—¿Hola?— sonó la confundida voz de Donghyuck, y es que Mark no había hablado una palabra desde que llegó, había quedado embelesado, soñando despierto.—¡Oh! lo siento— rió avergonzado.— Se me ensució la remera con helado, quería saber si podían dejarla como antes.
El chico observó con detenimiento la prenda, analizando cada centímetro de ésta.
—Está bastante arruinada, pero por suerte llegaste a la mejor tintorería del país— sonrió.
Mark estaba fascinado, la sonrisa del chico llenaba toda la habitación.
—Estará lista en unos días, sólo necesito que me des tu número y te llamaré para que vengas a buscarla.
Mark asintió, y por alguna razón se sintió nervioso al escribir su número, sentía la mirada del chico sobre él y eso le daba piel de gallina, deseaba acercársele más, quería coquetearle, hablarle con confianza, si tan sólo supiera cómo, si tan sólo no fuera un maldito cobarde.
Terminó de llenar la hoja y miró incómodamente el piso por no sabía cuanto tiempo, realmente no quería irse.
—¿Te sientes bien?— Donghyuck preguntó en un tonó levemente preocupado.
—Sí, estoy bien, l-lo siento, ya debería irme.
El chico sonrió con compromiso, esa clase de sonrisa que usan los empleados;
—Muchas gracias por venir, ¡regresa pronto!— Donghyuck pausó un segundo, procesando lo que acababa de decir.— Oh, no debería haber dicho eso, no es la clase de cosas que se dicen en una tintorería— comenzó a hablar rápida y nerviosamente, atropellando sus propias palabras.— No es como si deseara que te arruines la ropa de nuevo, sería irrespetuoso decir e- lo siento, soy nuevo, solía trabajar en subway— se interrumpió a sí mismo y se rascó la nuca nerviosamente, para ese momento se encontraba totalmente rojo por la vergüenza.
Mark creyó nunca haber visto algo tan tierno y no pudo evitar que la risa se escapase de sus labios.
—Tierno— susurró Mark, más fuerte de lo que hubiese deseado.
Donghyuck abrió los ojos sorprendido.
—¿Cómo?
—Que hay una tira de carne muy tierna esperándome en mi casa y si no voy rápido se va a enfriar ¡Adiós!
Y corrió fuera del local como si de aquello dependiera su vida.
—¿No se te podía ocurrir nada mejor? Son las cinco de la tarde Mark, ¡por Dios!
Pensó, y volvió a su casa más avergonzado de lo que hubiese preferido.