba, que rodeó el sillón donde estaba sentado y se acuclilló delante de él.

Con una encantadora, pero peligrosa sonrisa, le acarició la cabeza.

—No mientas, por qué lo sabré, si te descubro en una mentira... —acercó el hocico a su oreja— te cortaré la colita. —Le advirtió, manteniendo aquella encantadora sonrisa y dándole una palmadita en la mejilla. El pequeño parecía a punto de echarse a llorar. —Vamos, habla. —Le instó seria, colocándose de nuevo tras él.

Inquieto, empezó a contar su plan, que en resumen era tomar prestada la espada de Toru al identificarla como un artefacto sagrado y cambiarla por el libro, y luego, de ser posible, devolvérsela, o al menos decirle donde encontrarla. Aquella última parte la contó después de que Yuki soltara un leve gruñido cuando empezó a contar una versión adornada de la verdad. Después, guardaron silencio. Finalmente, Yuki lanzó un suspiro.

—Parece que ese libro es muy importante para ti. —Comentó, tendiendo la mano hacia el felino, que tras pensarlo unos segundos se lo entregó, dejando que lo ojeara.

El libro estaba encuadernado en piel roja, sobre su superficie había una filigrana de metal rojizo pero los años la habían vuelto un tanto borrosa y apenas se distinguía el dibujo. Las esquinas y el lomo estaban protegidos por el mismo metal y en el centro de la cubierta había una gema engarzada, pero apenas emitía brillo.

—Yo creo que deberíamos entregarlo a los guardias. —Propuso Jaru, que había permanecido cruzado de brazos y con el ceño fruncido enfadado, escuchado toda la conversación.

Era el que más reacio se había mostrado a llevarlo con ellos. Claro que poco había podido objetar siendo aquella la casa de Yuki. Toru y Kayrin se miraron entre sí, indecisos, también desconfiaban del ladronzuelo, aunque parecía realmente arrepentido de lo que había hecho. Miraron a la loba, que parecía pensativa y miraba fijamente a su involuntario invitado, que se mantenía inmóvil y en tensión, como si sintiera que pudiera atravesarle con aquella mirada.

—Antes de sacar conclusiones precipitadas deberíamos escuchar toda la historia. —Dijo tomando asiento en una butaca, cruzando las piernas y ojeando el libro con gran interés. —Me resultas familiar pequeño... no tendrás algo que ver con la familia de Burakku, ¿verdad? —La pregunta lo pilló totalmente desprevenido, haciéndole alzar la mirada entre una mezcla de sorpresa y temor. Yuki alzó una elegante ceja y se echó hacia atrás en su asiento, dejando escapar un largo suspiro. —Es justo lo que sospechaba. —Comentó chasqueando la lengua con fastidio, devolviéndole el libro, que agarró con rapidez, volviéndolo a abrazar. —Bien, cuéntanos tu historia. ¿Cómo has acabado en Puerto Blanco? —Los drakens se miraron curiosos entre sí, sin entender nada.

La Magia de los Dragones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora